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Perón, una figura histórica

Miércoles, 02 de julio de 2014 03:52

No hubo fervor en la conmemoración de los cuarenta años de la muerte de Juan Domingo Perón. Quizá, para la política argentina ya es solo una figura histórica; sin dudas la más influyente del siglo XX y una de las más trascendentes en dos siglos. Representativo, pero de una época que pasó. No es fácil aseverarlo. Su pensamiento, expresado en textos y discursos, responde a una visión humanista, de autoafirmación nacional, que asume como propia la visión equidistante de la doctrina social de la Iglesia católica. Esa visión, menos universal de lo que se pretende, se mantiene en el discurso y en muchas prácticas del sindicalismo tradicional. La idea rectora de “Patria justa, libre y soberana” ya es patrimonio de todas las vertientes.

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No hubo fervor en la conmemoración de los cuarenta años de la muerte de Juan Domingo Perón. Quizá, para la política argentina ya es solo una figura histórica; sin dudas la más influyente del siglo XX y una de las más trascendentes en dos siglos. Representativo, pero de una época que pasó. No es fácil aseverarlo. Su pensamiento, expresado en textos y discursos, responde a una visión humanista, de autoafirmación nacional, que asume como propia la visión equidistante de la doctrina social de la Iglesia católica. Esa visión, menos universal de lo que se pretende, se mantiene en el discurso y en muchas prácticas del sindicalismo tradicional. La idea rectora de “Patria justa, libre y soberana” ya es patrimonio de todas las vertientes.

La práctica de Perón muestra otra faceta: habría que evaluar si el autoritarismo que sufrieron sus adversarios era intrínseco al movimiento o fue la resultante del “principio de acción y reacción”, activado por la coalición antiperonista de la izquierda, los partidos de la burguesía, la embajada norteamericana y la Iglesia.
Perón logró, en su década original, instalar al movimiento obrero como actor central de la política argentina. Reivindicó y dignificó al trabajo y a los trabajadores. 
Esa fue la base de su liderazgo.
El preció que se pagó fue el sacrificio de la república como sistema, el reemplazo de la democracia representativa por la democracia delegativa y la identificación del Estado con el partido de gobierno.
Aquel mediodía del 1 de julio de 1974 pareció que se partía en dos la historia del país, y algo de eso había. Ese gigantesco caudillo moría como presidente, sin haber logrado convertirse en la prenda de conciliación que quería ser.
La historia guarda, no obstante, ese gesto maravilloso que compartieron Perón y Ricardo Balbín. Ambos sepultaron viejos rencores personales para tratar de construir un país plural en medio de una orgía de odio y violencia. Ese abrazo en público no era contubernio ni frentismo: era un compromiso con el futuro.
Pero el futuro cayó con brutalidad sobre la Nación, como una avalancha. La deuda, el aumento de la pobreza, el deterioro de las condiciones de trabajo y la fractura social fueron y son los síntomas de la frustración de un país al que le cuesta encarrilarse por la senda de la democracia y de     la política.

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