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Se esfuma el rito de las ofrendas del Día de las Almas 

Por Luis Borelli
Miércoles, 01 de noviembre de 2017 08:57

Con el transcurso del tiempo el rito de las ofrendas se diluye y en la actualidad son pocas las familias que lo practican. Y no solo desapareció casi por completo de la ciudad sin también de las zonas rurales. 
Hace algo más de medio siglo por ejemplo, las ceremonias programadas por el Día de los Fieles Difuntos eran numerosas. Desde temprano en el atrio del cementerio de la Santa Cruz, las misas se sucedían cada media hora, mientras campo santo adentro varios curas se turnaban para orar responsos ante las tumbas y nichos a pedido de los deudos.
Y como era una verdadera romería la que acudía ese día al cementerio, los colectivos urbanos cambiaban de recorrido; todos pasaban de ida o de vuelta por la única necrópolis de la ciudad. 
En el hospital San Bernardo también se recordaba a los difuntos con una misa donde tradicionalmente participaba el coro de la Escuela de Ciegos ‘Corina Lona’. El oficio era por los fallecidos en el nosocomio durante el año y por parientes de médicos, enfermeros y empleados del hospital. 
Y los militares tampoco se quedaban atrás con el día de los difuntos. Bien temprano en la Catedral, frente al Panteón de las Glorias, rendían homenaje a los ‘Caídos por la Patria‘. Y más tarde, repetían la ceremonia en el Panteón Militar de la Santa Cruz con la asistencia de la banda de música. 

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Con el transcurso del tiempo el rito de las ofrendas se diluye y en la actualidad son pocas las familias que lo practican. Y no solo desapareció casi por completo de la ciudad sin también de las zonas rurales. 
Hace algo más de medio siglo por ejemplo, las ceremonias programadas por el Día de los Fieles Difuntos eran numerosas. Desde temprano en el atrio del cementerio de la Santa Cruz, las misas se sucedían cada media hora, mientras campo santo adentro varios curas se turnaban para orar responsos ante las tumbas y nichos a pedido de los deudos.
Y como era una verdadera romería la que acudía ese día al cementerio, los colectivos urbanos cambiaban de recorrido; todos pasaban de ida o de vuelta por la única necrópolis de la ciudad. 
En el hospital San Bernardo también se recordaba a los difuntos con una misa donde tradicionalmente participaba el coro de la Escuela de Ciegos ‘Corina Lona’. El oficio era por los fallecidos en el nosocomio durante el año y por parientes de médicos, enfermeros y empleados del hospital. 
Y los militares tampoco se quedaban atrás con el día de los difuntos. Bien temprano en la Catedral, frente al Panteón de las Glorias, rendían homenaje a los ‘Caídos por la Patria‘. Y más tarde, repetían la ceremonia en el Panteón Militar de la Santa Cruz con la asistencia de la banda de música. 

Las ofrendas

Por entonces la costumbre de las ofrendas estaba muy arraigada en el Valle de Lerma. En Cerrillos por ejemplo, doña María Guaymás de Liendro, semanas antes que finalice octubre, comenzaba a trabajar entusiastamente en la preparación de un amplio menú gastronómico con el que agasajaría la noche del 1 al 2 de noviembre, a las almas de sus difuntos. Elena, su hija, recuerda que ya a fines de octubre su madre comenzaba a elaborar el dulce de cayote que luego emplearía en empanadillas y demás confites que hacía para homenajear a las almas. ‘A veces -rememora Elena- carneaba un cordero o un lechón y una que otra gallina; preparaba recado para empanadas y tamales; hacía empanadillas, rosquetes, palillos, palomitas, perritos y guaguas de pan, todo recubiertos con almíbar de yema y azúcar. También se daba tiempo para la chicha rubia y pulsuda, la aloja, las masitas, el anchi y la mazamorra. En fin, preparaba dentro de lo que se podía, todo los que en vida les había gustado a los muertos de la casa. Y por supuesto, no olvidaba para las almitas un puñado de coca, una pizca de yisca y cigarrillo de chala. 
Y mientras mi mamá se ocupaba de las ofrendas, mi papá Dionisio, acarreaba leña del cerro, arreglaba las rajaduras del horno de barro pues por esos días iba a tener que arder duro y parejo. Por eso también, buscaba un nuevo y largo hurgunero para el horno’, concluye Elena. 

El primero de noviembre

El primero de noviembre a la oración, todos las ofrendas ya estaban cuidadosamente ubicadas en una mesa tendida con un impecable mantel blanco de lienzo. Todo se exhibía respetuosamente, sin que nadie, ni siquiera las guaguas, sacaran ni una pizca de lo allí servido. Porque las ofrendas eran para los idos, para los que ya no estaban, ni estarán más pero que según viejas creencias, esa noche volverían a visitar su hogar para probar y libar lo que más les gustaba cuando eran de carne y hueso. 
Y esa noche, con el mayor de los respetos, en la casa de María Guaymás, de Dionisio Liendro y sus cinco hijos, se velaba con gran sentimiento y respeto, el recuerdo de los muertos queridos, presentes en la mesa de las ofrendas con sus respectivas fotografías.
Y al día siguiente, día de los difuntos, toda la familia partía temprano al cementerio. Cada uno con un ramito de flores naturales o de papel, con velas, coronas de vistosos colores y hasta con alguna cruz que debía reemplazar el viejo madero de algún pariente difunto de vieja data. 
Y ya en el campo santo había que escuchar misa y después, tratar de contratar los servicios del cura para que se acerque hasta las tumbas de los propios y allí eche un responso y unas cuantas gotas de agua bendita en la tierra. 
Luego llegaba el momento de distribuir las flores, las coronas y encender las velas; tumba por tumba, sin olvidar ninguna. Y ya concluida la tarea religiosa, casi al mediodía solo restaba saludarse con los amigos en las afuera del cementerio y regresar a casa. Allí, las ofrendas, intactas, esperaban a que comenzara el festín que muchas veces duraban hasta el amanecer... 

Rito anual

El rito, se cumplía puntualmente todos los años, costumbre que aún Elena Liendro conserva en Cerrillos tal como su abuela Antonia Liendro lo trajo desde Luracatao, allá por los años ‘30 del siglo pasado. El problema es que ahora Elena está sola. Pero los mismo esta noche esperará a sus padres y hermanos con la mesa tendida, llena de convites para sus almas queridas. 

Día de los Difuntos

La fecha fue instituida por la Iglesia Católica Romana y la celebración se basa en la doctrina de que las almas de los fieles que al tiempo de morir no habían limpiado sus pecados veniales, o que no habían hecho expiación por transgresiones del pasado, no pueden alcanzar la Visión Beatífica, y que por lo tanto se les puede ayudar a alcanzarla por rezos y por el sacrificio de la misa. 
Ciertas creencias populares relacionadas con el Día de los Difuntos son de origen pagano y de vieja data. Así sucede con los campesinos de muchas naciones católicas que creen que en la noche de los Difuntos los muertos vuelven a sus casas donde habían vivido y participan de la comida.

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