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16 de Abril,  Salta, Centro, Argentina
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El ajedrez salteño gana su mejor partida

Sabado, 07 de enero de 2017 00:24
Jugando al ajedrez en la plaza 9 de Julio. Foto Javier Corbalán.
Axel tiene 12 años y vive en un barrio de Salta, uno de tantos barrios en los que el desempleo, la pobreza y la crisis educativa no son cuestiones de laboratorio sino que se viven en la piel. En su barrio hay patotas, por supuesto. La palabra define a una especie de asociación ilícita dedicada al dominio territorial, las peleas, el paco y, eventualmente, el robo. Visto de otra manera, más minuciosa, podrían definirse como frágiles grupos acorralados por la exclusión. Los hermanos de Axel son parte de alguna patota, pero él se dedica a otra cosa: juega al ajedrez en el Centro de Integración Comunitaria. Esa elección, que lo aleja de las veredas de la violencia ha convertido al adolescente en un personaje respetado entre sus pares. El instructor y árbitro provincial Cristian Gutiérrez, que dirige en Santa Cecilia a uno de los grupos de Jaque Mate a la Violencia asegura que ese prestigio alienta a los padres para que acompañen esta iniciativa que coloca al milenario juego - ciencia de los príncipes dentro de una estrategia para construir inclusión y paz social.
El ajedrez, cuyo verdadero origen se oculta en la noche de los tiempos, es un juego que combina la estrategia militar con el cálculo matemático y, como en ambos casos, pone en juego el autocontrol y la racionalidad por sobre cualquier forma de violencia. Es por esas condiciones que el presidente de la Federación Salteña de Ajedrez, Pablo Aramayo, y la Cooperadora Asistencial, representada por el abogado Javier Cornejo, decidieron llevar a cabo una apuesta: combatir todas las formas de violencia que se ensañan con los jóvenes haciendo llegar a la periferia salteña el ajedrez, como instrumento de contención.
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La Federación Salteña de Ajedrez acredita una rica historia y algunos nombres ilustres; históricos, como la familia Belmonte, y rutilantes, como el precoz maestro Julián Vilca que en un 2016 lleno de éxitos tuvo un excelente desempeño en el torneo internacional de Khanty Mansiysk, en Siberia. Con la conducción de Pablo Aramayo, la FSA salió a los barrios. En los CIC de Asunción, Limache, Unión, Santa Cecilia, Solidaridad y Constitución ya funcionan las escuelas de ajedrez a cargo de los instructores Mario Alejandro Ramírez, Alejandro Gaite, Esteban Vargas, Facundo Carral, Omar Rojas, Cristian Gutiérrez y Francisco Torres, entre otros.
“Poco a poco, sin aflojar”, así definen los ajedrecistas salteños el viraje hacia el compromiso social que va tomando su pasión.
Los resultados son alentadores. Jaque mate a la violencia gana espacio en bibliotecas populares parroquias, dentro del servicio penitenciario, en instituciones como la Escuela de Artes y Oficios y el histórico Club Comercio y tuvo su espaldarazo en el apoyo que le brinda dentro de la Cooperadora Asistencial el representante de la Cámara de Comercio, Javier Cornejo. “Creo que es un año exitoso, y sobre todo, auspicioso”, evalúa Aramayo.
Los instructores coinciden. “Hay resultados perceptibles que se traducen en una buena actitud, mucho compromiso y entusiasmo de los chicos”, explica Vargas. “La meta de sacar de sus mentes la predisposición a la violencia es alcanzable, con el acompañamiento de los padres; y este se va dando porque ellos valoran al ajedrez”.
Los chicos participan en torneos, donde se estimulan y a los que se suman los padres.
Jaque mate a la violencia se maneja con varios principios claros. Están convencidos de que el ajedrez es más que un juego; es una actividad que educa a los chicos en la aplicación de ciertos hábitos en la vida cotidiana, tales como analizar el error, proyectar, administrar correctamente el tiempo, ser creativos, con disposición al sacrificio y vocación de superación personal.
El escenario que enfrentan es crudo y lo conocen bien: “nos concentramos en crear un lugar de recreación para sacar a la juventud del alcoholismo, la drogadicción, la falta de contención, ayudándoles a desarrollar un pensamiento más abierto, a disminuir la violencia de las calles y a sacar a los chicos del laberinto de los pensamientos suicidas”.
La realidad social es tan dramática como las que usan los ajedrecistas para describirla. Cuesta creer que en cada barrio se contabilizan tres o cuatro suicidios por mes, todos ellos nacidos del paco y, en especial, de la pérdida de expectativas.
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Los objetivos tienen además fundamentos pedagógicos. “El ajedrez es la simple manera de expresar la creatividad y la inteligencia de cada persona, pero va más allá. El ajedrez no se juega de a dos, sino de a cuatro: cada uno y su mente, contra el rival y su mente. El dominio de uno mismo y la mente será el desafío y mejor logro. Y si un niño aprende su mente se abrirá a un mundo lleno de obstáculos pero frente a los cuales la estrategia y la confianza en sí mismo permitirán superarlos. Al ajedrez se lo debe enseñar para enseñar a vivir”, sostiene Aramayo.
Los trebejistas sociales caminan las calles y respiran el aire de los barrios. Sus opiniones sobre la realidad no son temas de sobremesa sino compromiso de vida.
Su sueño es poblar todas las plazas con tableros, como lo hicieron varios domingos de 2016 en la 9 de julio.

