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Capacitados y con seriedad, se reduce el riesgo

Especialistas del INTA recomiendan el cumplimiento de las pautas de seguridad. 
Martes, 28 de noviembre de 2017 20:07

Los inicios de la agricultura se remontan al período Neolítico, momento en el que las sociedades humanas evolucionaron para dar inicio a los primeros cultivos trigo y cebada y a la cría de animales. Estas actividades productivas, que impulsaron el asentamiento de las civilizaciones, se expandieron por el mundo a través de las migraciones humanas, con el apoyo de sus tecnologías primogénitas.
En aquel momento, la relación de la humanidad con la naturaleza era muy estrecha, al punto de conocer las características de ambientes, cultivos e interacciones biológicas y comprender los ciclos productivos que garantizaban el alimento y protegerse de los desatinos climáticos.
Los siglos pasaron, el mercado avanzó y los sistemas productivos se simplificaron. Y, así, se alejaron del concepto de sustentabilidad heredado de las primeras civilizaciones humanas en el mundo.
Los recursos naturales deben aprovecharse en forma sostenible. El aprovechamiento sostenible implica el manejo racional de estos recursos.
Resulta impensado prescindir de los insumos sintéticos para combatir las plagas y malezas, entre otros males que acechan a las grandes superficies productivas. Así lo entiende Luis Carrancio técnico especializado en aplicaciones periurbanas del INTA Oliveros, Santa Fe quien reconoce que “hay una cultura del productor agropecuario tendiente a la simplificación impulsada por un sistema que lo acompaña: la formación académica, el mercado, los sistemas de acopio y de transporte, entre otras”.
En este contexto, surgen dos filosofías antagónicas: la que defiende una producción dependiente de insumos, pero con buenas prácticas, o bien, por el contrario, quienes sostienen que se puede generar alimentos de un modo agroecológico. Dos paradigmas. Dos maneras de ver el mundo. Una, arraigada a la cantidad, rentabilidad y simplicidad. La otra, a los saberes ancestrales y el respeto por la naturaleza.
“Resulta muy difícil romper con el sistema para volcarse a la agroecología cuando triplica las horas de trabajo y hace menos rentable la productividad de un campo”, explicó el técnico de Oliveros, sin descuidar que, además, se requiere un conocimiento superior y tiempo para comprender los ciclos productivos o, simplemente, “escuchar al suelo”.
Frente a esta disyuntiva, Ramiro Cid especialista en aplicación de fitosanitarios del Instituto de Ingeniería Rural del INTA Castelar sentenció: “No hay que demonizar a los insumos sino, más bien, a la mala praxis”.
Esta premisa pone al productor agropecuario en un papel fundamental. Ahora bien, si tiene la tecnología disponible y el conocimiento a su alcance, entonces, ¿qué falla a la hora de aplicar los fitosanitarios? ¿Hay negligencia, desconocimiento o, simplemente, gana la indiferencia?
Para Cid, “por un lado, los productores no tienen la obligatoriedad de cumplimentar ciertos requisitos en pos de una certificación, lo que se suma a una baja oferta de operarios capacitados. A su vez, hay gente desaprensiva y sin responsabilidad social”.
Carrancio fue más contundente y aseguró que “existe una ética ausente que prioriza la rentabilidad por sobre el ambiente”. En este sentido, las prácticas más rentables son aquellas de mayor adopción entre los productores. Además, complementó: “Hay un gran desconocimiento que aleja a los productores de las buenas prácticas”.
Ambos especialistas coincidieron en la importancia de “estar capacitados y tener responsabilidad social”, al tiempo de contar con personal matriculado, equipos verificados y registrados en las provincias para cumplimentar con las pautas mínimas de seguridad y reducir al máximo los riesgos.

