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Los Huayra llevaron su talento al mundo copy

Jueves, 05 de enero de 2017 23:11
Los Huayra. Foto María Agustina Ríos.
El calor se instaló en Buenos Aires desde hace días. No es seco e intenso como en Salta, sino más bien pegajoso. En el lobby de un hotel céntrico, a metros de ese emblema porteño que es el Obelisco, el aire acondicionado amaina los efectos del clima.
En calma y con lentes de sol cruza la puerta el "Pony", bajista de Los Huayra, el grupo que en 2016 supo llevar la salteñidad al mundo con su nominación a los Latin Grammy.
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Los Huayra desde el avión.
Los músicos editaron "Gira" en 2016 , producidos por el reconocido Rafa Arcaute y se tomaron el nombre del disco al pie de la letra, porque no pararon de moverse y apenas si pudieron viajar a Estados Unidos entre tantas fechas. Volvieron sin el premio en el rubro folclórico, pero el estrellato ya es innegable.

Sobre ruedas

La combi que los espera los lleva hacia Tigre, al norte del conurbano bonaerense, para tocar en el Teatro Niní Marshall. "Hemos reducido muchísimo la impuntualidad. Antes llegaba 45 minutos tarde Luis, ¿te acordás?", le dice el Colo a Juan mientras esperan al pianista del grupo, recordando viejos tiempos entre risas.
Se encienden los motores y a la conversación se suman Luis y el Pony. El Colo oficia de vocero mientras sus compañeros miran por la ventana o se distraen con algún whatsapp de sus familiares o alguna actualización curiosa de Facebook o Instagram.
En la charla el Colo aclara que nada de este itinerario podría hacerse sin el apoyo de los seres queridos. Tal vez sea porque, aunque la música es apasionante, las distancias largas y prolongadas avivan la añoranza del pago hasta en el más enamorado de los pentagramas.
Ya en la autopista, la actualidad de la música aparece: “Hoy los festivales mezclan artistas de todos los géneros, que abrieron la cancha y no me parece mal”, explica el Colo. Y Luis agrega: “Nos gusta jugar con la música, divertirnos”
Hablan ahora del Festival de Cosquín, de su amigo Abel Pintos, a quien algunos cuestionan por haberse corrido de las raíces: “La dinámica del show cambió tremendamente. De hecho, él nos lo dijo cuando cenamos en Cafayate. Abel siempre va a pertenecer a la familia del folclore”, detallan.
Será que cada artista tiene la libertad de moverse en diferentes aguas, será que el origen en lo nativo es indiscutible. Y eso también sucede en el sonido de Los Huayra, que fusiona ecos propios del carnaval con punteos que remiten a los británicos de Coldplay, por ejemplo. Tal vez ahí, en la fusión, esté la búsqueda más honesta de muchos artistas, sin desmerecer por eso a la tradición más ancestral.
“Qué linda que se puso la tarde”, dice el Pony. Luis, con la nariz casi pegada a la ventana, señala a la Villa 31 de Retiro, y relata: “Teníamos la intención de hacer la Misa Criolla ahí, pero después no prosperó”, remarca.
Ya con la onda verde de una avenida por la que han transitado algunas veces antes, hablan por teléfono y le encargan objetos decorativos a Sebastián, que está en la feria artesanal de Tigre y se adelantó para hacer compras.
Sobre el final del trayecto el Colo juega: “Llegamos a Tiger”, dice. Al bajar, el calor se mezcla con los gritos que vienen de un parque de diversiones. Algunos valientes se animan a juegos de altura y en la caída sueltan alaridos. En el teatro, la prueba de sonido se inicia.

1...2...3... probando

“Ton 1, Ton 2. Probá los redo”, pronuncia una voz desconocida que se expande como un eco en la sala. Son las cinco de la tarde y solo el personal autorizado y algunos periodistas circulan por el lugar. La luz del sol se posa en unos paneles blancos que adornan las paredes del teatro, para apaciguar el sonido.
Un asistente cubre cada cable con cinta aisladora. Las personas vienen y van, trasladan anviles, unas cajas gigantes con ruedas donde transportan todo el material técnico. Los pasos de cada uno retumban sobre la madera.
Los sonidistas mueven los comandos de las consolas que parecen a simple vista tan complejos como el tablero de un avión o una nave espacial. Mientras suena “Por tener tu amor” y las voces se entrecruzan en una de sus letras románticas, una empleada de limpieza pasa un trapo de piso para dejar el escenario sin los rastros propios de la previa de un concierto.
En seguida, el Colo despliega los arpegios de “Shape of my heart”, de Sting y Dominic Miller, y que fue banda sonora del recordado filme “El perfecto asesino”, sus dedos parecen bailar sobre el diapasón de la guitarra y él se muestra concentrado y sonriente.
Los Huayra exponen su potencia incluso tras bambalinas y queda claro que podrían compartir escenario con U2, por ejemplo, sin mayores inconvenientes.
“¿Damos una pasadita?”, sugiere Juan para ajustar los últimos detalles. Ellos, de jean y zapatillas, de entrecasa, tocan como si jugaran en un barrio humilde, le piden un mate a uno de los periodistas, que presenció todo con el termo bajo el bazo.
Todo suena como debe sonar, la cancha donde ellos se corren es la de un equipo de primera. Por eso, en su carrera y en 2016 en particular, han llegado lejos.

