¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

19°
23 de Abril,  Salta, Centro, Argentina
PUBLICIDAD

Paso a paso, China releva a EEUU

En quince años ambos tendrán el mismo producto bruto, pero con profundos desequilibrios de todo tipo, incluidos los potenciales bélicos. 
Jueves, 16 de noviembre de 2017 23:57

Por su milenaria tradición imperial, el protocolo chino es aún más rígido que el ceremonial vaticano. El hecho de que Donald Trump haya sido el primer Jefe de Estado extranjero agasajado por el recién reelecto presidente Xi Jinping con una comida en la mítica Ciudad Prohibida de Beijing fue un acontecimiento inédito y una deferencia cargada de sentido. Ese “trato imperial”, correspondido gentilmente por el visitante cuando mostró a su sonriente anfitrión el video de su nieta Anabella cantando en idioma mandarín, ratificó que la prioridad estratégica de la política exterior china es fortalecer del vínculo con EEUU.

Alcanzaste el límite de notas gratuitas
inicia sesión o regístrate.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
Nota exclusiva debe suscribirse para poder verla

Por su milenaria tradición imperial, el protocolo chino es aún más rígido que el ceremonial vaticano. El hecho de que Donald Trump haya sido el primer Jefe de Estado extranjero agasajado por el recién reelecto presidente Xi Jinping con una comida en la mítica Ciudad Prohibida de Beijing fue un acontecimiento inédito y una deferencia cargada de sentido. Ese “trato imperial”, correspondido gentilmente por el visitante cuando mostró a su sonriente anfitrión el video de su nieta Anabella cantando en idioma mandarín, ratificó que la prioridad estratégica de la política exterior china es fortalecer del vínculo con EEUU.

La obsesión del liderazgo chino es eludir la llamada “trampa de Tucidides”. El famoso historiador griego, al analizar el origen de las guerras del Peloponeso que hace 2.500 años desgarraron a la Grecia antigua, sostenía: “fue el ascenso de Atenas y el temor que eso provocó en Esparta lo que hizo que la guerra fuera inevitable”. Desde entonces, esa señal fue tomada como una advertencia sobre el peligro bélico que encierra cada relevo en el primer escalón del poder mundial.

 Sin prisa, pero sin pausa, China se acerca a desplazar de ese sitial de privilegio a Estados Unidos. Lo hace casi en puntas de pie, con una sutil delicadeza oriental. Deng Xiaoping, artífice del milagro chino, recomendaba a sus compatriotas “esconder las capacidades y esperar el momento oportuno”. Ese momento parece haber llegado, pero su mayor obsesión es que ese traspaso de poder sea lo menos trau mático posible.

Esa prudencia obedece a muy meditadas razones. Si bien en un plazo de entre diez y quince años el producto bruto chino superará al estadounidense, ese dato cuantitativo no tiene el mismo valor cualitativo. Porque cuando China alcance la condición de primera potencia económica mundial, su ingreso por habitante todavía será apenas un 20% del norteamericano. Mientras tanto, la superioridad tecnológica estadounidense es abrumadora. Y esa ventaja se expresa especialmente en el terreno militar, donde Estados Unidos conserva un indiscut ible predominio.

 Dos modelos agotados

Los chinos pretenden entonces desterrar del imaginario occidental cualquier analogía entre lo que se empeñan en definir como su camino de “ascenso pacífico” con el riesgo que un siglo atrás representó el avance de Alemania para la hegemonía británica. Aquella amenaza estratégica fue el trasfondo inconfeso que llevó a Londres a la primera guerra mundial. En su reemplazo, Beijing busca instalar la bucólica idea de lo que significó la suave transición que acompañó la sustitución de Gran Bretaña por Estados Unidos en el liderazgo planetario.

Más allá de las abismales diferencias culturales entre estos dos procesos de traslación del poder mundial, los economistas encuentran una analogía interesante. El encumbramiento estadounidense fue precedido por un alud de inversiones de las compañías británicas en la economía norteamericana, iniciado a fines del siglo XIX a partir de la Segunda Revolución Industrial, que ocurrió en EEUU.

El ascenso de China, iniciado en 1979 por la estrategia de modernización y apertura internacional implementada por Deng Xiaoping, fue motorizado por las inversiones de las grandes corporaciones transnacionales estadounidenses, que mudaron sus plantas fabriles al coloso asiático para aprovechar la ventaja competitiva de una oferta de una mano de obra abundante, barata y relativamente calificada.

Los resultados están a la vista y los caminos parecen entrecruzarse. Trump basó su campaña electoral en la denuncia de los efectos negativos de la desindustrialización de vastas regiones del territorio norteamericano, ocurrida mientras Estados Unidos protagonizaba la revolución tecnológica de la informática y las comunicaciones, que fue el origen de la nueva economía del conocimiento.

 Xi Jinping protagoniza un viraje estratégico. Beijing deja de sustentar su modelo de desarrollo en las industrias intensivas en mano de obra para orientarse hacia las industrias de avanzada y a la transformación del país en un “centro global de innovación y conocimiento”. Al mismo tiempo, China desplaza a Estados Unidos como la principal fuente de inversión extranjera directa a escala mundial. 

 Hacia un nuevo trato

Este cambio cualitativo es la base del “nuevo trato” forjado entre Xi Jinping y Trump. La Casa Blanca aspira reducir el déficit comercial con China, que el año pasado ascendió a 347.000 millones de dólares. En vez de medidas proteccionistas orientadas a reducir las importaciones chinas, tal como amenazaba Trump en la campaña electoral, ambos mandatarios acordaron incrementar fuertemente las exportaciones estadounidenses a China.

Durante la visita de Trump, se confirmó que China aumentará sus compras de soja en el mercado norteamericano. El nuevo embajador en Beijing es Terry Branstad, un viejo amigo del presidente chino y exgobernador de Iowa, el mayor estado agrícola de Estados Unidos. Entre los acuerdos concretados, figura también la adquisición de 300 aviones Boeing por una cifra de 37.000 millones de dólares.

Quedó pendiente un acuerdo que requiere una discusión de fondo en Washington. China está dispuesta a invertir cifras siderales en la compra de armamento en Estados Unidos. Esto repotenciaría un sector industrial estratégico de la economía norteamericana. La incógnita es si el Pentágono se allanará a autorizar operaciones que implicarían un drástico mejoramiento en la capacidad de las Fuerzas Armadas chinas. Pero China no solo se comprometió a incrementar las importaciones de Estados Unidos. También complació a Trump con la determinación de promover las inversiones chinas en la economía norteamericana. La Corporación de Inversiones en Energía de China invertirá 83.000 millones de dólares en la explotación de yacimientos gasíferos en Virginia y Occidental y la estatal Sinopec, con financiación del Banco de China, invertirá 43.000 millones de dólares para producir gas licuado en Alaska. 

Según Xi Jinping, la visita de Trump representó “un nuevo punto de partida histórico” en la relación entre China y Estados Unidos. El objetivo de Beijing es que China y Estados Unidos pasen de la interdependencia económica a la cooperación política, mediante la conformación de un nuevo eje de poder mundial, un G-2. De esa forma, China pretende eludir la “trampa de Tucidides” y sortear cualquier obstáculo que se interponga en la reinstalación del antiguo “Imperio del Centro” en el tablero del poder mundial. 

PUBLICIDAD