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18 de Abril,  Salta, Centro, Argentina
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"Los vascos son gente muy leal, pero extraño los abrazos de Salta"

Domingo, 17 de abril de 2016 01:00
Jon, Marina y su hijo Peru disfrutando de una tarde en el mar. 
En un pub del centro de nuestra ciudad Marina Pons (38) conoció a Jon (38), un joven vasco que llevaba un año y medio viajando por América. "La aventura inagotable y pura del amor" (de que habla Jorge Luis Borges en su poema "El enamorado") los llevó a vivir juntos durante cuatro meses en Junín de los Andes y luego a radicarse en el País Vasco.
Jon es ebanista y carpintero y tiene una mueblería en Zestoa, un pueblo de 3.600 habitantes ubicado en la provincia de Gipuzkoa. Marina es instructora de pilates y de gimnasia hipopresiva.
Durante un diálogo telefónico con El Tribuno, ella abre generosamente los herrajes de su memoria para compartir cómo es su vida en una de las regiones más antiguas y culturalmente ricas de Europa.
Al iniciar su relato recuerda que cuando estaba inmersa en el remolino de incertidumbre que suelen desatar los cambios radicales, hizo pie porque no iba a estar sola. "Aquí me recibieron muy bien, pero venía con carta de presentación. Tenía una familia que me esperaba, amigos que me esperaban. Creo que si me hubiera venido sola, en dos semanas me hubiera ido", se sincera.
Zestoa es conocido por las propiedades curativas de sus manantiales. También por las Fiestas Mayores o Amabirjinak, que se celebran a principios de septiembre e incluyen novilladas. Allá se habla el euskera, una lengua que no procede del latín ni pertenece a la familia indoeuropea. El 33% de los vascos es bilingüe porque domina también el español o el francés, si vive al norte de los Pirineos. Entre 1936 y 1976 el franquismo persiguió al euskera duramente, pero este renació tras aquella etapa oscura.
Marina lo habla fluentemente. "Es una lengua difícil de aprender porque no se compara con ninguna otra. La gramática es diferente. Acá dicen que los argentinos tenemos más facilidad para aprender a hablar euskera que un español. Lo curioso es que en el ayuntamiento del pueblo la técnica en euskera es una argentina originaria de La Plata", comenta.
El niño
Marina y Jon tuvieron en Zestoa un hijo, Peru, de tres años y medio, que comenzó a escolarizarse este año. "Criar un hijo acá se complica por el tema sentimental más que por otra cosa. Los padres estamos muy tranquilos. Este es un pueblo chico y por eso todavía los niños desde los 5 años andan en bicicleta solos por todas partes. Si pasa algo, siempre hay alguien que sabe quién es el niño y adónde tiene que ir. Eso no se paga con dinero y da una tranquilidad impresionante", destaca. Peru habla las dos lenguas heredadas de sus padres. "Yo me dirijo a él en 'argentino básico'. Incluso hago un esfuerzo por hablarle en 'salteño' y ha cogido enseguida la tonada y las palabras", cuenta.
Echar raíces en otro continente conlleva la comprensión ensombrecedora de que muchas personas son territorios de paso. Entonces se perfecciona el precario equilibro entre crear lazos y saber aferrarse a los recuerdos. "Aquí la gente no es afectuosa en el nivel físico, pero sí en el sentido de hacerte sentir parte de ellos. Los vascos son muy leales y confiables. Sin embargo, ponen cierta distancia física que a los que venimos de Salta nos cuesta sobrellevar, como el hecho de no darte un beso al saludarte y el que los abrazos se den solo para los cumpleaños", describe.
Otra perspectiva
Desde el viso de estar Lejos del pago a muchos salteños les llegó un enriquecimiento profesional inusitado. Marina prefiere hablar de "otra perspectiva de trabajo).
"Ya había trabajado un par de años en Salta, pero aquí he sentido que he evolucionado mucho más, que se valora mucho lo que yo hago. Como se dice habitualmente 'nadie es profeta en su tierra'", señala. La gimnasia hipopresiva es una "reprogramación" de la musculatura de la faja abdominal y del suelo pélvico, mientras que el pilates es un sistema de entrenamiento físico y mental. Ambos traen beneficios tanto terapéuticos como estéticos.
"En el campo en el que yo me muevo lo físico es importante, pero priman la salud y la estabilidad emocional. Aquí la gente cada vez está más cerca de la salud, pero no a un nivel de 'quiero tener un cuerpo diez' como en Argentina, sino de querer tener una salud diez. Eso implica la cabeza, la alimentación y, por último, el físico", explicita. Añade: "Los colegas vascos que han estado en Argentina se han sorprendido de la alimentación que se lleva allá con tantos hidratos de carbono, dulces y carne".
