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Berni se ocupa de poner la lápida al cambio cultural

Domingo, 24 de agosto de 2014 01:05
La coyuntura política, con el debilitamiento evidente del gobierno nacional, comienza a mostrar fisuras conceptuales, ideológicas, que echan por tierra lo que el kirchnerismo puro y duro imaginó como una "revolución cultural".
La más grave y grosera la protagonizó el secretario de Seguridad, Sergio Berni, quien luego de la detención de seis asaltantes de nacionalidad chilena desató el costado xenófobo de la sociedad al pedir el juicio sumario y la deportación inmediata de los extranjeros que delincan.
No es esa decisión un tema de Seguridad, a menos que se incorpore como un valor positivo la desigualdad ante la ley. En principio, la idea suena anticonstitucional. Pero resulta llamativo que Berni, un médico militar entusiasmado por la posibilidad de ser candidato a algo, haya buscado la adhesión de una sociedad aterrada por la ola de crímenes.
La estadística revela que la inseguridad en la Argentina es mucho más de una sensación y que obedece a otras causas, no necesariamente de la inmigración proveniente de los países limítrofes. La información publicada - porque la oficial se oculta o se distorsiona - señala que la criminalidad en el país, especialmente en el conurbano, es la contracara de un descontrol de las fuerzas policiales.
Berni acostumbra a entretenerse en polémicas con fiscales o jueces, pero está claro que se desguarnecieron las fronteras y las rutas para trasladar a la Gendarmería al conurbano. La decisión evidencia que las policías Federal y Bonaerense no responden a las expectativas. Ese es un fracaso atribuible a la gestión en materia de seguridad. Por otra parte, el perfil público del actual secretario exhibe la estrategia de sobreexponerse ante los medios. La función que le toca es otra: dejar las decisiones de calle a las autoridades policiales y manejar la estrategia para que esos jefes tomen las decisiones correctas.
La brutal razzia de ayer en una villa cercana la barrio de Lugano, en la capital federal, completa el círculo: a la xenofobia (contra latinoamericanos) se suma la criminalización de la pobreza.
Berni está entusiasmado con la política y aspira a construir un espacio electoral por el que trabaja junto con el ministro Florencio Randazzo y el titular de la Ansés, Diego Bossio.
Lo cierto es que resulta inimaginable que una fuerza de izquierda - así se definió hace una semana la presidenta - tome estos rumbos.
Otro principio caro a la mirada kirchnerista entró en crisis: el de la identidad. Ignacio Hurban defraudó las expectativas de la militancia K cuando reivindicó su historia completa y se identificó como Ignacio. La identidad no es una huella genética, sino más bien una trayectoria de vida.
En tanto, la economía sigue dando malas señales. La inflación, la recesión y la caída del empleo parecen construir un laberinto del que resulta muy difícil salir airoso. Las señales de impotencia no solo se muestran en las teorizaciones del ministro Axel Kicillof, sino también en las acciones colaterales.
El ataque a huevazos contra Domingo Cavallo por parte de activistas, mientras daba una conferencia en la Universidad Católica es un signo de fragilidad. Ninguno de los oficialistas que hace un año se desgarraban las vestiduras cuando un grupo de pasajeros increpó verbalmente a Kicillof, en un barco de paseo, repudió ahora el accionar de los patoteros que atacaron al antecesor.
Una mirada amplia podría llevar a pensar que el problema es la economía. Sin embargo, todo indica que es la política.


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La coyuntura política, con el debilitamiento evidente del gobierno nacional, comienza a mostrar fisuras conceptuales, ideológicas, que echan por tierra lo que el kirchnerismo puro y duro imaginó como una "revolución cultural".
La más grave y grosera la protagonizó el secretario de Seguridad, Sergio Berni, quien luego de la detención de seis asaltantes de nacionalidad chilena desató el costado xenófobo de la sociedad al pedir el juicio sumario y la deportación inmediata de los extranjeros que delincan.
No es esa decisión un tema de Seguridad, a menos que se incorpore como un valor positivo la desigualdad ante la ley. En principio, la idea suena anticonstitucional. Pero resulta llamativo que Berni, un médico militar entusiasmado por la posibilidad de ser candidato a algo, haya buscado la adhesión de una sociedad aterrada por la ola de crímenes.
La estadística revela que la inseguridad en la Argentina es mucho más de una sensación y que obedece a otras causas, no necesariamente de la inmigración proveniente de los países limítrofes. La información publicada - porque la oficial se oculta o se distorsiona - señala que la criminalidad en el país, especialmente en el conurbano, es la contracara de un descontrol de las fuerzas policiales.
Berni acostumbra a entretenerse en polémicas con fiscales o jueces, pero está claro que se desguarnecieron las fronteras y las rutas para trasladar a la Gendarmería al conurbano. La decisión evidencia que las policías Federal y Bonaerense no responden a las expectativas. Ese es un fracaso atribuible a la gestión en materia de seguridad. Por otra parte, el perfil público del actual secretario exhibe la estrategia de sobreexponerse ante los medios. La función que le toca es otra: dejar las decisiones de calle a las autoridades policiales y manejar la estrategia para que esos jefes tomen las decisiones correctas.
La brutal razzia de ayer en una villa cercana la barrio de Lugano, en la capital federal, completa el círculo: a la xenofobia (contra latinoamericanos) se suma la criminalización de la pobreza.
Berni está entusiasmado con la política y aspira a construir un espacio electoral por el que trabaja junto con el ministro Florencio Randazzo y el titular de la Ansés, Diego Bossio.
Lo cierto es que resulta inimaginable que una fuerza de izquierda - así se definió hace una semana la presidenta - tome estos rumbos.
Otro principio caro a la mirada kirchnerista entró en crisis: el de la identidad. Ignacio Hurban defraudó las expectativas de la militancia K cuando reivindicó su historia completa y se identificó como Ignacio. La identidad no es una huella genética, sino más bien una trayectoria de vida.
En tanto, la economía sigue dando malas señales. La inflación, la recesión y la caída del empleo parecen construir un laberinto del que resulta muy difícil salir airoso. Las señales de impotencia no solo se muestran en las teorizaciones del ministro Axel Kicillof, sino también en las acciones colaterales.
El ataque a huevazos contra Domingo Cavallo por parte de activistas, mientras daba una conferencia en la Universidad Católica es un signo de fragilidad. Ninguno de los oficialistas que hace un año se desgarraban las vestiduras cuando un grupo de pasajeros increpó verbalmente a Kicillof, en un barco de paseo, repudió ahora el accionar de los patoteros que atacaron al antecesor.
Una mirada amplia podría llevar a pensar que el problema es la economía. Sin embargo, todo indica que es la política.


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