De la gira al show

Un grupo de admiradores circunda el lugar y, a la espera de la apertura de las puertas, muestra su fanatismo: “Fuimos a San Martín, San Miguel, La Plata, Tigre. De acá no sabemos cuándo los vemos, capaz que me vaya a verlos a Mardel. Me encanta lo que hacen”, dice uno de ellos.
Cuando por fin se habilita la entrada todos se acomodan y en la sala no cabe un alfiler. De la veintena de canciones que ofrecerían esa noche, “Vida” es la elegida para echar a rodar la música que gira, como antaño lo hacían los viejos discos de vinilo.
Con una puesta que despliega imágenes en pantallas gigantes, Los Huayra pasan de la potencia del formato eléctrico a la intimidad del acústico sin sobresaltos.
Juan se conecta con el público y declara: “Cada noche tiene algo especial, una connotación diferente. Este disco está lleno de sueños y esperanzas, de canciones que hablan de las cosas que nos pasan y de la forma que tenemos de ver la música. En Gira quisimos decir lo que pensamos, lo que sentimos de la manera más simple. Para subir al escenario nosotros hacemos un montón de cosas y recorremos lugares, imágenes. Imágenes que producen ustedes y todo lo que hacemos arriba del escenario”, revela entre aplausos.
Luego de entonar Luz de la ciudad, el Colo comparte unas palabras con un público fervoroso y cálido: “La familia de Los Huayra va creciendo día a día y eso es gracias a ustedes. Nos movemos en patota”
Ese concepto, el de familia, se ve en los camarines, en los chistes y los abrazos de Hernando Mónico, Juan Fuentes, Luis Benavídez, Álvaro Plaza, Juan José Vasconcellos y Sebastián Giménez. Se ve también cuando una niña anima a su padre para que palmee una chacarera o cuando todos corean “La noche sin ti” con tanta fuerza que tapan a los músicos.
Acaso de eso se trate la historia de este sexteto que dio sus primeros pasos en 1995, de recorrer el camino, girando. Y de la mano de quienes los siguen y los acompañan en cada canción.
Veintena de canciones que ofrecerían esa noche, Vida es la elegida para echar a rodar la música que gira, como antaño lo hacían los viejos discos de vinilo.
Con una puesta que despliega imágenes en pantallas gigantes, Los Huayra pasan de la potencia del formato eléctrico a la intimidad del acústico sin sobresaltos.
Juan se conecta con el público y declara: “Cada noche tiene algo especial, tiene una connotación diferente. Este disco está lleno de sueños y esperanzas, de canciones que hablan de las cosas que nos pasan y de la forma que tenemos de ver la música. En Gira Los Huayra quisimos decir lo que pensamos, lo que sentimos de la manera más simple. Para subir al escenario nosotros hacemos un montón de cosas y recorremos lugares, imágenes. Imágenes que producen ustedes y todo lo que hacemos arriba del escenario”, revela entre aplausos.
Luego de entonar Luz de la Ciudad, el Colo comparte unas palabras con un público fervoroso y cálido: “En este fin de semana hemos podido recorrer muchos lugares hermoso, habíamos tenido la suerte de estar en este maravilloso teatro donde nos reencontramos con grandes amigos. Como la gente de Pacheco que esta hoy acá, son los que nos abrieron las puertas en nuestras primeras oportunidades de venir a Buenos Aires. Y de eso no nos olvidamos.” Una ovación de aplausos y gritos lo interrumpe, y él añade: “la familia de Los Huayra va creciendo día a día y eso es gracias a ustedes. Nos movemos en patota”
Ese concepto, el de familia, se ve en los camarines, en los chistes y los abrazos de Hernando Mónico, Juan Fuentes, Luis Benavidez, Álvaro Plaza, Juan José Vasconcellos y Sebastián Giménez. Se ve también cuando una niña anima a su padre para que palmee una chacarera o cuando todos corean “La noche sin ti” con tanta fuerza que tapan a los músicos que, emocionados escuchan a su público.
Acaso de eso se trate la historia de este sexteto que dio sus primeros pasos en 1995, de recorrer el camino, girando. Y de la mano de quienes los siguen y los acompañan en cada canción.

