Imposible no mover, por lo menos, un pie cuando los cubanos del septeto Matamoros están en acción. Es como si una corriente interior impulsara al baile o a algún tipo de movimiento rítmico, porque ellos lo tienen en la sangre y porque lo transmiten y lo contagian naturalmente.
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Imposible no mover, por lo menos, un pie cuando los cubanos del septeto Matamoros están en acción. Es como si una corriente interior impulsara al baile o a algún tipo de movimiento rítmico, porque ellos lo tienen en la sangre y porque lo transmiten y lo contagian naturalmente.
Casi dos horas de show ofrecieron el sábado en El Huerto, a sala llena, con un repaso de los temas musicales desde los años 30 hasta la actualidad. “Cubanísimo son” es el espectáculo con mambo, cha cha cha, rumba, merengue, boleros y sones. Una entrega total y un tributo al legado que les dejó Miguel Matamoros, creador del grupo y autor de “Lágrimas negras” (tema interpretado en todo el mundo por diferentes figuras de la talla de Diego El Cigala, Compay Segundo y Chucho Valdés), y bisabuelo de dos de los actuales integrantes del grupo, Emilio y Rubén.
Con todo este formidable antecedente artístico, el hoy septeto Matamoros, realiza una gira por Latinoamérica con su canto tan alegre como hundido en las raíces africanas, más el complemento de una pareja de bailarines que dio la nota, en particular el hombre, dotado de una técnica y de un estado físico asombrosos.
Los Matamoros volvieron para dejar, otra vez, su impronta, esa que los caracteriza, esa que aunque no se ve provoca en el piso de la sala una especie de sordo acompañamiento rítmico.
“Lágrimas negras” fue el punto saliente de la noche; el mejor tributo para su autor y el enorme placer del improvisado coro que los acompaño desde la platea.