Aprender a pensar, prever y decidir

Omar Rojas es ajedrecista de corazón e instructor en Constitución. Habla con entusiasmo al realizar un balance del año 2016. “Todo positivo. Trabajamos con la Policía Infantil, Constitución sacó un premio, los padres nos apoyan cada vez más y cada vez hay más niñas y jóvenes que se suman al ajedrez”.
Rojas está convencido de que el proyecto va por muy buen camino aunque, advierte, “nosotros no hacemos apostolado de ajedrez; nuestro compromiso más profundo consiste en que nuestro deporte sirva como instrumento de recuperación de los jóvenes”.
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Jóvenes ajedrecistas en el CIC de Barrio Unión con el instructor Francisco Torres. Foto Pablo Yapura

Ese compromiso tiene un fundamento teórico. El ajedrez tienen valor educativo por su carácter de entretenimiento, porque desarrolla el pensamiento táctico, las capacidades lógico motrices de resolución de problemas y ejercita en la toma de decisiones. Además, demuestra ser un formidable instrumento de socialización que atraviesa todas las barreras sociales y culturales.
“El juego ejercita la atención porque el jugador debe concentrarse en lo que ve y en lo que puede pasar; ejercita la memoria, porque cada partida es una experiencia que se acumula”, opina Alejandro Gaite, de Asunción.
Es una práctica inigualable de razonamiento, desarrolla la creatividad, obliga a fortalecer el carácter, porque “todo jugador se compromete con el juego y pone todo de si mismo”, acota Facundo Carral, instructor de Limache.
Cristian Gutiérrez, de Santa Cecilia, destaca que “como juego individual, el ajedrez fortalece el protagonismo y la responsabilidad personal del jugador”.
La fortaleza del ajedrez, la que lo convierte en un medio de fuerte influencia social, radica en que no se trata de un mero entretenimiento individualista, sino que vincula y compromete al jugador con la realidad al obligarlo a analizar, prever y resolver, y sentir que es capaz de tomar decisiones.
“La exclusión genera en los chicos el sentimiento de que nada se puede cambiar y que todo está predeterminado; el ajedrez les permite experimentar personalmente que la vida es una construcción de la que uno es protagonista”, concluye Javier Cornejo.

