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Sabado, 31 de diciembre de 2016 01:30
Alfonso Prat Gay, exministro de Economía. Foto: Archivo.
El desplazamiento, tajante y descortés, del ex ministro de Hacienda, Alfonso Prat Gay, es un signo de que la autoridad del presidente se encuentra plenamente vigente, aunque también expresa falencias en el funcionamiento del gabinete como equipo. Además, el desdoblamiento del ministerio en dos carteras genera incógnitas acerca del desempeño futuro de la conducción económica, especialmente debido al perfil del nuevo ministro, Nicolás Dujovne, quien durante las semanas anteriores había expresado críticas acerca de la falta de claridad en la definición de metas y objetivos por parte de su antecesor.
Durante 2016, Prat Gay había planteado claras diferencias con el presidente del Banco Central, Federico Sturzenegger por las tasas de interés, que aquel considera demasiado elevadas. Tampoco había ahorrado críticas internas a Juan José Aranguren, con motivo del tarifazo del gas, al presidente del Banco Nación, Carlos Melconian, y al titular de la AFIP, Alberto Abad. Los conflictos más profundos lo enfrentaron, en realidad, con el jefe de Gabinete, Marcos Peña, y los dos "cerebros económicos" reconocidos por el presidente Mauricio Macri, Gustavo Lopetegui y Mario Quintana. No obstante, dentro de un año con un balance económico desfavorable, el ministro saliente puede acreditarse buena parte del mérito de haber eliminado el cepo cambiario, además de acordar con los holdouts, reintegrar a la Argentina al mercado financiero, el freno a la inflación y, sobre todo, el éxito del blanqueo de capitales que superó las expectativas. Cabe señalar que, pocos días antes de ser designado ministro, Dujovne había sentenciado que "el programa inicial debe ser continuado por otro que defina la gestión por determinados objetivos concretos. La identidad de ese programa todavía está en construcción por dos motivos: en algunas áreas, el Gobierno no tiene decidido exactamente hacia dónde planea avanzar. Y en otros casos, las ideas no han sido comunicadas adecuadamente". El nuevo ministro de Hacienda exhibe buena aptitud como comunicador, pero el perfil de su visión económica contrasta con las políticas aplicadas durante un año por el gobierno de Cambiemos y plantea objetivos que difícilmente puedan sostenerse con fluidez en un año electoral como el que comienza mañana. La mayor de sus diferencias con Prat Gay radica en la "gradualidad del ajuste", vigente hasta ahora, y el rol estratégico que Dujovne asigna al congelamiento del gasto y a la reducción del déficit fiscal.
Congelando el gasto en términos reales durante diez años, sostiene, "alcanzaría para eliminar todo el déficit fiscal, bajar las alícuotas de Ganancias, quitar el impuesto a los débitos y créditos y bajar los impuestos al trabajo a la mitad". Desde esta perspectiva, el reproche parece apuntar a los acuerdos económicos con gremios y organizaciones sociales efectuados por el Gobierno durante 2016 para mantener la paz social, además del costo fiscal de muchas de las negociaciones políticas que permitieron a Cambiemos neutralizar las protestas, algunas surgidas del deterioro de los ingresos por la inflación y otras, del oportunismo político. Se ignora cómo se traducirá este criterio en la gestión, pero está claro que Dujovne no es proclive a aplicar políticas concesivas, ni siquiera en un año electoral. Más allá de las conjeturas acerca del futuro económico, el despido de Prat Gay deja abiertos varios interrogantes.
El primero se refiere al estilo aplicado: la descortesía no es el mejor instrumento para generar cambios. Ninguna conducta pública de Prat Gay justificaba la forma en que fue separado del cargo. En segundo lugar, es evidente que los objetivos de reducción del gasto público que plantea Dujovne requerirán de un cambio profundo de estrategias para lograr acuerdos. El desafío más profundo que se plantea hoy al presidente Macri radica en la posibilidad de realizar nuevos acuerdos estratégicos con los aliados y de establecer pautas comunes con los opositores no fundamentalistas que coinciden en la necesidad de un viraje hacia un modelo moderno de capitalismo con contención social. Más allá de la conformación del gabinete, al concluir el primer año de su gestión, la ciudadanía empieza a reclamar al gobierno nacional la puesta en práctica del cambio prometido. Este será imposible con internismos dentro del gabinete y sin la construcción de consensos hacia afuera.

