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Emotiva despedida del obispo Marcelo Colombo

Miércoles, 10 de julio de 2013 12:21

El papa Francisco I designó al obispo de Orán, Marcelo Daniel Colombo, como titular de la diócesis de La Rioja. Allí reemplazará a monseñor Roberto Rodríguez, quien estuvo al frente de esa sede durante siete años.
El pontífice argentino conoce muy bien a Colombo, quien lo invitó alguna vez a Orán. Su nuevo destino tiene carácter emblemático: fue la diócesis de monseñor Enrique Angelelli, considerado un mártir por su trágica muerte en un atentado, en agosto de 1976,
Colombo, de 52 años, llegó a Orán como obispo el 22 de agosto de 2009. Provenía de la diócesis de Quilmes, donde se caracterizó por un fuerte perfil social y una actitud descontracturada. En Orán cultivó una pastoral de puertas abiertas, comprometido con problemas cruciales como la pobreza, el desempleo y la creciente violencia.
Comprometido en sus pronunciamientos pero con una inequívoca vocación de diálogo, trabajó especialmente por las comunidades aborígenes y las poblaciones rurales. En los últimos meses, la diócesis de Orán, que abarca también los departamentos de San Martín y Rivadavia, sufrió el flagelo de la sequía y un aumento notorio de los crímenes y la violencia social. Ante ese desafío, Colombo mostró una posición firme de denuncia y acompañamiento. “Jesucristo, servidor de todos. Esa es la premisa con la que he trabajado en Orán y con la que seguiré haciéndolo, donde Dios disponga que lo haga”, dijo ayer al despedirse.

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El papa Francisco I designó al obispo de Orán, Marcelo Daniel Colombo, como titular de la diócesis de La Rioja. Allí reemplazará a monseñor Roberto Rodríguez, quien estuvo al frente de esa sede durante siete años.
El pontífice argentino conoce muy bien a Colombo, quien lo invitó alguna vez a Orán. Su nuevo destino tiene carácter emblemático: fue la diócesis de monseñor Enrique Angelelli, considerado un mártir por su trágica muerte en un atentado, en agosto de 1976,
Colombo, de 52 años, llegó a Orán como obispo el 22 de agosto de 2009. Provenía de la diócesis de Quilmes, donde se caracterizó por un fuerte perfil social y una actitud descontracturada. En Orán cultivó una pastoral de puertas abiertas, comprometido con problemas cruciales como la pobreza, el desempleo y la creciente violencia.
Comprometido en sus pronunciamientos pero con una inequívoca vocación de diálogo, trabajó especialmente por las comunidades aborígenes y las poblaciones rurales. En los últimos meses, la diócesis de Orán, que abarca también los departamentos de San Martín y Rivadavia, sufrió el flagelo de la sequía y un aumento notorio de los crímenes y la violencia social. Ante ese desafío, Colombo mostró una posición firme de denuncia y acompañamiento. “Jesucristo, servidor de todos. Esa es la premisa con la que he trabajado en Orán y con la que seguiré haciéndolo, donde Dios disponga que lo haga”, dijo ayer al despedirse.

El mensaje

“Qué difícil me resultará decir adios...”

“Queridos hermanos, no tengo muchas palabras para explicarles mis sentimientos más profundos ante este cambio que vivo en la obediencia de la fe. Simplemente deseo manifestarles cuánto los quiero y qué importantes son para mí, cuánto siento tener que dejarlos y qué difícil me resultará decirles adiós en algún tiempo cuando deba partir. Nosotros los sacerdotes estamos llamados a la misión, y aunque seamos obispos, estamos urgidos por la disponibilidad que un día prometimos en nuestra ordenación. Así, contando con nuestra pequeñez, la iglesia enlaza corazones y fuerzas más allá de las geografías para anunciar la presencia del reino entre los hombres. Somos testigos de un amor grande, el del Jesucristo, buen pastor. Cuando llegue aquel 22 de agosto de 2009 a Orán, sentí que nacía entre nosotros un vínculo fuerte, arraigado en la alegría de la buena noticia para esta parte de Salta y de la Argentina. Había tenido una intensa y apasionante experiencia de iglesia, en mi diócesis de origen, Quilmes. Fueron muchos los modos en que ustedes ganaron rápidamente mi corazón, por eso no me pesó lo abrupto del cambio de vida, de escenario y de personas. Venía de la ciudad, con sus desafíos y sus necesidades urgentes para toparme con yungas, cerros y montes que me conectaron con otras realidades no menos apremiantes como la necesidad de impulsar las vocaciones y los ministerios laicales, redescubrir el diaconado permanente. Mi paso por el norte de Salta me permitió apreciar y fortalecer la presencia de la vida consagrada en sus distintos carismas, profundizar nuestro compromiso con la causa de los pueblos originarios y del medio ambiente y aportar al bien común, en un diálogo constructivo con los actores sociales y políticos, desde la Doctrina Social de la Iglesia, esa bella e intensa página concreta del Evangelio. Puse la mano en el arado, como dice el Evangelio, sostenido en la confianza de ustedes, que me animaban a apacentarlos, que me demostraban su cariño y cercanía con su lenguaje cálido y sereno, lleno de esa salteñidad maravillosa, con sus cantos vibrantes y sus tonadas. He aprendido mucho del ejemplo de sus familias, comunidades originarias, comunidades parroquiales y religiosas, de esa fe sencilla, serena, sin estridencias, fecunda a la hora de compartirse en gestos afectuosos, en celebraciones y fiestas, en visitas y misiones. A los seminaristas les dijo que sé que han comprendido seriamente el significado de amar con los sentimientos de Cristo al pueblo que él nos confió. He aprendido de muchos de ustedes, esa entrega generosa y creativa. Les acerco mi gratitud más sincera. A las religiosas que estaban antes de mi llegada, por el testimonio vivo y fecundo en las comunidades. ­Gracias por toda la vida compartida en estos casi cuatro años desde que comencé mi servicio entre ustedes. Voy cerrando este mensaje que brota de mi corazón de pastor, para abrazarlos y estrecharlos fuertemente, como cuando nos encontramos y saludamos en distintas ocasiones. Nos seguiremos viendo, hasta la fiesta de San Ramón, madurando el adiós para que sea un hasta siempre, un hasta cada Eucaristía, donde Jesús nos parte el pan”.

 

 

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