Quedamos en que el Pescador Perdido nos relataba que la reina del lugar, la madame, era una rubia retacona y bien funchuda, ojos claros, joven y dicharachera, conocida por el mote de la Turca. Ella atendía a los changos con paciencia y esmero, sobre todo aquellos que debutaban.... Según el Pescador Perdido, existía por esos años una ley de profiláxis, que obligaba a las chicas a un examen médico ginecológico semanalmente. Aprobada la “Revisa”, así le decían las chicas, le otorgaban un carné , el mismo las habilitaba para ejercer la profesión... A los changos, a todos sin excepción, le pelaban la chaucha, para ver si no tenían alguna enfermedad venérea, al mismo tiempo lo desinfectaban con un líquido rojo (pergamanato) que le dejaba la chaucha colorada como un chorizo español...
El pase costaba cincuenta centavos, un billetito verde claro de esa época; comparado al costo de una entrada de cine matiné del Güemes o Alberdi, cuyo costo era de veinticinco centavos, donde se veían películas de cowboy e indios, Cantinflas, Tarzán, Flash Gordon, Fumanchú y otras...
Volviendo al tema, había un pacto tácito entre las chicas y los maquinístas de las locomotoras. Cada vez que venía la chancha (la cana o policía), hacían pitar las máquinas tres cortos y tres largos. Justificaban los pitidos, pues maniobraban en las playas a cada rato, día y noche. “Ese alerta nos daba tiempo para subirse los lienzos, chapar la bici y rajar...”, relata entusiasmo el Pescador. Y agrega: “Una vez, en una pirada, subí al caño de mi bici a un amigo, al cruzar las vías a toda carrera se rompió la horquilla y nos raspamos hasta el paladar. Con las rodillas y codos pelados, el cuadro en una mano, y la horquilla en la otra, silvando bajito y contentos volvíamos a casa pensando que perro metíamos a mi viejo por la bici ...
Ya oscurecía, pues de noche el pasaje era otra historia ...Así pasan los recuerdos, que se percuden en la memoria ...Pero quedan, en el alma ...”