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El fantasma de los independentismos

Jueves, 12 de octubre de 2017 00:00

El número de países que hay en el mundo es un tema de debate. Algunos organismos internacionales reconocen la existencia de doscientos, pero si se toma como referencia a aquéllos que poseen plena representación en las Naciones Unidas serían 193. En el momento de su creación, la ONU tenía 49 miembros, apenas una cuarta parte.

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El número de países que hay en el mundo es un tema de debate. Algunos organismos internacionales reconocen la existencia de doscientos, pero si se toma como referencia a aquéllos que poseen plena representación en las Naciones Unidas serían 193. En el momento de su creación, la ONU tenía 49 miembros, apenas una cuarta parte.

En 1991, tras el proceso de descolonización en Asia y África, eran 158. La disolución del bloque soviético elevó la cuenta a 183. El resto se sumó en las últimas dos décadas.

El conflicto de Cataluña, una región económicamente avanzada de 7.500.000 habitantes que desató la mayor crisis política de la historia de España desde el fin de la guerra civil en 1939, focalizó la atención de la comunidad internacional en un fenómeno de creciente relevancia política, con hondas repercusiones en la Unión Europea pero con amplias ramificaciones también en los cinco continentes: la acción de los movimientos separatistas que pretenden erigir a sus respectivas regiones en estados independientes, cuyo avance abre un inquietante signo de interrogación sobre la futura geografía política del planeta.

La coincidencia cronológica entre la profundización de la confrontación en Cataluña, el referéndum que aprobó la creación de un estado kurdo independiente en el norte de Irak y las imprevisibles derivaciones de la radicalización de las posturas independentistas de sectores minoritarios pero extremadamente activos de la comunidad mapuche en el sur de Chile y la Argentina contribuyen a dibujar un escenario global en el que antiguas aspiraciones autonómicas parecen haber encontrado un momento propicio para florecer.

En Europa, el mapa de los movimientos separatistas observa con frecuencia variaciones significativas, porque suele ocurrir que determinadas fuerzas políticas que luchan por una mayor autonomía regional modifiquen sus posiciones moderadas para enarbolar la bandera del independentismo. En la misma España, los acontecimientos de Cataluña no pueden sino impactar en el País Vasco, con sus 2.100.000 habitantes, que históricamente representó el principal desafío separatista en la península ibérica.

Escocia, con sus 5.400.000 habitantes, protagoniza otro conflicto de proporciones que amenaza la integridad del Reino Unido.

A diferencia de Cataluña, el gobierno escocés, también partidario de la independencia, negoció con Londres la realización de un referéndum, en el que una mayoría de un 55% optó por permanecer en Gran Bretaña. Pero el Brexit reavivó las ansias independentistas, que podrían materializarse en una nueva consulta popular.

En Italia, la Liga del Norte, liderada por Humberto Bossi, es la principal expresión de una corriente en ascenso que, con distintos matices, plantea alternativamente, según la evolución de las circunstancias políticas, la secesión de la próspera región septentrional o, cuando se presenta la oportunidad, su participación en una coalición de derecha en el gobierno de la península. Conviene retener el hecho de que la unidad italiana, que data de 1870, es posterior a la constitución de las repúblicas americanas.

Flandes, que con sus 6.300.000 habitantes, es la principal de las tres regiones que componen Bélgica, está gobernada por la Alianza Flamenca, partidaria de un secesionismo pacífico y gradual que otorgue la autodeterminación a los flamencos (de habla neerlandesa), quienes reivindican una identidad cultural marcadamente diferenciada de los valones, la otra gran región del país, con 4.000.000 de habitantes, donde se habla francés.

El conflicto belga, mejor administrado políticamente que el español, adquiere empero singular valor simbólico por el hecho de que la tercera de las regiones belgas alberga en su territorio nada menos a Bruselas, orgullosa sede de la Unión Europea, una ciudad en la que también se alzan algunas voces independentistas.

Un gran desafio

En Alemania, el Tribunal Constitucional desestimó meses atrás el recurso presentado por el Partido de Baviera para la celebración de un referéndum independentista. El fallo sostuvo que "en la República Federal Alemana como estado nacional, la soberanía recae en el pueblo alemán, por lo que los estados no son los dueños de la Constitución".

En consecuencia, "los estados carecen en la Carta Magna alemana de espacios para proceso secesionistas".

Lo cierto es que el continente europeo, cuna histórica del "Estado nación", concentra un máximo de heterogeneidad estatal en un mínimo de territorio. A diferencia de América, donde las superficies se miden en kilómetros cuadrados, en Europa se miden en metros. Hay micro-estados, como Luxemburgo, Liechtenstein, Mónaco, Andorra o San Marino, cuya soberanía jamás se puso en tela de juicio. Algunas agencias turísticas promocionan periplos para visitar "veinte países en quince días".

Los conflictos territoriales adquieren por ende una dimensión dramática, como quedó exhibido en las dos guerras mundiales del siglo XX y más recientemente en la sangrienta guerra civil que culminó con la desaparición de Yugoeslavia.

El nacimiento de la Unión Europea y la posterior creación del euro, el Banco Central Europeo, (BCE), el Parlamento Europeo y las demás instancias institucionales comunitarias aumentaron las tentaciones independentistas. Porque la aparición de un "supragobierno" continental, que acumula crecientemente funciones antes reservadas a los estados nacionales, alimentó las fantasías secesionistas de regiones como Cataluña o Escocia, que imaginan la alternativa de una conexión directa con los organismos de Bruselas y se auto-perciben como posibles estados soberanos integrados a la organización continental.

Hay un común denominador entre el crecimiento de los partidos de la ultraderecha en Francia, Alemania y otros países y el auge de los separatismos regionales.

Ambos expresan el resurgimiento del nacionalismo como reacción ante la globalización. La diferencia estriba en que la ultraderecha reivindica la soberanía de los estados nacionales contra el poder de los organismos supranacionales de Bruselas, mientras que los separatistas tratan de utilizar a esas instituciones comunitarias como paraguas para viabilizar sus pretensiones independentistas.

En este contexto, la agenda de la Unión Europea se ve urgida por la necesidad de una decisión institucional que garantice la intangibilidad de las fronteras de sus integrantes, prohíba taxativamente el reconocimiento y la admisión en su seno de regiones escindidas y autorice incluso el empleo de la fuerza en defensa de la integridad territorial de cualquiera de sus miembros.

(*) Vicepresidente del Instituto de Planeamiento Estratégico

 

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