Houria Moummi y Cassandre Bouvier paseaban por un lugar paradisíaco, en una villa que se parece a una aldea alpina. Ningún turista podía sentir temor en esa tarde, llena de pájaros, cerca de comercios y de casas de familia. Allí las emboscaron, las violaron y las mataron.
Este crimen no suma simplemente dos víctimas a la estadística, que a veces sirve para esconder las culpas del Estado. Aquí hubo varias negligencias. Primero, ninguna autoridad prestó atención a las denuncias que desde hacía más de un año venían dando cuenta de ataques a turistas por parte de una banda de lugareños. Además, dos de los detenidos trabajaban para el Estado, uno como guía y otro como guardaparque. Quizá punteros, acomodados o ñoquis. En tercer lugar, toda provincia con fuerte flujo turístico debe darse una estrategia para resguardar a los extranjeros.
Nada de eso se hizo.
Como agravante, las primeras evidencias fueron contradictorias. Al comienzo se estimó que las muertes databan de dos o tres días, cuando habían ocurrido dos semanas antes. Hubo algunas detenciones apresuradas, con denuncias de torturas incluida, que evidenciaban el apuro por esclarecer un crimen que manchaba la imagen de Salta y de su Gobierno.
A eso se sumó el hecho de que los cuerpos permanecieran dos semanas a la intemperie sin que nadie los descubriera.
Y finalmente, la sobreactuación del gobernador Juan Manuel Urtubey, que agregó sombras a un acontecimiento de por sí sombrío.
Así comenzó a hilvanarse una leyenda sobre una supuesta orgía imaginada cerca del lugar y protagonizada por funcionarios o allegados al poder. Aún hoy, son muchas las personas que no creen en la historia oficial.
La muerte de Houria y Cassandre es un caso de inseguridad, aunque con resonancia internacional, similar a los que se producen cada vez con mayor intensidad en Salta, pero que pudo haberse evitado con una política eficaz y realista y con funcionarios capacitados.
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Houria Moummi y Cassandre Bouvier paseaban por un lugar paradisíaco, en una villa que se parece a una aldea alpina. Ningún turista podía sentir temor en esa tarde, llena de pájaros, cerca de comercios y de casas de familia. Allí las emboscaron, las violaron y las mataron.
Este crimen no suma simplemente dos víctimas a la estadística, que a veces sirve para esconder las culpas del Estado. Aquí hubo varias negligencias. Primero, ninguna autoridad prestó atención a las denuncias que desde hacía más de un año venían dando cuenta de ataques a turistas por parte de una banda de lugareños. Además, dos de los detenidos trabajaban para el Estado, uno como guía y otro como guardaparque. Quizá punteros, acomodados o ñoquis. En tercer lugar, toda provincia con fuerte flujo turístico debe darse una estrategia para resguardar a los extranjeros.
Nada de eso se hizo.
Como agravante, las primeras evidencias fueron contradictorias. Al comienzo se estimó que las muertes databan de dos o tres días, cuando habían ocurrido dos semanas antes. Hubo algunas detenciones apresuradas, con denuncias de torturas incluida, que evidenciaban el apuro por esclarecer un crimen que manchaba la imagen de Salta y de su Gobierno.
A eso se sumó el hecho de que los cuerpos permanecieran dos semanas a la intemperie sin que nadie los descubriera.
Y finalmente, la sobreactuación del gobernador Juan Manuel Urtubey, que agregó sombras a un acontecimiento de por sí sombrío.
Así comenzó a hilvanarse una leyenda sobre una supuesta orgía imaginada cerca del lugar y protagonizada por funcionarios o allegados al poder. Aún hoy, son muchas las personas que no creen en la historia oficial.
La muerte de Houria y Cassandre es un caso de inseguridad, aunque con resonancia internacional, similar a los que se producen cada vez con mayor intensidad en Salta, pero que pudo haberse evitado con una política eficaz y realista y con funcionarios capacitados.