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Vaca Muerta, la "quimera del oro negro"

Sabado, 31 de agosto de 2013 03:53

La veloz aprobación del acuerdo entre YPF y Chevron en Neuquén representó un alivio para el Gobierno, pero el gran desafío ahora es iniciar las operaciones para extraer petróleo y gas no convencional lo más rápido posible y empezar a determinar con mayor precisión el potencial real del megayacimiento Vaca Muerta.

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La veloz aprobación del acuerdo entre YPF y Chevron en Neuquén representó un alivio para el Gobierno, pero el gran desafío ahora es iniciar las operaciones para extraer petróleo y gas no convencional lo más rápido posible y empezar a determinar con mayor precisión el potencial real del megayacimiento Vaca Muerta.

Gracias a Vaca Muerta, la Argentina es la segunda potencia mundial -detrás de EEUU- en cantidad de reservas de shale gas (o gas de esquisto) y la cuarta en shale oil (petróleo de esquisto).

Son 30.000 kilómetros cuadrados, de los cuales 12.450 están bajo la concesión de YPF, mientras que compañías como Shell, Exxon, Chevron, Pan American, Apache, Gas Medanito, Total Austral y PlusPetrol tienen buena parte del resto.

Se cree que allí abajo hay nada menos que 117 trillones de pies cúbicos de gas y 40.000 millones de barriles de petróleo, lo cual permitiría multiplicar por diez las reservas del país.

Pero se calcula que extraerlos demandará una inversión de U$S 37.000 millones en los próximos 5 años, equivalentes a las reservas del Banco Central.

En ese objetivo está enfrascado el ingeniero en petróleo Miguel Galuccio, el CEO de YPF que considera al acuerdo con Chevron el "caso testigo" que puede persuadir a otras compañías del sector petrolero de imitar la decisión de la compañía norteamericana.

Con 45 años, el entrerriano Galuccio hizo una apuesta fuerte al aceptar ser “repatriado” para volver a su primer amor. Tras irse de YPF hace unos años, Galuccio se había sumado a Schlumberger, la firma top a nivel mundial de servicios petroleros, donde como gerente general de Operaciones para México y América Central logró sellar contratos clave con el gigante petrolero estatal Pemex.

En 2011 lo habían nombrado director de Gestión de la Producción de Schlumberger, con sede en Londres, pero pocos meses después le llegó lo que considera la oportunidad de su vida: volver a YPF para hacerle recuperar, según sus palabras, la "gloria perdida".

Con este primer paso cerrado, Galuccio deberá hacer malabarismo para impedir que la mezquindad política ponga palos en la rueda a su objetivo de reposicionar a YPF en el mundo, lograr que fluyan otras inversiones para Vaca Muerta y convencer al ala más radicalizada del gobierno de que los capitales no llegarán a estas pampas si no se retoma un camino de racionalidad y respeto de las reglas de juego.

Una decisión en el peor momento

Parte de ese esquema de persuasión que debió armar Galuccio incluyó las cuestionadas cláusulas secretas sobre el tipo de asociación y las salvaguardias que el Estado le otorga a Chevron. Es que la Argentina debió aceptar que serán los tribunales estadounidenses los que resolverán eventuales controversias que puedan surgir.

La decisión no podría haber llegado en peor momento, porque justo la Argentina decidió abrir por tercera vez el canje de deuda y canjear bonos de los dos anteriores con jurisdicción Nueva York por otros que se dirimirían en Buenos Aires en caso de litigio.

También puede leerse como una contradicción que el gobierno argentino haya aplicado un inédito cepo cambiario para impedir la fuga de divisas, a la vez que le habilita a Chevron y cualquier otra petrolera que invierta más de U$S 1.000 millones en hidrocarburos no convencionales exportar libremente el 20% de la producción sin obligación de traer las divisas al país, transcurridos cinco años.

Constituyó un logro pro-mercado de Galuccio el otorgamiento automático de nuevas concesiones a 35 años, ya que el negocio petrolero, como el minero, es de largo plazo, un concepto que a veces es difícil de entender para gobiernos siempre apremiados por el día a día y las visiones cortoplacistas destinadas a retener el poder por sobre cualquier otro objetivo estratégico.

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