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Un gallinero decente

Domingo, 20 de diciembre de 2015 01:30
Erase una vez en el barrio una vecina, la señorita Virginia Vega, que se aburría una barbaridad, pues no tenía con quién conversar ya que vivía con la sola compañía de la Apolonia Viveros, una payogasteña que la servía, y que no abría la boca más que para comer. La señorita Vega se aburría mucho pues no le gustaba escuchar radio, ni leer. Consideraba que la radio y los libros, ­qué decir de los diarios!, salvo la biblia y el catecismo, eran fuentes de indecencias y herejías. Con las señoras del barrio solamente cruzaba fugaces saludos. Su único pasatiempo, si podemos así llamarlo, era la misa de los domingos en el Seminario. Era infaltable. Aparte de eso, ­cómo se aburría la señorita Virginia Vega!
El viejo Fortunato, que la conocía, le aconsejó que, para distraerse y tener en qué ocuparse, criara gallinas.
-¿Gallinas? ¿Esas que ponen huevos?, preguntó la señorita Virginia. ­Pero yo no tengo espacio aquí! Además, me dijeron que ensucian todo!
-No se preocupe. Yo le armaré un gallinero con el que no tendrá problemas. ­Verá qué fácil y entretenido resulta!­Y qué práctico!
-Sí... Pero, ¿qué clase de gallinas?
-Hay varias razas, señorita. Yo creo que a usted le vendría bien la Sussex Armiñada, que aparte de ser buenas ponedoras y dar excelente carne, son muy lindas. Yo le daré la dirección de una granja donde le harán buen precio. Con seis gallinas tendrá de sobra para empezar. Y un buen gallo.
El comedido Fortunato construyó un primoroso gallinero, y la señorita Virginia compró las aves.
Pasaron los días y sin novedades en el cacareo. Daba la impresión que todo marchaba al pelo.
Pero, Fortunato propone, y la señorita Virginia lo descompone. Un mediodía llamaron a la puerta del viejo Fortunato. Era la payogasteña Apolonia con un mensaje urgente: -­Dice la señorita que vaya ya!
Ahí fue el viejo Fortunato. La señorita Virginia Vega lo esperaba con los brazos en jarra y cara desencajada.
-­Esto es un infierno!, le dijo de entrada. ­Todo el santo día y la bendita noche se la pasan peleando! ­No puedo vivir así! ­Pase y vea!
El viejo Fortunato fue, vio y casi se cae de antarca. La media docena de gallinas Sussex estaba en un rincón cacareando para adentro. Y en medio del gallinero, ­seis gallos se sacaban las plumas y las hitas a picotazos!
-­Pero, niña Virginia! ¿Para qué compró seis gallos? ­Para un gallinero hace falta un solo gallo!, dijo don Fortunato, que no atinaba a reír o a llorar. Optó por llorar de la risa.
-­Qué dice, señor! ­Hay seis gallinas! ­Un gallo para cada una! ¿Usted se cree que esto es Sodoma? ­Esta es una casa decente, señor!
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Erase una vez en el barrio una vecina, la señorita Virginia Vega, que se aburría una barbaridad, pues no tenía con quién conversar ya que vivía con la sola compañía de la Apolonia Viveros, una payogasteña que la servía, y que no abría la boca más que para comer. La señorita Vega se aburría mucho pues no le gustaba escuchar radio, ni leer. Consideraba que la radio y los libros, ­qué decir de los diarios!, salvo la biblia y el catecismo, eran fuentes de indecencias y herejías. Con las señoras del barrio solamente cruzaba fugaces saludos. Su único pasatiempo, si podemos así llamarlo, era la misa de los domingos en el Seminario. Era infaltable. Aparte de eso, ­cómo se aburría la señorita Virginia Vega!
El viejo Fortunato, que la conocía, le aconsejó que, para distraerse y tener en qué ocuparse, criara gallinas.
-¿Gallinas? ¿Esas que ponen huevos?, preguntó la señorita Virginia. ­Pero yo no tengo espacio aquí! Además, me dijeron que ensucian todo!
-No se preocupe. Yo le armaré un gallinero con el que no tendrá problemas. ­Verá qué fácil y entretenido resulta!­Y qué práctico!
-Sí... Pero, ¿qué clase de gallinas?
-Hay varias razas, señorita. Yo creo que a usted le vendría bien la Sussex Armiñada, que aparte de ser buenas ponedoras y dar excelente carne, son muy lindas. Yo le daré la dirección de una granja donde le harán buen precio. Con seis gallinas tendrá de sobra para empezar. Y un buen gallo.
El comedido Fortunato construyó un primoroso gallinero, y la señorita Virginia compró las aves.
Pasaron los días y sin novedades en el cacareo. Daba la impresión que todo marchaba al pelo.
Pero, Fortunato propone, y la señorita Virginia lo descompone. Un mediodía llamaron a la puerta del viejo Fortunato. Era la payogasteña Apolonia con un mensaje urgente: -­Dice la señorita que vaya ya!
Ahí fue el viejo Fortunato. La señorita Virginia Vega lo esperaba con los brazos en jarra y cara desencajada.
-­Esto es un infierno!, le dijo de entrada. ­Todo el santo día y la bendita noche se la pasan peleando! ­No puedo vivir así! ­Pase y vea!
El viejo Fortunato fue, vio y casi se cae de antarca. La media docena de gallinas Sussex estaba en un rincón cacareando para adentro. Y en medio del gallinero, ­seis gallos se sacaban las plumas y las hitas a picotazos!
-­Pero, niña Virginia! ¿Para qué compró seis gallos? ­Para un gallinero hace falta un solo gallo!, dijo don Fortunato, que no atinaba a reír o a llorar. Optó por llorar de la risa.
-­Qué dice, señor! ­Hay seis gallinas! ­Un gallo para cada una! ¿Usted se cree que esto es Sodoma? ­Esta es una casa decente, señor!
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