Aunque Marina lleva doce años fuera de Argentina, puede notar a través de las conversaciones con familiares y amigos de aquí y por sus propios viajes a Salta que se sigue un estilo de vida en desmedro de la salud. "Acá la gente tiene mucha costumbre de caminar entre una hora u hora y media a diario. Da igual si llueve, la gente -desde adolescentes, a mayores, incluso gente con bastón- camina. también muchos salen habitualmente a correr y a andar en bicicleta", añade.
Los paisajes de verdes colinas y profusa vegetación de Zestoa alientan las actividades al aire libre. El aire que entra fresco en sus pulmones le activa a Marina aromas de una villa salteña. "Acá camino cinco minutos y estoy en contacto con la naturaleza. Estamos rodeados de verde y eso siempre me traslada a San Lorenzo", dice.
Lugar bonito
El País Vasco no encabeza las preferencias turísticas de los argentinos, sin embargo Marina alienta a visitarlo: "Es un lugar muy bonito y peculiar, pero tiene la pega de que llueve mucho, tanto en verano como en invierno. No sabés cuándo el clima se puede estropear".
El WhatsApp le ganó la pulseada a la nostalgia y permitió a Marina y su familia conectar a Salta con la comunidad autónoma española donde viven.
"Cuando empezó el Skype pensé que iba a tocar el cielo con las manos; pero no, tuve muchas complicaciones para comunicarme. Después vino el WhatsApp y sí fue una bendición", señala. Añade que está atenta a su celular porque cada tanto ilumina la pantalla un 'Hola, ¿qué tal?', una invitación elocuente para intercambiar fotos y videos que consuelan mientras no sea posible la maravilla de la teletransportación.
En Salta a Marina le quedaron su madre, 4 hermanos varones mayores que ella, 11 sobrinos y 4 sobrinos nietos. "Extraño la familia, los amigos, los afectos. El contacto físico, los abrazos, los besos, el 'vamos a ver una película'. Extraño mucho la vida social en las casas, el tocar el timbre a cualquier hora. Acá ir a la casa de alguien se da solo en una ocasión muy especial porque la gente no invita a su casa. Las reuniones de amigos se hacen en los bares", cierra.
Los elegidos de Marina
Una canción: "Izarren hautsa" ("Polvo de estrellas"), de Mikel Laboa (1934-2008), uno de los más importantes cantautores en euskera de fines del siglo XX.
Un plato: bacalao al pil-pil. El pil-pil es el nombre de la salsa que se produce al cuajarse los jugos del bacalao y el aceite cuando se cocina el pescado.
La bebida: el txakoli, un vino blanco espumoso, y el patxarán, un licor de endrinas y anís. Se acostumbra tomar un trago en el bar acompañado de un pintxo.
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En un pub del centro de nuestra ciudad Marina Pons (38) conoció a Jon (38), un joven vasco que llevaba un año y medio viajando por América. "La aventura inagotable y pura del amor" (de que habla Jorge Luis Borges en su poema "El enamorado") los llevó a vivir juntos durante cuatro meses en Junín de los Andes y luego a radicarse en el País Vasco.
Jon es ebanista y carpintero y tiene una mueblería en Zestoa, un pueblo de 3.600 habitantes ubicado en la provincia de Gipuzkoa. Marina es instructora de pilates y de gimnasia hipopresiva.
Durante un diálogo telefónico con El Tribuno, ella abre generosamente los herrajes de su memoria para compartir cómo es su vida en una de las regiones más antiguas y culturalmente ricas de Europa.
Al iniciar su relato recuerda que cuando estaba inmersa en el remolino de incertidumbre que suelen desatar los cambios radicales, hizo pie porque no iba a estar sola. "Aquí me recibieron muy bien, pero venía con carta de presentación. Tenía una familia que me esperaba, amigos que me esperaban. Creo que si me hubiera venido sola, en dos semanas me hubiera ido", se sincera.
Zestoa es conocido por las propiedades curativas de sus manantiales. También por las Fiestas Mayores o Amabirjinak, que se celebran a principios de septiembre e incluyen novilladas. Allá se habla el euskera, una lengua que no procede del latín ni pertenece a la familia indoeuropea. El 33% de los vascos es bilingüe porque domina también el español o el francés, si vive al norte de los Pirineos. Entre 1936 y 1976 el franquismo persiguió al euskera duramente, pero este renació tras aquella etapa oscura.
Marina lo habla fluentemente. "Es una lengua difícil de aprender porque no se compara con ninguna otra. La gramática es diferente. Acá dicen que los argentinos tenemos más facilidad para aprender a hablar euskera que un español. Lo curioso es que en el ayuntamiento del pueblo la técnica en euskera es una argentina originaria de La Plata", comenta.