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El desplazamiento, tajante y descortés, del ex ministro de Hacienda, Alfonso Prat Gay, es un signo de que la autoridad del presidente se encuentra plenamente vigente, aunque también expresa falencias en el funcionamiento del gabinete como equipo. Además, el desdoblamiento del ministerio en dos carteras genera incógnitas acerca del desempeño futuro de la conducción económica, especialmente debido al perfil del nuevo ministro, Nicolás Dujovne, quien durante las semanas anteriores había expresado críticas acerca de la falta de claridad en la definición de metas y objetivos por parte de su antecesor.
Durante 2016, Prat Gay había planteado claras diferencias con el presidente del Banco Central, Federico Sturzenegger por las tasas de interés, que aquel considera demasiado elevadas. Tampoco había ahorrado críticas internas a Juan José Aranguren, con motivo del tarifazo del gas, al presidente del Banco Nación, Carlos Melconian, y al titular de la AFIP, Alberto Abad. Los conflictos más profundos lo enfrentaron, en realidad, con el jefe de Gabinete, Marcos Peña, y los dos "cerebros económicos" reconocidos por el presidente Mauricio Macri, Gustavo Lopetegui y Mario Quintana. No obstante, dentro de un año con un balance económico desfavorable, el ministro saliente puede acreditarse buena parte del mérito de haber eliminado el cepo cambiario, además de acordar con los holdouts, reintegrar a la Argentina al mercado financiero, el freno a la inflación y, sobre todo, el éxito del blanqueo de capitales que superó las expectativas. Cabe señalar que, pocos días antes de ser designado ministro, Dujovne había sentenciado que "el programa inicial debe ser continuado por otro que defina la gestión por determinados objetivos concretos. La identidad de ese programa todavía está en construcción por dos motivos: en algunas áreas, el Gobierno no tiene decidido exactamente hacia dónde planea avanzar. Y en otros casos, las ideas no han sido comunicadas adecuadamente". El nuevo ministro de Hacienda exhibe buena aptitud como comunicador, pero el perfil de su visión económica contrasta con las políticas aplicadas durante un año por el gobierno de Cambiemos y plantea objetivos que difícilmente puedan sostenerse con fluidez en un año electoral como el que comienza mañana. La mayor de sus diferencias con Prat Gay radica en la "gradualidad del ajuste", vigente hasta ahora, y el rol estratégico que Dujovne asigna al congelamiento del gasto y a la reducción del déficit fiscal.
Congelando el gasto en términos reales durante diez años, sostiene, "alcanzaría para eliminar todo el déficit fiscal, bajar las alícuotas de Ganancias, quitar el impuesto a los débitos y créditos y bajar los impuestos al trabajo a la mitad". Desde esta perspectiva, el reproche parece apuntar a los acuerdos económicos con gremios y organizaciones sociales efectuados por el Gobierno durante 2016 para mantener la paz social, además del costo fiscal de muchas de las negociaciones políticas que permitieron a Cambiemos neutralizar las protestas, algunas surgidas del deterioro de los ingresos por la inflación y otras, del oportunismo político. Se ignora cómo se traducirá este criterio en la gestión, pero está claro que Dujovne no es proclive a aplicar políticas concesivas, ni siquiera en un año electoral. Más allá de las conjeturas acerca del futuro económico, el despido de Prat Gay deja abiertos varios interrogantes.
El primero se refiere al estilo aplicado: la descortesía no es el mejor instrumento para generar cambios. Ninguna conducta pública de Prat Gay justificaba la forma en que fue separado del cargo. En segundo lugar, es evidente que los objetivos de reducción del gasto público que plantea Dujovne requerirán de un cambio profundo de estrategias para lograr acuerdos. El desafío más profundo que se plantea hoy al presidente Macri radica en la posibilidad de realizar nuevos acuerdos estratégicos con los aliados y de establecer pautas comunes con los opositores no fundamentalistas que coinciden en la necesidad de un viraje hacia un modelo moderno de capitalismo con contención social. Más allá de la conformación del gabinete, al concluir el primer año de su gestión, la ciudadanía empieza a reclamar al gobierno nacional la puesta en práctica del cambio prometido. Este será imposible con internismos dentro del gabinete y sin la construcción de consensos hacia afuera.

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