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El ilustre Soria y el Bermejo

Lunes, 18 de enero de 2016 01:30
Domingo F. Sarmiento lo llamó el "ilustre Soria". Tal vez ello fuese suficiente para definir toda su biografía. Otros lo llamaron el pequeño Colón de la América del Sur.
La vida de este personaje tiene ribetes novelescos. Aventurero, navegante, explorador, empresario, político, filántropo son algunos de los rótulos en los que se lo podría parcialmente encasillar.
Fue conocido simplemente como Pablo Soria, denominación que lleva el principal hospital de la ciudad de Jujuy.
Su nombre suena como criollo o español. Pero sin embargo era francés, nacido en la ciudad de Oloron, en la provincia de Bearne. Al igual que la familia de su pariente Juan Martín de Pueyrredón.
En realidad se llamaba Pablo Chatican Soubiret de Soria Pueyrredón (1763-1851).
Hacia fines del siglo XVIII, en la década de 1790, llegó al norte argentino y se radicó en Jujuy.
Pronto vio que un buen negocio era el transporte de caudales entre Potosí y el norte argentino y a eso se dedicó. Hizo alguna fortuna que le permitió adquirir fincas en los actuales departamentos de San Pedro y Calilegua. Emprendió negocios en los rubros de la agricultura, ganadería, explotaciones forestales e ingenios azucareros.
La revolución de 1810 lo sorprendió en Potosí. Desde allí realizó donativos para el ejército auxiliar al Alto Perú. Fue un activo combatiente de la guerra de guerrillas.
En 1819 fue hallado culpable de conspirar para matar a Güemes, junto a Dámaso de Uriburu, Facundo de Zuviría, Manuel Eduardo Arias y otros jefes de la Quebrada de Humahuaca. Se lo sentenció a la pena de muerte, la que finalmente le fue conmutada por multa y destierro en un magnánimo acto del caudillo salteño.
"En 1819 fue hallado culpable de conspirar para matar a Güemes. Se lo sentenció a muerte, la que finalmente le fue conmutada en un magnánimo acto del caudillo salteño".
Otra anécdota le ocurrió mientras estaba con su amigo el gobernador Agustín Dávila y entraron unos gauchos armados y dispararon a quemarropa a Dávila. Luego le preguntaron si él conocía a un tal Soria y este demostrando su temple y sangre fría les dijo que ese sujeto se había escapado por los fondos. Esto le dio tiempo para salvar su vida y la de su amigo que estaba malherido.
Sin embargo el tema que habría de marcar un antes y un después en su vida fue encarar la navegación del Bermejo. Anteriormente lo habían logrado el fray Francisco Murillo en 1781 y el coronel Adrián F. Cornejo en 1789.
El objetivo de Soria era comercial. Quería probar que el Bermejo, no solamente era navegable en todo su recorrido, sino que además era la vía fluvial por la cual se podían evacuar una gran cantidad de maderas nobles. Para ello buscó accionistas, formó la Compañía de Navegación del Bermejo y recurrió por los correspondientes permisos y privilegios al gobierno de Salta. Entre esos accionistas se encontraban notables como Dámaso de Uriburu, Juan Martín de Pueyrredón, Félix Frías, Aarón Castellanos, Facundo de Zuviría, Joaquín de Achával, John Parish Robertson, Manuel Tezanos Pinto y Antonio Cornejo. Al mejor estilo de Colón, solicitó que le proveyeran presos de la cárcel salteña para llevarlos como tripulación a bordo.
En las juntas del río San Francisco con el río Bermejo hizo construir una embarcación y dos botes extras. La dotó con un toldo de cuero para la protección contra las flechas. Luego abastecieron el navío con víveres, fardos de tabaco, armas, objetos para intercambio, entre otros enseres.
Finalmente botaron el navío y Soria, junto a su piloto el italiano Nicolás Descalzi, de un inglés que estaba radicado desde largo tiempo en Orán de nombre Lucas Cresser, y unos indígenas lenguaraces, se largaron a navegar río abajo.
Era el 15 de junio de 1826 y sería historia. Las desinteligencias comenzaron en el primer minuto, especialmente con Descalzi. Este escribiría muchos años más tarde un diario donde comenta que odiaba a ese demonio de Soria y estuvo muchas veces tentado de matarlo. Sin embargo, los presos le respondían fielmente y velaban por la seguridad de su jefe.
El viaje resultó muy accidentado y las desavenencias se acrecentaron en los días sucesivos. Sufrieron toda clase de contratiempos, especialmente la muerte de uno de los peones en manos de los indígenas, al que finalmente enterraron a orillas del río.
Luego pasaron por unas barrancas altas donde los nativos les hicieron caer una lluvia de flechas que de no haber sido por el toldo defensivo los hubiesen diezmado.