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Axel tiene 12 años y vive en un barrio de Salta, uno de tantos barrios en los que el desempleo, la pobreza y la crisis educativa no son cuestiones de laboratorio sino que se viven en la piel. En su barrio hay patotas, por supuesto. La palabra define a una especie de asociación ilícita dedicada al dominio territorial, las peleas, el paco y, eventualmente, el robo. Visto de otra manera, más minuciosa, podrían definirse como frágiles grupos acorralados por la exclusión. Los hermanos de Axel son parte de alguna patota, pero él se dedica a otra cosa: juega al ajedrez en el Centro de Integración Comunitaria. Esa elección, que lo aleja de las veredas de la violencia ha convertido al adolescente en un personaje respetado entre sus pares. El instructor y árbitro provincial Cristian Gutiérrez, que dirige en Santa Cecilia a uno de los grupos de Jaque Mate a la Violencia asegura que ese prestigio alienta a los padres para que acompañen esta iniciativa que coloca al milenario juego - ciencia de los príncipes dentro de una estrategia para construir inclusión y paz social.
El ajedrez, cuyo verdadero origen se oculta en la noche de los tiempos, es un juego que combina la estrategia militar con el cálculo matemático y, como en ambos casos, pone en juego el autocontrol y la racionalidad por sobre cualquier forma de violencia. Es por esas condiciones que el presidente de la Federación Salteña de Ajedrez, Pablo Aramayo, y la Cooperadora Asistencial, representada por el abogado Javier Cornejo, decidieron llevar a cabo una apuesta: combatir todas las formas de violencia que se ensañan con los jóvenes haciendo llegar a la periferia salteña el ajedrez, como instrumento de contención.
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La Federación Salteña de Ajedrez acredita una rica historia y algunos nombres ilustres; históricos, como la familia Belmonte, y rutilantes, como el precoz maestro Julián Vilca que en un 2016 lleno de éxitos tuvo un excelente desempeño en el torneo internacional de Khanty Mansiysk, en Siberia. Con la conducción de Pablo Aramayo, la FSA salió a los barrios. En los CIC de Asunción, Limache, Unión, Santa Cecilia, Solidaridad y Constitución ya funcionan las escuelas de ajedrez a cargo de los instructores Mario Alejandro Ramírez, Alejandro Gaite, Esteban Vargas, Facundo Carral, Omar Rojas, Cristian Gutiérrez y Francisco Torres, entre otros.
“Poco a poco, sin aflojar”, así definen los ajedrecistas salteños el viraje hacia el compromiso social que va tomando su pasión.
Los resultados son alentadores. Jaque mate a la violencia gana espacio en bibliotecas populares parroquias, dentro del servicio penitenciario, en instituciones como la Escuela de Artes y Oficios y el histórico Club Comercio y tuvo su espaldarazo en el apoyo que le brinda dentro de la Cooperadora Asistencial el representante de la Cámara de Comercio, Javier Cornejo. “Creo que es un año exitoso, y sobre todo, auspicioso”, evalúa Aramayo.
Los instructores coinciden. “Hay resultados perceptibles que se traducen en una buena actitud, mucho compromiso y entusiasmo de los chicos”, explica Vargas. “La meta de sacar de sus mentes la predisposición a la violencia es alcanzable, con el acompañamiento de los padres; y este se va dando porque ellos valoran al ajedrez”.
Los chicos participan en torneos, donde se estimulan y a los que se suman los padres.
Jaque mate a la violencia se maneja con varios principios claros. Están convencidos de que el ajedrez es más que un juego; es una actividad que educa a los chicos en la aplicación de ciertos hábitos en la vida cotidiana, tales como analizar el error, proyectar, administrar correctamente el tiempo, ser creativos, con disposición al sacrificio y vocación de superación personal.
El escenario que enfrentan es crudo y lo conocen bien: “nos concentramos en crear un lugar de recreación para sacar a la juventud del alcoholismo, la drogadicción, la falta de contención, ayudándoles a desarrollar un pensamiento más abierto, a disminuir la violencia de las calles y a sacar a los chicos del laberinto de los pensamientos suicidas”.
La realidad social es tan dramática como las que usan los ajedrecistas para describirla. Cuesta creer que en cada barrio se contabilizan tres o cuatro suicidios por mes, todos ellos nacidos del paco y, en especial, de la pérdida de expectativas.
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Los objetivos tienen además fundamentos pedagógicos. “El ajedrez es la simple manera de expresar la creatividad y la inteligencia de cada persona, pero va más allá. El ajedrez no se juega de a dos, sino de a cuatro: cada uno y su mente, contra el rival y su mente. El dominio de uno mismo y la mente será el desafío y mejor logro. Y si un niño aprende su mente se abrirá a un mundo lleno de obstáculos pero frente a los cuales la estrategia y la confianza en sí mismo permitirán superarlos. Al ajedrez se lo debe enseñar para enseñar a vivir”, sostiene Aramayo.
Los trebejistas sociales caminan las calles y respiran el aire de los barrios. Sus opiniones sobre la realidad no son temas de sobremesa sino compromiso de vida.
Su sueño es poblar todas las plazas con tableros, como lo hicieron varios domingos de 2016 en la 9 de julio.

Aprender a pensar, prever y decidir

Omar Rojas es ajedrecista de corazón e instructor en Constitución. Habla con entusiasmo al realizar un balance del año 2016. “Todo positivo. Trabajamos con la Policía Infantil, Constitución sacó un premio, los padres nos apoyan cada vez más y cada vez hay más niñas y jóvenes que se suman al ajedrez”.
Rojas está convencido de que el proyecto va por muy buen camino aunque, advierte, “nosotros no hacemos apostolado de ajedrez; nuestro compromiso más profundo consiste en que nuestro deporte sirva como instrumento de recuperación de los jóvenes”.
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Jóvenes ajedrecistas en el CIC de Barrio Unión con el instructor Francisco Torres. Foto Pablo Yapura

Ese compromiso tiene un fundamento teórico. El ajedrez tienen valor educativo por su carácter de entretenimiento, porque desarrolla el pensamiento táctico, las capacidades lógico motrices de resolución de problemas y ejercita en la toma de decisiones. Además, demuestra ser un formidable instrumento de socialización que atraviesa todas las barreras sociales y culturales.
“El juego ejercita la atención porque el jugador debe concentrarse en lo que ve y en lo que puede pasar; ejercita la memoria, porque cada partida es una experiencia que se acumula”, opina Alejandro Gaite, de Asunción.
Es una práctica inigualable de razonamiento, desarrolla la creatividad, obliga a fortalecer el carácter, porque “todo jugador se compromete con el juego y pone todo de si mismo”, acota Facundo Carral, instructor de Limache.
Cristian Gutiérrez, de Santa Cecilia, destaca que “como juego individual, el ajedrez fortalece el protagonismo y la responsabilidad personal del jugador”.
La fortaleza del ajedrez, la que lo convierte en un medio de fuerte influencia social, radica en que no se trata de un mero entretenimiento individualista, sino que vincula y compromete al jugador con la realidad al obligarlo a analizar, prever y resolver, y sentir que es capaz de tomar decisiones.
“La exclusión genera en los chicos el sentimiento de que nada se puede cambiar y que todo está predeterminado; el ajedrez les permite experimentar personalmente que la vida es una construcción de la que uno es protagonista”, concluye Javier Cornejo.

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