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Los inicios de la agricultura se remontan al período Neolítico, momento en el que las sociedades humanas evolucionaron para dar inicio a los primeros cultivos trigo y cebada y a la cría de animales. Estas actividades productivas, que impulsaron el asentamiento de las civilizaciones, se expandieron por el mundo a través de las migraciones humanas, con el apoyo de sus tecnologías primogénitas.
En aquel momento, la relación de la humanidad con la naturaleza era muy estrecha, al punto de conocer las características de ambientes, cultivos e interacciones biológicas y comprender los ciclos productivos que garantizaban el alimento y protegerse de los desatinos climáticos.
Los siglos pasaron, el mercado avanzó y los sistemas productivos se simplificaron. Y, así, se alejaron del concepto de sustentabilidad heredado de las primeras civilizaciones humanas en el mundo.
Los recursos naturales deben aprovecharse en forma sostenible. El aprovechamiento sostenible implica el manejo racional de estos recursos.
Resulta impensado prescindir de los insumos sintéticos para combatir las plagas y malezas, entre otros males que acechan a las grandes superficies productivas. Así lo entiende Luis Carrancio técnico especializado en aplicaciones periurbanas del INTA Oliveros, Santa Fe quien reconoce que “hay una cultura del productor agropecuario tendiente a la simplificación impulsada por un sistema que lo acompaña: la formación académica, el mercado, los sistemas de acopio y de transporte, entre otras”.
En este contexto, surgen dos filosofías antagónicas: la que defiende una producción dependiente de insumos, pero con buenas prácticas, o bien, por el contrario, quienes sostienen que se puede generar alimentos de un modo agroecológico. Dos paradigmas. Dos maneras de ver el mundo. Una, arraigada a la cantidad, rentabilidad y simplicidad. La otra, a los saberes ancestrales y el respeto por la naturaleza.
“Resulta muy difícil romper con el sistema para volcarse a la agroecología cuando triplica las horas de trabajo y hace menos rentable la productividad de un campo”, explicó el técnico de Oliveros, sin descuidar que, además, se requiere un conocimiento superior y tiempo para comprender los ciclos productivos o, simplemente, “escuchar al suelo”.
Frente a esta disyuntiva, Ramiro Cid especialista en aplicación de fitosanitarios del Instituto de Ingeniería Rural del INTA Castelar sentenció: “No hay que demonizar a los insumos sino, más bien, a la mala praxis”.
Esta premisa pone al productor agropecuario en un papel fundamental. Ahora bien, si tiene la tecnología disponible y el conocimiento a su alcance, entonces, ¿qué falla a la hora de aplicar los fitosanitarios? ¿Hay negligencia, desconocimiento o, simplemente, gana la indiferencia?
Para Cid, “por un lado, los productores no tienen la obligatoriedad de cumplimentar ciertos requisitos en pos de una certificación, lo que se suma a una baja oferta de operarios capacitados. A su vez, hay gente desaprensiva y sin responsabilidad social”.
Carrancio fue más contundente y aseguró que “existe una ética ausente que prioriza la rentabilidad por sobre el ambiente”. En este sentido, las prácticas más rentables son aquellas de mayor adopción entre los productores. Además, complementó: “Hay un gran desconocimiento que aleja a los productores de las buenas prácticas”.
Ambos especialistas coincidieron en la importancia de “estar capacitados y tener responsabilidad social”, al tiempo de contar con personal matriculado, equipos verificados y registrados en las provincias para cumplimentar con las pautas mínimas de seguridad y reducir al máximo los riesgos.

Tomar conciencia es fundamental

Desde hace muchos años y con el foco en la capacitación y la concientización, el INTA pone foco en las buenas prácticas agrícolas. “Es fundamental tomar conciencia que los fitosanitarios bien empleados son una herramienta fantástica, pero si las cosas se hacen mal se puede ocasionar mucho daño”, subrayó Cid.
Carrancio señaló que, entre las consultas más recurrentes de los productores, se destaca la incertidumbre sobre el grado de toxicidad de los productos. “Ante esto, desde INTA, sólo podemos dar respuesta sobre la toxicidad aguda de los productos, pero sobre la crónica causada por pequeñas dosis a lo largo del tiempo, no tenemos información porque no está estandarizada la clasificación”.
Cid aseguró que “todos los alimentos que consumimos, en algún momento del proceso productivo, necesitaron, para desarrollarse, agroquímicos, incluso en la ganadería” y, sin embargo, la esperanza de vida es, cada vez, mayor.
A su vez, Carrancio transmitió tranquilidad al indicar que “existen controles que verifican la inocuidad de los alimentos que se comercializan en los grandes mercados”. Los muestreos controlan que no se supere el Límite Máximo de Residuo (LMR) que oscila entre el 0,1 y 0,5 partes por millón según los casos.

Cambio de paradigmas

De acuerdo con el especialista Luis Carrancio, técnico especializado del INTA Oliveros de Santa Fe, “es la presión de la sociedad la que, como en tantas otras circunstancias a lo largo de la historia, pone en la agenda pública la problemática de la mala praxis en la aplicación de fitosanitarios y demanda un cambio de paradigma productivo y nosotros, como organismo del Estado, salimos a acompañar y capacitar”.

 

 

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