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“Con mis trabajos redescubro la maravilla del lenguaje humano”

Domingo, 06 de julio de 2014 12:42

Cuando Sofía descubrió que podía percibir a los seres mágicos, su mundo se hizo más grande. Sofía es la protagonista de “El último reino”, la segunda saga de Leo Batic, alguien que, como ella, también descubrió que puede percibir -y transmitir- magia.

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Cuando Sofía descubrió que podía percibir a los seres mágicos, su mundo se hizo más grande. Sofía es la protagonista de “El último reino”, la segunda saga de Leo Batic, alguien que, como ella, también descubrió que puede percibir -y transmitir- magia.

Es dibujante, escritor, periodista y narrador. “Comunicador”, simplifica él. A veces dice con dibujos, otras con palabras escritas o con la voz. Dice, por ejemplo, que cuando escribe dibuja sobre la mente de su lector. Es de La Plata y hace unas semanas estuvo en Salta, participando del Primer Mercado Medieval que se realizó en Salta, en Vaqueros, que reunió a artesanos y cosplayers de todo el país. También dio una charla en la escuela de Bellas Artes.

Batic dibujó para Disney y Warner Bros y dirigió “Duendes del Sur”, una de las compañías de dibujos para el interior más importantes del mundo. Hoy se dedica a crear sus propios mundos de fantasía, en los que duendes, dragones y hadas existen en finos trazos que se dibujan como la invitación a vivir aventuras extraordinarias.

Desde la “cocina de la magia”, dice lo suyo: Leo Batic.

¿Cómo descubriste que querías ser dibujante? ¿Cómo fue la profesionalización de esa vocación?

Siempre me gustó dibujar, desde chico. Creo que lo primero que me volvió loco fue una historieta de Batman que encontré en la peluquería del barrio. Desde entonces traté de dibujar ése y otros personajes. Sin embargo no fue mi primera carrera.

Cuando elegí la profesión, elegí periodismo y no fue que empecé Bellas Artes hasta que no tuve el título y comencé a trabajar profesionalmente en radio. Para 1991 me creía el mejor dibujante del planeta. Y en 1992 me fui con unas ilustraciones a Ediciones de la Urraca (que editaba la revista Fierro) para que me dieran trabajo como artista de las portadas. Cascioli me recibió, vio mis trabajos y me dijo que me dedicara a otra cosa. Y eso fue lo que hice. Me dediqué a aprender. Cuando uno cree que lo sabe todo, no puede aprender nada. Un año y medio después estaba haciendo la asistencia de lápiz en el Increíble Hulk, en USA. Ahí me convertí en profesional.

Además trabajaste para Disney y Warner Bros. ¿Cómo fueron esas experiencias?

Unos meses después de cumplir con mi sueño de hacer superhéroes, llegó la posibilidad de trabajar en Warner, haciendo Looney Tunes y Animaniacs. Fue una experiencia maravillosa, que me llevó en 1995 a ser elegido entre todos los artistas del mundo para hacer la historieta que acompañó la película Space Jam, donde Bugs Bunny jugaba al basket con Michael Jordan. En cada lugar del mundo donde se estrenaba la película se vendía la historieta que yo había dibujado.

Al poco tiempo Disney también nos había contratado y para 1997 éramos un estudio enorme en La Plata, que trabajaba para todo el mundo. Hacíamos historietas, libros y portadas de juegos de Sega y Nintendo.

¿Cuándo las palabras de un guión que llega a tus manos empiezan a volverse imágenes? ¿Cómo se logra ponerle cuerpo, gestualidad e identidad a historias que escribieron otros?

Trabajar con un guión es muy divertido. En mi caso tuve la suerte de trabajar con gente talentosísima como Jesse Leon McCann, autor del Exorcista, que se divertía horrores escribiendo guiones de historietas como Pinky y Cerebro y Animaniacs.

