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Un sueño despierto en el santuario

Viernes, 28 de junio de 2013 20:44

 El sábado pasado (22 de junio de 2013) mi chango, 17 años, Facundo, que juega en la cuarta del club San Francisco, enfrentó al equipo de sus amores Juventud Antoniana, pero la alegría suya era que pisó el césped de la Lerma y San Luis, todo un sueño hecho realidad, como lo tendrán tantos changos salteños.

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 El sábado pasado (22 de junio de 2013) mi chango, 17 años, Facundo, que juega en la cuarta del club San Francisco, enfrentó al equipo de sus amores Juventud Antoniana, pero la alegría suya era que pisó el césped de la Lerma y San Luis, todo un sueño hecho realidad, como lo tendrán tantos changos salteños.

Y yo estuve allí para saborearlo, porque también soñaba y me sentía él, en versión renga.

Por este motivo después de no sé cuánto tiempo volví al estadio de Juventud y mi alegría también fue encontrarme y recordar gente chura que poblaba ese estadio cuando era chango.

De entradita me topé con doña Argentina, una institución en la Lerma, lo que me hizo ver reflejada en ella a doña Virginia, una santa de verdad, una bondad infinita. Era la señora que vivía en el club cuando yo era niño y que se sentaba con su hermano Gregorio, discapacitado, a ver los partidos en la tribuna que tenía la sombra de los eucaliptos.

El equipo de Facu perdió, pero cerraba los ojos y por su actitud ya lo veía jugando en primera. Locura de todo tata.

Pero allí no terminó todo, al salir del túnel me fundí en un abrazo con el “Guacha” Flores, ¿se acuerdan de aquel formidable jugador antoniano? Caminé unos pasos y había otra sorpresa, desde un rincón, del fondo de una pieza llena de botines y camisetas salía el grito: “Minola... Minola... rengo... rengo...”. Di la media vuelta y fui en busca del llamado y de otro alegrón, era el Totano, utilero de décadas en Juventud Antonia. El, sobre el pucho, me preguntó: “¿Rengo, y la bicicleta? ¿Te acordás cuando me pedías que te pase todos los datos del equipo?”. El se acordaba de Gloria, un cuaderno donde yo anotaba. Y continuaba indagándome de nuevo: “¿Y la bicicleta con la que entrabas a la cancha?”. Le respondí que quedó en el pasado y ahora andaba en auto. Totano se agarraba la cabeza de la alegría de haberme visto crecer desde mis inicios en esta pasión futbolera.

 Soñaba despierto y en la mente me daban vuelta los eucaliptus, el bufete de abajo de las tribunas, 

el cura Pistoia, el masitero Manuel, Sirena Zureti y otros tantos amigos. Fue un volver a ser niño.

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