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Agustín es un niño wichi que precisa atención y solidaridad

Sabado, 06 de julio de 2013 20:45

Pedro Agustín Corro, se llama. Tiene 14 años. Nació el 28 de mayo del 1999 con parálisis cerebral. Pesa 12 kilos y no hace falta explicar que padece una desnutrición severa. Es un niño wichi de la misión del Kilómetro 6 de Tartagal, cerca de Tonono. Llegó a Salta con su mamá, Mariela Anselmo, y su papá, Simón Corro, en un estado desesperante por un problema respiratorio estacional que en él, con esos pocos kilos y su problema de nacimiento, podría ser mortal. Está internado en el Hospital Materno Infantil, en el Centro de Investigaciones Nutricionales, y los médicos evalúan colocarle un botón gástrico para mejorar su calidad de vida con otro tipo de alimentación. Sus necesidades son todas. Pañales de bebé tamaño extra grande; ropa para varón talle 6 a 8; una silla especial articulada para niño, ya que no puede sentarse y “no tengo un peso”, dice su mamá.

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Pedro Agustín Corro, se llama. Tiene 14 años. Nació el 28 de mayo del 1999 con parálisis cerebral. Pesa 12 kilos y no hace falta explicar que padece una desnutrición severa. Es un niño wichi de la misión del Kilómetro 6 de Tartagal, cerca de Tonono. Llegó a Salta con su mamá, Mariela Anselmo, y su papá, Simón Corro, en un estado desesperante por un problema respiratorio estacional que en él, con esos pocos kilos y su problema de nacimiento, podría ser mortal. Está internado en el Hospital Materno Infantil, en el Centro de Investigaciones Nutricionales, y los médicos evalúan colocarle un botón gástrico para mejorar su calidad de vida con otro tipo de alimentación. Sus necesidades son todas. Pañales de bebé tamaño extra grande; ropa para varón talle 6 a 8; una silla especial articulada para niño, ya que no puede sentarse y “no tengo un peso”, dice su mamá.

Simón tuvo que regresar al Kilómetro 6 para trabajar y cuidar a las dos hermanas de Agustín, de 12 y 7 años. Mariela se quedó internada con el niño y los miedos. Desde la habitación de hospital, meciendo al chico en su regazo, y en media lengua (porque habla wichi), relata: “Estaba bien Agustín y después le agarró un resfrío que empeoró día a día. Desde que ha nacido lo atendían en el hospital de Tartagal, pero ahora que se ha puesto mal, lo hacían dormir nomás”. Aliviada de estar en Salta y reflexionando, agrega: “yo me pregunto porqué no lo han mandado antes a este gran hospital para que no se venga abajo por la fiebre. Casi se me muere”.

Está muy agradecida a una fonoaudióloga de quién sólo sabe el nombre, Fabiana. “Ella lo ha visto en Tartagal y le ha pedido a los médicos del Hospital Perón que lo manden para Salta porque se iba a morir así. Estaba peor que ahora. Hace dos semanas que le dan remedios acá y los médicos están haciéndole análisis porque quieren ponerle un botón gástrico porque está muy desnutrido, dicen”. Mariela tiene miedo. Cuenta que ella, en la casa, le da de comer por la boca “bien picadito” y traga todo. “No sé si podrá andar con el botón gástrico porque allá donde vivo es campo y hay mucha tierra”. Está conforme con la casa de material “prestada” donde vive, pero no entiende que se pueda alimentar a alguien por un agujerito en la panza.

“¿Y eso se queda para siempre en el cuerpo?”. Busca respuestas en esta cronista. Quiere segundas opiniones. Como si una palabra (de cualquiera) pudiera prolongar y hasta mejorar el endeble futuro.

Busca esperanzas mientras se abren desorbitados los ojos del hijo ahogado con la saliva. También están desorbitados los ojos de la madre que viene de una misión wichi del norte a esta Salta capital, donde recién descubre con asombro y un poco de espanto, que la calidad de vida de su hijo puede mejorar.

Ella logró cada gramo de Agustín con mucho esfuerzo hasta los 15 kilos en 14 años. En menos de un mes ha perdido 3 kilos de oro para una salud tan frágil.

“Esperaré a mi esposo para decidir. Los médicos me hablan pero no sé”.

La sabiduría de una mamá

Mariela no siente que hayan tratado mal a su hijo por ser wichi. Claro que no se explica por qué dejaron que el niño llegue a esta instancia. Más bien cree que los médicos de Tartagal no están preparados para tratar casos como el de Agustín. Extraña mucho su casa y a su familia. Simón, el marido, es carpintero, y seguramente muy hábil por el arte innato de los wichi para trabajar la madera.

Esta etnia compone un espacio sorprendente. En las misiones el silencio aturde, impresiona, y habla de sabiduría y paciencia: dos condiciones de las que pocos pueblos pueden presumir.

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