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“Cuando uno investiga algo, también se busca a sí mismo”

Domingo, 13 de julio de 2014 12:45

Un día de enero, hace muchos años, agarró su mochila y se fue a Tilcara. Miguel Cáseres llevaba poco dinero, el que le habían prestado algunos compañeros de la Juventud Peronista. En la mochila, tres libros: Abaddón el exterminador, El Túnel, ambos de Ernesto Sábato; y Las brevas maduras, de Miguel Angel Scenna. Tendría mucho tiempo para leer. A su regreso, una tarde frente a la iglesia de La Merced, se encontró con un amigo a quien le contó sobre la travesía y sus lecturas. Discutieron sobre el libro de Scenna. Miguel lo llamó “novela” y su amigo corregía: “es un libro de historia”. “Con la soberbia propia de los ignorantes, le aposté un sánguche a que no era como el decía. Y perdí. Pero gané una vocación. Cuando comprobé que era un libro de historia me sorprendí porque yo en la secundaria odiaba esa asignatura y entendí que esta disciplina, como la luna, tiene varias caras”, rememora Cáseres. A los pocos días estaba haciendo fila en la Universidad Nacional de Salta para inscribirse en el profesorado de Historia. La moraleja de esta anécdota es cuán iluminador puede ser un libro, a la hora marcarle un rumbo a una persona.

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Un día de enero, hace muchos años, agarró su mochila y se fue a Tilcara. Miguel Cáseres llevaba poco dinero, el que le habían prestado algunos compañeros de la Juventud Peronista. En la mochila, tres libros: Abaddón el exterminador, El Túnel, ambos de Ernesto Sábato; y Las brevas maduras, de Miguel Angel Scenna. Tendría mucho tiempo para leer. A su regreso, una tarde frente a la iglesia de La Merced, se encontró con un amigo a quien le contó sobre la travesía y sus lecturas. Discutieron sobre el libro de Scenna. Miguel lo llamó “novela” y su amigo corregía: “es un libro de historia”. “Con la soberbia propia de los ignorantes, le aposté un sánguche a que no era como el decía. Y perdí. Pero gané una vocación. Cuando comprobé que era un libro de historia me sorprendí porque yo en la secundaria odiaba esa asignatura y entendí que esta disciplina, como la luna, tiene varias caras”, rememora Cáseres. A los pocos días estaba haciendo fila en la Universidad Nacional de Salta para inscribirse en el profesorado de Historia. La moraleja de esta anécdota es cuán iluminador puede ser un libro, a la hora marcarle un rumbo a una persona.

Hoy Miguel Cáseres lleva más de cuarenta años como empleado de la Biblioteca Provincial. También fue su director durante cuatro años. Es docente fundador de la escuela Juan Calchaqui y cumple tareas en la Municipalidad y el Concejo Deliberante. Tiene un programa de radio, dirige la biblioteca popular Juan Carlos Dávalos, tiene más de 20 libros editados y otros 20 por editar, y se define “profundamente docente”. Está convencido de que “la docencia sin amor es solo un trabajo”.

En una extensa entrevista con El Tribuno, citó algunos pasajes de su propia historia. Así, dice lo suyo, el historiador salteño Miguel Cáseres.

¿Qué recuerda de sus años como estudiante?

Terminé mi carrera teniendo que haber sido alumno récord en la universidad porque en esos tiempos, cuando se inició la dictadura, no estaba permitido hacer más de cinco materias por año. Yo el primer año hice 11 y el segundo, 10. A la vez militaba políticamente y mi conciencia me exigía valorar que un estudiante universitario está en los claustros universitarios gracias al pueblo. Me sentía no solo agradecido sino también endeudado socialmente. Siempre pensé que debía retribuir todo eso.

Nací en Villa Cristina, cerca de las casas de Manuel J. Castilla, Hugo Alarcón, Benjamín Toro, y caminaba hasta Jujuy y Sarmiento derecho hasta la actual Arenales para hacer dedo para ir a la facultad. Aún así sentía que no podía quejarme de nada. Y no podía volverme un alumno crónico. Debía recibirme pronto para trabajar.