Soria quería hacer las paces y negociar con los nativos. Descalzi se oponía y más aún después de la muerte del peón.
La cuestión es que luego de más de 50 días de accidentada navegación llegaron finalmente a la desembocadura del Bermejo en el río Paraguay.
Jamás podían sospechar lo que les esperaba. Había allí una caseta de guardia desde donde recibieron señales de acercarse. Descalzi se opuso sospechando algo raro y Soria, confiado, ordenó avanzar.
Era la Guardia de Talli, un puesto de vigía del supremo dictador paraguayo, el Dr. José Gaspar Rodríguez de Francia (1766-1840). No bien hubieron bajado a tierra fueron detenidos, se les incautaron las armas, el navío, los botes auxiliares, instrumentos de navegación, mapas, setenta especies de maderas nobles que llevaban como muestras comerciales, los diarios de viaje, en fin todo lo que transportaban. De allí fueron a prisión bajo el cargo de navegar ilegalmente y de ser espías.
Permanecieron cinco años cautivos corriendo la misma suerte del sabio francés Amado Bonpland (1773-1858) o del naturalista suizo Dr. Johann Rudolf Rengger (1795-1832). En 1831, liberado, bajó a Buenos Aires, litografió un mapa del Bermejo para los accionistas y regresó a Jujuy.
Luego fue electo diputado, estuvo a punto de ser degollado por una partida federal, permaneció soltero aunque tuvo dos hijas naturales, Candelaria y Trinidad.
Al morir a los 88 años testó dejando una de sus fincas para que se venda y construya un moderno hospital en Jujuy, el resto a su hija Candelaria, y a Trinidad algo de dinero por haberse casado sin su consentimiento.
Un dato remarcable es que durante su navegación fue el primero en señalar la presencia de petróleo en un manadero a orillas del Bermejo, cerca de la junta con el Tarija. Otro dato valioso es que publicó un informe sobre el Bermejo en el boletín geológico de Francia, con información científica novedosa para su tiempo.
Las observaciones estrictamente geológicas, abren otra veta histórica que suma un nuevo capítulo a esa curiosa y polifacética personalidad.
En su memoria conservan su nombre el principal nosocomio de la provincia de Jujuy "Hospital Pablo Soria", el topónimo "Palca de Soria" que es la junta del río San Francisco con el río Bermejo y la estación ferroviaria Chalicán, por deformación de su apellido Chatican, entre El Quemado y Fraile Pintado.
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Domingo F. Sarmiento lo llamó el "ilustre Soria". Tal vez ello fuese suficiente para definir toda su biografía. Otros lo llamaron el pequeño Colón de la América del Sur.
La vida de este personaje tiene ribetes novelescos. Aventurero, navegante, explorador, empresario, político, filántropo son algunos de los rótulos en los que se lo podría parcialmente encasillar.
Fue conocido simplemente como Pablo Soria, denominación que lleva el principal hospital de la ciudad de Jujuy.
Su nombre suena como criollo o español. Pero sin embargo era francés, nacido en la ciudad de Oloron, en la provincia de Bearne. Al igual que la familia de su pariente Juan Martín de Pueyrredón.
En realidad se llamaba Pablo Chatican Soubiret de Soria Pueyrredón (1763-1851).
Hacia fines del siglo XVIII, en la década de 1790, llegó al norte argentino y se radicó en Jujuy.
Pronto vio que un buen negocio era el transporte de caudales entre Potosí y el norte argentino y a eso se dedicó. Hizo alguna fortuna que le permitió adquirir fincas en los actuales departamentos de San Pedro y Calilegua. Emprendió negocios en los rubros de la agricultura, ganadería, explotaciones forestales e ingenios azucareros.
La revolución de 1810 lo sorprendió en Potosí. Desde allí realizó donativos para el ejército auxiliar al Alto Perú. Fue un activo combatiente de la guerra de guerrillas.
En 1819 fue hallado culpable de conspirar para matar a Güemes, junto a Dámaso de Uriburu, Facundo de Zuviría, Manuel Eduardo Arias y otros jefes de la Quebrada de Humahuaca. Se lo sentenció a la pena de muerte, la que finalmente le fue conmutada por multa y destierro en un magnánimo acto del caudillo salteño.
"En 1819 fue hallado culpable de conspirar para matar a Güemes. Se lo sentenció a muerte, la que finalmente le fue conmutada en un magnánimo acto del caudillo salteño".
Otra anécdota le ocurrió mientras estaba con su amigo el gobernador Agustín Dávila y entraron unos gauchos armados y dispararon a quemarropa a Dávila. Luego le preguntaron si él conocía a un tal Soria y este demostrando su temple y sangre fría les dijo que ese sujeto se había escapado por los fondos. Esto le dio tiempo para salvar su vida y la de su amigo que estaba malherido.
