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Violencia policial sin límites contra vecinos de barrio San Benito

Lunes, 10 de junio de 2013 01:16

Vecinos de la manzana 321 del barrio San Benito, ubicado en el este de la capital, denunciaron que la madrugada de ayer unos 50 policías, entre ellos personal de Infantería, 911 y de las dos comisarías con jurisdicción en la zona (17 y 10), cortaron los ingresos a la manzana a las 5.30 de la mañana y sin previo aviso intentaron ingresar a tres domicilios en forma simultánea, para buscar a un joven que supuestamente había golpeado a un policía en villa Lavalle.

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Vecinos de la manzana 321 del barrio San Benito, ubicado en el este de la capital, denunciaron que la madrugada de ayer unos 50 policías, entre ellos personal de Infantería, 911 y de las dos comisarías con jurisdicción en la zona (17 y 10), cortaron los ingresos a la manzana a las 5.30 de la mañana y sin previo aviso intentaron ingresar a tres domicilios en forma simultánea, para buscar a un joven que supuestamente había golpeado a un policía en villa Lavalle.

Hubo resistencia del vecindario al procedimiento, al que calificaron de dictatorial.



 

La policía, sin orden de allanamiento visible, dispersó a balazos a los propietarios y derribó una pared de bloque de concreto y columna de hormigón del domicilio de Estela Tejerina (52) y posteriormente un alambrado tipo olímpico cubierto de tela mediasombra de la casa de Daniel Sánchez (47), domicilios de donde fueron detenidos dos jóvenes a quienes golpearon a culatazos en la vía pública. Uno de ellos relató en un video las vicisitudes vividas y cómo fue abandonado descalzo y casi ciego en el hospital San Bernardo, después de golpearlo y amenazarlo de muerte en el móvil policial para que no de información a los medios.

Además, cuatro integrantes de la familia Sánchez sufrieron diversas heridas y uno de ellos recibió al menos 50 impactos de bala de goma, que prácticamente destruyeron su campera deportiva y dejaron las huellas sobre su piel. Una decena de vecinos aseguraron a este medio que la policía montó el operativo represivo para, supuestamente, escarmentar a los jóvenes, sin tener ninguna certeza si alguno de ello participó del hecho que les endilgan.

 

VAINAS Y GRANADAS DE GAS QUEDARON COMO TESTIMONIO.

“Vinieron a demoler nuestras casas por orden de un fiscal y el operativo estaba a cargo de una persona de civil a quienes los policías protegían en la madrugada y después en la comisaría, cuando fuimos a denunciar el hecho y se negaron a recibir la denuncia por orden de la misma persona, o sea el fiscal que ordenó la represión, la golpiza y el saqueo de nuestros bienes en horas de la noche”, dijo Ester Quispe en llanto, mostrando las puertas de su domicilio destrozadas, las camas quebradas, la tapia demolida y sus hijos heridos de balas de goma, incluso su nena de doce años alcanzada en el pecho por los perdigones. Estela Tejerina fue más allá aún y dijo “desde ahora no habrá más respeto por esta policía y por quienes ordenan esta barbarie en contra de gente humilde, madres solas como yo a quien cada bloque parado en mi casa me costó años de sacrificio”.

Todos querían ayer denunciar a través de El Tribuno el atropello vivido. Un septuagenario, vecino de las víctimas, mostró una decena de cartuchos y varias granadas de gas lacrimógeno usados en contra de los vecinos de San Benito.

“Señor, esto no era un procedimiento legal, era como en los años de plomo: corte de calle, seguido de bombas de gases en el interior de las casas, balas para quienes corrieran o se resistieran, golpes en la vía pública, destrucción de inmuebles, personas detenidas visiblemente lesionadas; una cacería humana, que como ve terminó con médicos que no certificaron lesiones, comisarías que no tomaron denuncias, personas abandonadas en el hospital y las amenazas para garantizar impunidad. Por momento, pensé en el "nunca más'”, dijo con ira incontenible.

“Estoy sentenciado”




Con las secuelas de un disparo de escopeta con perdigones de caucho en el rostro, Gustavo Córdoba dijo que ya no le importa huir más. “Si quieren matarme o hacerme una causa para luego desquitarse en la cárcel, que lo hagan. Después de lo que hicieron sufrir a mi madre, a mis hermanos, a los vecinos y a mí durante mi tormentosa detención, nada puede asustarme. Si me pasa algo todos saben que será por represalia”. Luego, mostró las secuelas de la golpiza: un corte en la órbita de su ojo derecho sin curación alguna, las imborrables huellas de los perdigones sobre su rostro, el cuerpo entumecido por los golpes y el relato de una detención absurda, que epilogó cuando descalzo, casi ciego, fue hallado por su madre cuando deambulaba abandonado en el principal hospital público de la provincia.

“A mí me balearon apenas me vieron y el disparo me pegó en parte en el rostro y la otra parte del perdigonazo quedó en la pared. Casi ciego me sacaron a golpes, me llevaron a la comisaría, me tiraron al piso y me patearon hasta dejarme inconsciente. Después me llevaron a la central. El médico no me curó, hizo sólo un papel. Me llevaron a la Alcaidía. Allí no quisieron recibirme, estaba hecho añicos. Me volvieron a llevar al hospital y en el camino me dijeron que si hablaba no iba a volver a caminar. Luego me hicieron mentir al médico que tampoco me atendió, no me quedaba otra que mentir”, dijo llorando.

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