En una nota periodística que me hizo Edgard Castillo, me preguntaba qué opinaba de la universidad. Yo contesté que la universidad estaba llena de corrupción en el entendimiento de que no se puede hablar de corrupción solo en el robo de dinero, sino que también se roba tiempo y muchas veces está totalmente de espalda al interés nacional y, fundamentalmente, de las expectativas de los alumnos y se pierde el nivel conceptual, la valoración de lo heurístico. Bueno, en esos tiempos querían echarme de la universidad, pero me apoyaron la CGT y la biblioteca Dávalos, entre otros. Me recibí de profesor de Historia y mis compañeros pusieron un cartel que decía: “Se recibió el último mohicano”.

Usted es, quizás, el historiador salteño que más ha compartido su conocimiento, incluso a través de los medios de comunicación. ¿Piensa que así es más efectivo hablar de historia?

Exactamente. Desde que me entregaron mi título tengo tres cosas muy claras: la primera es que no voy a trabajar en la educación privada y en cambio, me dedicaré plenamente a la educación pública. En segundo lugar que no puedo repetir pautas metodológicas que a mí me hicieron sufrir en el tiempo de mis estudios con sustento didáctico para darle mayor accesibilidad al conocimiento científico, porque creo que el gran desafío de la ciencia es hacer sencillas las cosas más completas. En tercer lugar estoy convencido de que el pueblo necesita acceder a su patrimonio de memoria colectiva por eso me comprometí con los archivos históricos que no pueden estar siendo desarrollados bajo un concepto feudal. Es decir, no son propiedades de señores sino que le pertenecen al pueblo, dicho con mayúsculas. Hay que permitir el acceso a ellos, resguardando la integridad del patrimonio.

Es notable cómo se preocupa por hablar de contextos cotidianos: cómo se llamaban las calles de la ciudad, por dónde pasaban ríos, cómo eran los espacios que hoy transitamos. ¿Qué sentido tiene esta forma de enseñar?

Recién hablaba de algunos pasajes de mi vida y con esta pregunta se me viene a la memoria mi mamá, en el hospital, el día antesde morir. Todavía me duele la espalda de un rasguño de ella, que clavando las uñas en mi espalda me decía que estudie, que ella iba a morir. “El hambre no se tolera y la dignidad no se negocia”, me dijo aquel día. Con el tiempo esa frase me arañó el alma. Entonces yo estoy comprometido en buscarme. Cuando uno hace investigación también se busca a sí mismo. Es la naturaleza del ser humano. Yo crecí cerca del canal de la Esteco, en villa Cristina. Por eso digo que: “En tiempos de cuando éramos niños, teníamos envueltos los sueños en un paquete de figuritas. El canal de la Esteco con sus aguas chocolate era el mar final donde iban a parar nuestros barquitos de papel. Tiempos de calles de tierra, de aguas acarriadas, de gallinas engordadas, con ataco de la orilla. Tiempos de poetas ambulantes, con versos incipientes, tiempos de charqui, masamorra y anchi bien caliente”. Esa es mi memoria, parte de mi existencia y de mi desafío profesional y científico y así como le escribo con esta dulzura al canal de la Esteco, me preocupé científicamente por buscar su historia y así pude saber que fue inaugurado un 29 de junio de 1908 y que asistió el gobernador Linares, se cuáles ministros hablaron, entre otras cosas... Buscándome me adentré en mis propios sentimientos, dudas, incógnitas y expectativas y me pude ir alimentando científicamente.

Los viejos nombres de las calles, por ejemplo, son algo que nos interpela a todos, porque recorremos la ciudad a diario...

Claro. Siempre nos juntábamos en la esquina de la San Luis y Malvinas con los changos. Conversábamos y tomábamos un vinito de vez en cuando. Entonces eso me hacía pensar cómo serían antes esas calles y descubrí que la calle San Luis se llamaba “Calle de La Esperanza”. Y esa esquina verdaderamente había sido parte de mi esperanza. Me encontré en esa calle y el esfuerzo científico es tremendo porque ese es un dato que hay que buscarlo y puede llevar meses o años, pero es muy gratificante. Por eso escribo sobre el Milagro, sobre las calles de Salta, la historia de sus funcionarios políticos, entre tantas cosas.