Cuando uno lee un guión de personajes que aparecieron en la pantalla mil veces, como el Pato Lucas, la sensación me dispara siempre a lo que tengo en mi cabeza. Lo veo enojado, con los puños apretados y con humito saliendo de su cabeza cuando Bugs Bunny se burla de él. Nada mejor que usar todo eso para volcarlo en los cuadritos de historieta, así el lector comparte el mismo recuerdo y siente que está viviendo otra aventura más de su personaje favorito.

Con los guiones de libros basados en películas, la cosa es más difícil. Si no es un clásico como Dumbo o Robin Hood, el proceso es más complejo porque, aunque no lo crean, los libros se producen mientras se está filmando la película. Así que los artistas no ven nada y tienen que hacer algo exacto a lo que verán los espectadores. Es un trabajo arduo, que requiere la asistencia de los animadores de la película. Pero con imaginación y trabajo duro, el resultado es muy parecido a los que se puede ver en las pantallas.

Además de dibujante, sos escritor, periodista, caricaturista, narrador... ¿Cómo conviven en vos cada una de esas facetas? ¿Cuál de esas es más “Leo Batic”?

Todas son parte de lo mismo. “Leo Batic” es comunicador. Las formas de contar historias es a veces con mi voz, otras con mis dibujos y sino con mis palabras escritas. Pero creo que cada faceta me permite redescubrir la maravilla del lenguaje humano, de los códigos que nos unen pese a los idiomas, de lo que una palabra puede generar en una cerebro entusiasmado.

Hoy, cuando escribo novelas, siento que ilustro en la cabeza de mis lectores. El proceso es igual, nada más que el resultado puede ser impredecible.

Da la sensación de que una persona que sabe dibujar es alguien que puede crear y viajar por mundos paralelos. ¿Qué es lo que más disfrutás de esos momentos de creatividad?

La ilustración es la manera más fácil para mí de reproducir una idea. Es mi primer lenguaje lúdico, juego con formas, con colores, con símbolos. Y digo más cosas de las que uno puede “ver” a simple vista.

Por suerte siempre fui un amante de estudiarlo todo. Eso me permitió tener herramientas para no encasillarme, divertirme con diferentes estéticas y llegar a niños como a adultos.

Cuando dibujo pueden pasar dos cosas: que no piense y deje que mi mano dibuje sola, como hago cuando en la Feria le regalo mis bocetos a los visitantes; o que me paso días y días trabajando con cada detalle, como sucede con las portadas de mis libros y de otras novelas de colegas. En una lo que surge es la impronta emocional, lo que no puedo controlar, lo inmanejable. El resultado es siempre diferente y muy divertido. En el otro, hay elaboración, intención, cuidado por las formas y el mensaje. Ahí descubro el refinamiento de la técnica, el lenguaje complejo de una imagen, las sutilezas de un trazo. Ambas formas me permiten disfrutar y nunca aburrirme.

La escritura termina de completar esos mundos paralelos. ¿Cómo definirías tus novelas?

Soy un juglar. Como en la antigüedad, soy de esas personas que van de pueblo en pueblo contando historias. Pero en ellas, escondidas, siempre hay una metáfora. O como me gusta decir a mí: capas. Para los que buscan una aventura, ahí está. Pero quienes buscan planteos filosóficos, referencias simbólicas y encontrar mi posición ante el mundo, ahí están, con sutileza pero con la responsabilidad de los autores que no pretenden contar solo una anécdota, sino que esperan dejar huella en el otro, ser el puntapié para movilizarse, para hacer el viaje interior que todos necesitamos de vez en vez. El viaje del héroe.


Dijiste en una entrevista que la habilidad del escritor no está en lo que escribe, sino en lo que lee. ¿Qué lecturas sentís que te han marcado a lo largo de tu vida?

Sin dudas Tolkien y Ursula K. Le Guin fueron mis mentores en la fantasía. Como lo fueron Asimov y Bradbury en la Ciencia Ficción, o Stephen King u Horacio Quiroga en el terror. Cortázar me voló la cabeza y Liliana Bodoc me trajo la poesía al relato. Y la conciencia social que ya había susurrado Le Guin o Farmer o Huxley. A la aventura la conocí con Verne y Salgari. A el humor con Terry Pratchett. Y el placer de leer sagas con Rowling.

