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Histórico acuerdo comercial entre Estados Unidos y la Unión Europea

Viernes, 21 de junio de 2013 20:52

El principal anuncio de la cumbre de jefes de Estado del G-8, realizada en la ciudad de Enniskillen, en Irlanda del Norte, es que Estados Unidos y la Unión Europea iniciarán en Washington, en julio próximo, las negociaciones para concertar la Asociación Transatlántica de Comercio e Inversión, que será el tratado de libre comercio más importante del mundo, que las dos partes aspiran a cerrar en dieciocho meses, a fines del 2014, tiempo récord en relación al promedio de las negociaciones económicas internacionales.

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El principal anuncio de la cumbre de jefes de Estado del G-8, realizada en la ciudad de Enniskillen, en Irlanda del Norte, es que Estados Unidos y la Unión Europea iniciarán en Washington, en julio próximo, las negociaciones para concertar la Asociación Transatlántica de Comercio e Inversión, que será el tratado de libre comercio más importante del mundo, que las dos partes aspiran a cerrar en dieciocho meses, a fines del 2014, tiempo récord en relación al promedio de las negociaciones económicas internacionales.

“Este es un premio que se recibe una vez en la vida y estamos dispuestos a aprovecharlo”, señaló el primer ministro británico, David Cameron, junto al presidente estadounidense, Barack Obama, y los jefes de la Comisión Europea, el portugués José Manuel Durao Barroso, y del Consejo Europeo, el holandés Herman Van Rompuy.

Debatida desde hace más de treinta años pero resistida, especialmente por Francia, en la década del 90, la idea de un acuerdo de libre comercio entre Estados Unidos y la Unión Europea ha ganado fuerza desde que Washington y Bruselas tratan afanosamente de incentivar la recuperación de las economías de los países desarrollados y dado que el vigoroso ascenso de China induce a la integración económica de Occidente.

La suma del producto bruto interno de Estados Unidos y la Unión Europea representa el 47% de la economía mundial. El intercambio de bienes y servicios entre ambos asciende actualmente a más de 900.000 millones de dólares anuales. En materia de bienes, la Unión Europea exporta a Estados Unidos más de lo que importa. Lo contrario sucede en el rubro de servicios.

Pero más allá incluso del intercambio comercial, las dos economías están profundamente integradas. Las inversiones estadounidenses en Europa son tres veces mayores a las que tiene en toda Asia. A su vez, las inversiones europeas en Estados Unidos son ocho veces más grandes que las ubicadas en China e India juntas. De allí que una parte considerable del comercio bilateral sea “intrafirma”, o sea el intercambio de partes y componentes entre filiales de las mismas corporaciones transnacionales estadounidenses y europeas.

A favor y en contra

Francia insistió en plantear la protección de los medios de comunicación y la “excepción cultural” como una condición para aceptar la apertura de las negociaciones. Esa tenaz resistencia hizo que los otros veintiséis países de la Unión Europea accedieran a su exigencia de proteger las películas y los medios de Internet de la avasalladora supremacía californiana, ejercida a través de Hollywood y Silicon Valley.

Estados Unidos vende a la Unión Europea mucha más música, películas, y programas de radio y televisión de los que adquiere en Europa. Ese superávit comercial es de alrededor de 2.000 millones de dólares anuales. Pero Francia teme que ese desequilibrio aumente al ritmo de la acelerada expansión de los nuevos servicios digitales, ampliamente dominados por las empresas tecnológicas norteamericanas.

Conviene empero resaltar que estas objeciones galas trascienden las cuestiones estrictamente económicas. Existe una dimensión hondamente ideológica. Los franceses reivindican a ultranza la defensa de su identidad cultural contra lo que denuncian como una invasión norteamericana.

Alemania, que es la segunda potencia exportadora mundial, después de China y antes que Estados Unidos, advirtió contra los inconvenientes que supone excluir a determinados sectores de la negociación del tratado. El titular de la asociación de exportadores alemanes, Antón Borner, manifestó que “el objetivo debe ser la completa eliminación de aranceles, así como de todas las barreras entre ambas regiones”.

Borner recalcó que “todo debe ser puesto sobre la mesa de negociaciones, sin ninguna excepción”.

Los alemanes aseveran también que una mayor integración económica con Estados Unidos, cuyo nivel de productividad es el más alto del mundo, obligará a multiplicar los esfuerzos europeos por mejorar la competitividad de sus economías. Este desafío incentivaría la necesidad de implementar los planes de reestructuración económica fuertemente rechazados por la opinión pública.

Las objeciones francesas contrastan asimismo con la aprobación de los países del sur de Europa, que son los más afectados por la crisis. Un estudio de la Fundación Bertelsmann afirma que España sería uno de los máximos beneficiarios del tratado en materia de creación de empleo.

Sostiene que en Italia y Portugal el “efecto ocupación” será “superior a la media” de la Unión Europea.

Más globalización

Cuando en septiembre de 2008 estalló la primera gran crisis financiera internacional de la era de la globalización, que los analistas compararon con la gigantesca debacle de 1929, cundió el temor de que su impacto provocase una reaparición de las prácticas comerciales proteccionistas que habían imperado desde entonces hasta los comienzos de la década del 90, cuando la convergencia entre la revolución tecnológica de la información y la desaparición de la Unión Soviética impulsaron la puesta en marcha de un vasto proceso de unificación del mercado mundial.

Dichos analistas, empeñados en enfocar los problemas nuevos con las categorías de antaño, basaban sus predicciones en el antecedente de que aquella tremenda crisis había dado por tierra con una fase histórica, que podría definirse como la “primera globalización”, iniciada alrededor de 1870 con la segunda revolución industrial, que abrió una prolongada época de expansión del libre comercio, en un sistema mundial signado por la supremacía de Gran Bretaña.

Sin embargo, esta vez ocurrió lo contrario. El consenso predominante fue que a esta crisis de la economía globalizada había que responder con una profundización de la globalización. El Grupo de los 20, que formalizó la incorporación a la mesa de las grandes decisiones de los principales países emergentes, encabezados por China, y sustituyó entonces al Grupo de los 8, encabezado por Estados Unidos e integrado por las siete economías más desarrolladas más Rusia, como el centro de coordinación política de la economía mundial, enfatizó su abierto rechazo a la receta de resucitar las prácticas proteccionistas para afrontar la crisis.

El resultado de esta determinación fue la aceleración de la tendencia hacia la mayor integración de la economía mundial. El estancamiento de las negociaciones multilaterales en el marco de la Organización Mundial de Comercio fue compensado con un fuerte incremento de los acuerdos comerciales bilaterales entre países o entre regiones.

El acuerdo celebrado entre la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) y China, la irrupción en el escenario latinoamericano de la Alianza del Pacífico y el proyecto de una Asociación Transpacífica son otros tantos hitos en la configuración de un denso entramado asociativo que remodela la economía mundial.

En este sentido, la negociación de un acuerdo comercial entre Estados Unidos y la Unión Europea constituye la respuesta de Occidente al desafío económico y político que supone el resurgimiento de Asia.

Alerta también sobre el hecho de que los países o regiones que permanezcan al margen de este proceso de integración en marcha sufrirán las consecuencias en términos de aislamiento e irrelevancia internacional.

 

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