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El calor se instaló en Buenos Aires desde hace días. No es seco e intenso como en Salta, sino más bien pegajoso. En el lobby de un hotel céntrico, a metros de ese emblema porteño que es el Obelisco, el aire acondicionado amaina los efectos del clima.
En calma y con lentes de sol cruza la puerta el "Pony", bajista de Los Huayra, el grupo que en 2016 supo llevar la salteñidad al mundo con su nominación a los Latin Grammy.
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Los Huayra desde el avión.
Los músicos editaron "Gira" en 2016 , producidos por el reconocido Rafa Arcaute y se tomaron el nombre del disco al pie de la letra, porque no pararon de moverse y apenas si pudieron viajar a Estados Unidos entre tantas fechas. Volvieron sin el premio en el rubro folclórico, pero el estrellato ya es innegable.

Sobre ruedas

La combi que los espera los lleva hacia Tigre, al norte del conurbano bonaerense, para tocar en el Teatro Niní Marshall. "Hemos reducido muchísimo la impuntualidad. Antes llegaba 45 minutos tarde Luis, ¿te acordás?", le dice el Colo a Juan mientras esperan al pianista del grupo, recordando viejos tiempos entre risas.
Se encienden los motores y a la conversación se suman Luis y el Pony. El Colo oficia de vocero mientras sus compañeros miran por la ventana o se distraen con algún whatsapp de sus familiares o alguna actualización curiosa de Facebook o Instagram.
En la charla el Colo aclara que nada de este itinerario podría hacerse sin el apoyo de los seres queridos. Tal vez sea porque, aunque la música es apasionante, las distancias largas y prolongadas avivan la añoranza del pago hasta en el más enamorado de los pentagramas.
Ya en la autopista, la actualidad de la música aparece: “Hoy los festivales mezclan artistas de todos los géneros, que abrieron la cancha y no me parece mal”, explica el Colo. Y Luis agrega: “Nos gusta jugar con la música, divertirnos”
Hablan ahora del Festival de Cosquín, de su amigo Abel Pintos, a quien algunos cuestionan por haberse corrido de las raíces: “La dinámica del show cambió tremendamente. De hecho, él nos lo dijo cuando cenamos en Cafayate. Abel siempre va a pertenecer a la familia del folclore”, detallan.
Será que cada artista tiene la libertad de moverse en diferentes aguas, será que el origen en lo nativo es indiscutible. Y eso también sucede en el sonido de Los Huayra, que fusiona ecos propios del carnaval con punteos que remiten a los británicos de Coldplay, por ejemplo. Tal vez ahí, en la fusión, esté la búsqueda más honesta de muchos artistas, sin desmerecer por eso a la tradición más ancestral.
“Qué linda que se puso la tarde”, dice el Pony. Luis, con la nariz casi pegada a la ventana, señala a la Villa 31 de Retiro, y relata: “Teníamos la intención de hacer la Misa Criolla ahí, pero después no prosperó”, remarca.
Ya con la onda verde de una avenida por la que han transitado algunas veces antes, hablan por teléfono y le encargan objetos decorativos a Sebastián, que está en la feria artesanal de Tigre y se adelantó para hacer compras.
Sobre el final del trayecto el Colo juega: “Llegamos a Tiger”, dice. Al bajar, el calor se mezcla con los gritos que vienen de un parque de diversiones. Algunos valientes se animan a juegos de altura y en la caída sueltan alaridos. En el teatro, la prueba de sonido se inicia.

1...2...3... probando

“Ton 1, Ton 2. Probá los redo”, pronuncia una voz desconocida que se expande como un eco en la sala. Son las cinco de la tarde y solo el personal autorizado y algunos periodistas circulan por el lugar. La luz del sol se posa en unos paneles blancos que adornan las paredes del teatro, para apaciguar el sonido.
Un asistente cubre cada cable con cinta aisladora. Las personas vienen y van, trasladan anviles, unas cajas gigantes con ruedas donde transportan todo el material técnico. Los pasos de cada uno retumban sobre la madera.
Los sonidistas mueven los comandos de las consolas que parecen a simple vista tan complejos como el tablero de un avión o una nave espacial. Mientras suena “Por tener tu amor” y las voces se entrecruzan en una de sus letras románticas, una empleada de limpieza pasa un trapo de piso para dejar el escenario sin los rastros propios de la previa de un concierto.
En seguida, el Colo despliega los arpegios de “Shape of my heart”, de Sting y Dominic Miller, y que fue banda sonora del recordado filme “El perfecto asesino”, sus dedos parecen bailar sobre el diapasón de la guitarra y él se muestra concentrado y sonriente.
Los Huayra exponen su potencia incluso tras bambalinas y queda claro que podrían compartir escenario con U2, por ejemplo, sin mayores inconvenientes.
“¿Damos una pasadita?”, sugiere Juan para ajustar los últimos detalles. Ellos, de jean y zapatillas, de entrecasa, tocan como si jugaran en un barrio humilde, le piden un mate a uno de los periodistas, que presenció todo con el termo bajo el bazo.
Todo suena como debe sonar, la cancha donde ellos se corren es la de un equipo de primera. Por eso, en su carrera y en 2016 en particular, han llegado lejos.