El niño
Marina y Jon tuvieron en Zestoa un hijo, Peru, de tres años y medio, que comenzó a escolarizarse este año. "Criar un hijo acá se complica por el tema sentimental más que por otra cosa. Los padres estamos muy tranquilos. Este es un pueblo chico y por eso todavía los niños desde los 5 años andan en bicicleta solos por todas partes. Si pasa algo, siempre hay alguien que sabe quién es el niño y adónde tiene que ir. Eso no se paga con dinero y da una tranquilidad impresionante", destaca. Peru habla las dos lenguas heredadas de sus padres. "Yo me dirijo a él en 'argentino básico'. Incluso hago un esfuerzo por hablarle en 'salteño' y ha cogido enseguida la tonada y las palabras", cuenta.
Echar raíces en otro continente conlleva la comprensión ensombrecedora de que muchas personas son territorios de paso. Entonces se perfecciona el precario equilibro entre crear lazos y saber aferrarse a los recuerdos. "Aquí la gente no es afectuosa en el nivel físico, pero sí en el sentido de hacerte sentir parte de ellos. Los vascos son muy leales y confiables. Sin embargo, ponen cierta distancia física que a los que venimos de Salta nos cuesta sobrellevar, como el hecho de no darte un beso al saludarte y el que los abrazos se den solo para los cumpleaños", describe.
Otra perspectiva
Desde el viso de estar Lejos del pago a muchos salteños les llegó un enriquecimiento profesional inusitado. Marina prefiere hablar de "otra perspectiva de trabajo).
"Ya había trabajado un par de años en Salta, pero aquí he sentido que he evolucionado mucho más, que se valora mucho lo que yo hago. Como se dice habitualmente 'nadie es profeta en su tierra'", señala. La gimnasia hipopresiva es una "reprogramación" de la musculatura de la faja abdominal y del suelo pélvico, mientras que el pilates es un sistema de entrenamiento físico y mental. Ambos traen beneficios tanto terapéuticos como estéticos.
"En el campo en el que yo me muevo lo físico es importante, pero priman la salud y la estabilidad emocional. Aquí la gente cada vez está más cerca de la salud, pero no a un nivel de 'quiero tener un cuerpo diez' como en Argentina, sino de querer tener una salud diez. Eso implica la cabeza, la alimentación y, por último, el físico", explicita. Añade: "Los colegas vascos que han estado en Argentina se han sorprendido de la alimentación que se lleva allá con tantos hidratos de carbono, dulces y carne".
Aunque Marina lleva doce años fuera de Argentina, puede notar a través de las conversaciones con familiares y amigos de aquí y por sus propios viajes a Salta que se sigue un estilo de vida en desmedro de la salud. "Acá la gente tiene mucha costumbre de caminar entre una hora u hora y media a diario. Da igual si llueve, la gente -desde adolescentes, a mayores, incluso gente con bastón- camina. también muchos salen habitualmente a correr y a andar en bicicleta", añade.
Los paisajes de verdes colinas y profusa vegetación de Zestoa alientan las actividades al aire libre. El aire que entra fresco en sus pulmones le activa a Marina aromas de una villa salteña. "Acá camino cinco minutos y estoy en contacto con la naturaleza. Estamos rodeados de verde y eso siempre me traslada a San Lorenzo", dice.
Lugar bonito
El País Vasco no encabeza las preferencias turísticas de los argentinos, sin embargo Marina alienta a visitarlo: "Es un lugar muy bonito y peculiar, pero tiene la pega de que llueve mucho, tanto en verano como en invierno. No sabés cuándo el clima se puede estropear".
El WhatsApp le ganó la pulseada a la nostalgia y permitió a Marina y su familia conectar a Salta con la comunidad autónoma española donde viven.
"Cuando empezó el Skype pensé que iba a tocar el cielo con las manos; pero no, tuve muchas complicaciones para comunicarme. Después vino el WhatsApp y sí fue una bendición", señala. Añade que está atenta a su celular porque cada tanto ilumina la pantalla un 'Hola, ¿qué tal?', una invitación elocuente para intercambiar fotos y videos que consuelan mientras no sea posible la maravilla de la teletransportación.
En Salta a Marina le quedaron su madre, 4 hermanos varones mayores que ella, 11 sobrinos y 4 sobrinos nietos. "Extraño la familia, los amigos, los afectos. El contacto físico, los abrazos, los besos, el 'vamos a ver una película'. Extraño mucho la vida social en las casas, el tocar el timbre a cualquier hora. Acá ir a la casa de alguien se da solo en una ocasión muy especial porque la gente no invita a su casa. Las reuniones de amigos se hacen en los bares", cierra.
Los elegidos de Marina
Una canción: "Izarren hautsa" ("Polvo de estrellas"), de Mikel Laboa (1934-2008), uno de los más importantes cantautores en euskera de fines del siglo XX.
Un plato: bacalao al pil-pil. El pil-pil es el nombre de la salsa que se produce al cuajarse los jugos del bacalao y el aceite cuando se cocina el pescado.
La bebida: el txakoli, un vino blanco espumoso, y el patxarán, un licor de endrinas y anís. Se acostumbra tomar un trago en el bar acompañado de un pintxo.

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