Sin embargo el tema que habría de marcar un antes y un después en su vida fue encarar la navegación del Bermejo. Anteriormente lo habían logrado el fray Francisco Murillo en 1781 y el coronel Adrián F. Cornejo en 1789.
El objetivo de Soria era comercial. Quería probar que el Bermejo, no solamente era navegable en todo su recorrido, sino que además era la vía fluvial por la cual se podían evacuar una gran cantidad de maderas nobles. Para ello buscó accionistas, formó la Compañía de Navegación del Bermejo y recurrió por los correspondientes permisos y privilegios al gobierno de Salta. Entre esos accionistas se encontraban notables como Dámaso de Uriburu, Juan Martín de Pueyrredón, Félix Frías, Aarón Castellanos, Facundo de Zuviría, Joaquín de Achával, John Parish Robertson, Manuel Tezanos Pinto y Antonio Cornejo. Al mejor estilo de Colón, solicitó que le proveyeran presos de la cárcel salteña para llevarlos como tripulación a bordo.
En las juntas del río San Francisco con el río Bermejo hizo construir una embarcación y dos botes extras. La dotó con un toldo de cuero para la protección contra las flechas. Luego abastecieron el navío con víveres, fardos de tabaco, armas, objetos para intercambio, entre otros enseres.
Finalmente botaron el navío y Soria, junto a su piloto el italiano Nicolás Descalzi, de un inglés que estaba radicado desde largo tiempo en Orán de nombre Lucas Cresser, y unos indígenas lenguaraces, se largaron a navegar río abajo.
Era el 15 de junio de 1826 y sería historia. Las desinteligencias comenzaron en el primer minuto, especialmente con Descalzi. Este escribiría muchos años más tarde un diario donde comenta que odiaba a ese demonio de Soria y estuvo muchas veces tentado de matarlo. Sin embargo, los presos le respondían fielmente y velaban por la seguridad de su jefe.
El viaje resultó muy accidentado y las desavenencias se acrecentaron en los días sucesivos. Sufrieron toda clase de contratiempos, especialmente la muerte de uno de los peones en manos de los indígenas, al que finalmente enterraron a orillas del río.
Luego pasaron por unas barrancas altas donde los nativos les hicieron caer una lluvia de flechas que de no haber sido por el toldo defensivo los hubiesen diezmado.
Soria quería hacer las paces y negociar con los nativos. Descalzi se oponía y más aún después de la muerte del peón.
La cuestión es que luego de más de 50 días de accidentada navegación llegaron finalmente a la desembocadura del Bermejo en el río Paraguay.
Jamás podían sospechar lo que les esperaba. Había allí una caseta de guardia desde donde recibieron señales de acercarse. Descalzi se opuso sospechando algo raro y Soria, confiado, ordenó avanzar.
Era la Guardia de Talli, un puesto de vigía del supremo dictador paraguayo, el Dr. José Gaspar Rodríguez de Francia (1766-1840). No bien hubieron bajado a tierra fueron detenidos, se les incautaron las armas, el navío, los botes auxiliares, instrumentos de navegación, mapas, setenta especies de maderas nobles que llevaban como muestras comerciales, los diarios de viaje, en fin todo lo que transportaban. De allí fueron a prisión bajo el cargo de navegar ilegalmente y de ser espías.
Permanecieron cinco años cautivos corriendo la misma suerte del sabio francés Amado Bonpland (1773-1858) o del naturalista suizo Dr. Johann Rudolf Rengger (1795-1832). En 1831, liberado, bajó a Buenos Aires, litografió un mapa del Bermejo para los accionistas y regresó a Jujuy.
Luego fue electo diputado, estuvo a punto de ser degollado por una partida federal, permaneció soltero aunque tuvo dos hijas naturales, Candelaria y Trinidad.
Al morir a los 88 años testó dejando una de sus fincas para que se venda y construya un moderno hospital en Jujuy, el resto a su hija Candelaria, y a Trinidad algo de dinero por haberse casado sin su consentimiento.
Un dato remarcable es que durante su navegación fue el primero en señalar la presencia de petróleo en un manadero a orillas del Bermejo, cerca de la junta con el Tarija. Otro dato valioso es que publicó un informe sobre el Bermejo en el boletín geológico de Francia, con información científica novedosa para su tiempo.
Las observaciones estrictamente geológicas, abren otra veta histórica que suma un nuevo capítulo a esa curiosa y polifacética personalidad.
En su memoria conservan su nombre el principal nosocomio de la provincia de Jujuy "Hospital Pablo Soria", el topónimo "Palca de Soria" que es la junta del río San Francisco con el río Bermejo y la estación ferroviaria Chalicán, por deformación de su apellido Chatican, entre El Quemado y Fraile Pintado.
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