Quizás sea una frase trillada la que señala que conocer nuestra historia nos permite entender el presente y pensarlo más analíticamente. ¿Cuáles piensa que son los acontecimientos de la provincia que precisan de ese revisionismo?

Y sí. Eso va alimentándose a partir de la conciencia política. Yo siempre, quizás por el hambre o las vicisitudes que me tocaron pasar, siempre tuve compromiso político. Aunque no soy político. Soy profundamente docente y creo que la docencia no puede desperdiciar el soporte, por eso estoy en la radio y también me gusta hablar con los medios y quiero compartir lo poco que se con la mayor cantidad de gente que se pueda porque valoro el esfuerzo y pienso que un dato que uno encuentra es como la última pincelada de un pintor. Quiero que se difunda y se comparta. 

¿Puede contarnos más sobre esa conciencia política?

Mi conciencia política siempre me acompañó. Eso me trajo algunos sinsabores porque me secuestraron tres veces durante la dictadura militar porque había fundado colegios y creyeron que era mejor así. El secuestro es la tortura plena. El que ha sufrido un secuestro sabe cómo es la muerte, la conoce. 

¿Qué piensa de la enseñanza de la historia en las escuelas? 

No hay pasión, ni entrega total. “La docencia sin amor es solo un trabajo” era el título que le comenté antes, que me hizo Edgard Castillo y yo pienso que la docencia no es solo un trabajo. La docencia -lo digo en un poema- es un camino a la locura. Es un vaciarse todos los días sin quedar nunca vacío. Creo que está faltando pasión y esa cuota de locura hacia la ciencia y hacia el educando. 
No se puede enseñar historia si uno no se trepa al banco y hace tumba la olla, por decirlo de una manera. Para ser docente también hay que ser un poco actor.
 Hay que transmitirlo, transpirarlo, sentirlo. Falta eso. 
El secreto del profesional de la ciencia histórica es meterse hasta el caracú de lo que es la hermenéutica, que lleva la magia de la comprensión del hecho histórico. 
Cuando uno mira un documento, accede a un texto o a una memoria, se le abre un arcón maravilloso. Ese palpitar es lo que falta para que la gente se enamore de la historia. Mientras eso no pase a nuestro país le va a faltar caracú.
Soy un loco de la educación y pienso que el actual sistema de educación está obsoleto, hay que cambiar las currículas, debe acortarse porque es otra la sociedad. 

¿Cuáles son los hitos históricos de la provincia que más lo han apasionado?

Yo soy un apasionado de todo. Desde los tiempos ancestrales, Juan Calchaqui. La historia argentina ha sido tan pervertida que según algunos nació en 1810, pero tenemos diez mil años de historia. Eso significó una exclusión. 
No solo una castración de la historia, sino una conceptualización cultural de lo que es la marginación de muchos sectores, especialmente de los pueblos ancestrales, los indígenas. 
No tenemos concepto de Nación, tenemos concepto de Estado. Se concibe la historia desde el Estado, no desde la Nación. 

¿Piensa que, en general, la gente conoce la historia de su patria o existen en cambio grandes vacíos, por llamarlos de alguna manera?

Claro que hay vacíos. Y vacíos que generan precipicios. También porque se ha ocultado información, se ha tergiversado el método hermenéutico y la narración del hecho histórico. Uno de los grandes culpables de esto son Bartolomé Mitre y Sarmiento que hicieron una historia acomodaticia y que tienen una cantidad tremenda de seguidores porque todos hemos sido educados bajo esos cánones. 
Pero estamos en el siglo XXI. Creo que los americanos y las argentinos necesitamos volver a mirarnos con intensidad y en la interioridad de nuestra memoria colectiva. 
Creo que estamos perdiendo la visión del tiempo del porvenir y nos estamos olvidando de dejar improntas y testimonios a las generaciones venideras y no debemos olvidar que somos los protagonistas del Bicentenario, con olvidos, desmemorias, ingratitudes, esfuerzos y talentos, pero debe quedar un testimonio de eso. 
Y apelo a una cita bíblica: “Sólo la verdad os hará libres”.

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