De la gira al show

Un grupo de admiradores circunda el lugar y, a la espera de la apertura de las puertas, muestra su fanatismo: “Fuimos a San Martín, San Miguel, La Plata, Tigre. De acá no sabemos cuándo los vemos, capaz que me vaya a verlos a Mardel. Me encanta lo que hacen”, dice uno de ellos.
Cuando por fin se habilita la entrada todos se acomodan y en la sala no cabe un alfiler. De la veintena de canciones que ofrecerían esa noche, “Vida” es la elegida para echar a rodar la música que gira, como antaño lo hacían los viejos discos de vinilo.
Con una puesta que despliega imágenes en pantallas gigantes, Los Huayra pasan de la potencia del formato eléctrico a la intimidad del acústico sin sobresaltos.
Juan se conecta con el público y declara: “Cada noche tiene algo especial, una connotación diferente. Este disco está lleno de sueños y esperanzas, de canciones que hablan de las cosas que nos pasan y de la forma que tenemos de ver la música. En Gira quisimos decir lo que pensamos, lo que sentimos de la manera más simple. Para subir al escenario nosotros hacemos un montón de cosas y recorremos lugares, imágenes. Imágenes que producen ustedes y todo lo que hacemos arriba del escenario”, revela entre aplausos.
Luego de entonar Luz de la ciudad, el Colo comparte unas palabras con un público fervoroso y cálido: “La familia de Los Huayra va creciendo día a día y eso es gracias a ustedes. Nos movemos en patota”
Ese concepto, el de familia, se ve en los camarines, en los chistes y los abrazos de Hernando Mónico, Juan Fuentes, Luis Benavídez, Álvaro Plaza, Juan José Vasconcellos y Sebastián Giménez. Se ve también cuando una niña anima a su padre para que palmee una chacarera o cuando todos corean “La noche sin ti” con tanta fuerza que tapan a los músicos.
Acaso de eso se trate la historia de este sexteto que dio sus primeros pasos en 1995, de recorrer el camino, girando. Y de la mano de quienes los siguen y los acompañan en cada canción.
Veintena de canciones que ofrecerían esa noche, Vida es la elegida para echar a rodar la música que gira, como antaño lo hacían los viejos discos de vinilo.
Con una puesta que despliega imágenes en pantallas gigantes, Los Huayra pasan de la potencia del formato eléctrico a la intimidad del acústico sin sobresaltos.
Juan se conecta con el público y declara: “Cada noche tiene algo especial, tiene una connotación diferente. Este disco está lleno de sueños y esperanzas, de canciones que hablan de las cosas que nos pasan y de la forma que tenemos de ver la música. En Gira Los Huayra quisimos decir lo que pensamos, lo que sentimos de la manera más simple. Para subir al escenario nosotros hacemos un montón de cosas y recorremos lugares, imágenes. Imágenes que producen ustedes y todo lo que hacemos arriba del escenario”, revela entre aplausos.
Luego de entonar Luz de la Ciudad, el Colo comparte unas palabras con un público fervoroso y cálido: “En este fin de semana hemos podido recorrer muchos lugares hermoso, habíamos tenido la suerte de estar en este maravilloso teatro donde nos reencontramos con grandes amigos. Como la gente de Pacheco que esta hoy acá, son los que nos abrieron las puertas en nuestras primeras oportunidades de venir a Buenos Aires. Y de eso no nos olvidamos.” Una ovación de aplausos y gritos lo interrumpe, y él añade: “la familia de Los Huayra va creciendo día a día y eso es gracias a ustedes. Nos movemos en patota”
Ese concepto, el de familia, se ve en los camarines, en los chistes y los abrazos de Hernando Mónico, Juan Fuentes, Luis Benavidez, Álvaro Plaza, Juan José Vasconcellos y Sebastián Giménez. Se ve también cuando una niña anima a su padre para que palmee una chacarera o cuando todos corean “La noche sin ti” con tanta fuerza que tapan a los músicos que, emocionados escuchan a su público.
Acaso de eso se trate la historia de este sexteto que dio sus primeros pasos en 1995, de recorrer el camino, girando. Y de la mano de quienes los siguen y los acompañan en cada canción.

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