¿Existen las musas?

Yo a las musas le digo “Los muchachos”. Ellos susurran todo el tiempo pero solo hago caso cuando estoy atento. Nunca me siento a escribir ni dibujar frente a la hoja en blanco. Ahí es donde sentiría que no puedo hacer nada. Porque la hoja me miraría, preguntándome qué hacer, y yo no tengo ni idea. Por lo general las historias surgen cuando estoy caminando, cocinando, manejando o viviendo mi vida. Entonces dejo que una de esas hebras me lleve a la madeja. Y cuando ya no puedo contenerme, entonces me siento frente a la compu o el papel. 
No necesito silencio total, porque me he acostumbrado a trabajar con mis hijos yendo de aquí para allá. Pero si puedo, me encanta tener música de películas y envolverme en la atmósfera de lo que estoy escribiendo. Entonces me dejo llevar. Escucho atento y copio lo que me dictan “los muchachos”.

Sabemos que formaste una de las compañías de dibujos para el interior más importantes del mundo. ¿Podría reanudarse ese proyecto en algún momento?

Duendes del Sur fue una experiencia única, maravillosa y enriquecedora. Cuando miro hacia atrás, no puedo creer que yo hiciera todo aquello. 
Supongo que si algo parecido surgiera, sería diferente, con nuevas herramientas, desafíos y compañeros de viaje. Pero supongo que será en un futuro lejano, porque ahora disfruto muchísimo de escribir y dibujar en casa, tranquilo, sin correr detrás de aviones, ni lidiar con empresas multinacionales.

¿Es muy distinto el trabajo local al del exterior?

En lo que más se diferencia es en el respeto por el artista. En todo el mundo éramos considerados profesionales artistas y no importaba que fuéramos argentinos, sudamericanos o jóvenes. Por lo demás, no es muy diferente que trabajar en cualquier editorial de Buenos Aires. Los trabajos debían ser de calidad, entregados a tiempo y siempre con fechas apretadas.

Contame sobre “El último reino”, una de las sagas que escribiste e ilustraste...

“El último reino” es mi segunda saga. La primera fue una trilogía de novelas ilustradas a color, en formato de diarios de viaje, que se llamó “Seres Mitológicos Argentinos”. En ella hablaba de los duendes, hadas y sirenas de nuestra tierra, antes de la llegada de los españoles. Una investigación periodística de seis años. En “El último reino” la ilustración casi desapareció de las páginas y la historia es más profunda, recorre locaciones en Europa y Argentina, y va desde la Invasión nazi a Polonia en 1939, hasta la actualidad. En esta saga quería hablar de la adopción, del valor de la forma para alcanzar una meta, y de que la magia está a nuestro alrededor todo el tiempo y solo los que están atentos pueden percibirla. Sofía, la protagonista, realiza el viaje de la heroína. Desde que descubre que puede percibir a los seres mágicos, su mundo se hace más grande y nada resulta ser lo que parece.

¿Qué se viene?

En la Feria del Libro de Buenos Aires presenté mi última novela “Soy Mago” que cuenta la historia de un joven mago de espectáculo que cae en desgracia y termina animando fiestas infantiles. Un día decide cambiar un truco y saca un conejo de la galera. A los chicos no les parece nada maravilloso. Pero la realidad es que en esa galera no había escondido ningún conejo. Es un ilusionista que de pronto, descubre que la magia existe.
Y ahora estoy terminando un libro que se llama “Los pensamientos del Dragón Azul” una historia tejida con cuentos muy breves, que muchos de ellos salieron publicados en Facebook, que cuentan con reflexiones la vida de una princesa, un guerrero, un zapatero, una sirvienta y un dragón. En este libro podrán descubrir un lado más metafísico mío, más preocupado porque todos encuentren su camino, interesado por generar preguntas que a cada uno le sacuden la modorra, el miedo o la inanición.

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