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“Mi oficio es llevar la copla  a donde sea que vaya”

Balvina Ramos se define como promotora de la cultura salteña. 
Sabado, 16 de diciembre de 2017 20:29

“Esto de cantar no es un oficio, pero se puede vivir del canto porque en realidad no es como ser un asalariado. Las copleras somos generadoras de cultura e incluso vamos permanentemente innovando este canto ancestral. Hasta somos generadoras de trabajo porque continuamente estamos generando y creando actividades culturales. Todo es a pulmón”, dijo Balvina Ramos, la coplera de Bacoya.
El domingo pasado, El Tribuno empezó a conocer la historia de esta artista que tiene la misión de difundir la copla. 
Sucede que su casa de barrio San Rafael, en la zona sudeste de la ciudad de Salta, es un desfile de gente amiga, generalmente artista; guitarristas, cantantes, poetas, muchos copleros, que van llegando con su vinito bajo el poncho dispuestos a la hermosa aventura de comer, beber y compartir cultura. Se debe decir que muchos llegan para invitarla a todo aquel encuentro en donde la cultura está en el centro de todo pretexto. 
“Todo el tiempo estoy produciendo cosas. Mi trabajo es cantar, porque todo el tiempo tengo que estar moviéndome para generar este modo de vida. Esto, como todo, tiene su rutina de escritura de coplas, de ensayos y ahora estoy capacitando a otras personas con los talleres. Este es un trabajo que se realiza de manera independiente, no tenemos aportes ni obra social”, dijo.
Y entonces Balvina muestra nuevamente un mecanismo secreto que tiene. A cada tristeza le pone una cuarteta y así la va remando con una sonrisa lanzada al vacío que guarda para el final.
“Aquí les verán cantar
a tres hermanos alegres
en cada copla que canten
verán llorar paredes”
“Hay coplas armadas que vienen de los abuelos, luego cada uno va armando sus letras porque es creatividad pura. En la montaña es como aprender a caminar, ellas van saliendo solas cuando empiezas a ver la realidad de la vida, por donde van tus caminos las coplas se van improvisando según el momento. Yo con 5 o 6 años cantaba mirando mis cabritas y mis ovejas. En la cima de la montañas nos encargaban para llevar los animales del campo a la aguada, ‘morraleábamos’ a los animales. Era un juego para nosotros. Nos levantábamos temprano y ordeñábamos”.

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“Esto de cantar no es un oficio, pero se puede vivir del canto porque en realidad no es como ser un asalariado. Las copleras somos generadoras de cultura e incluso vamos permanentemente innovando este canto ancestral. Hasta somos generadoras de trabajo porque continuamente estamos generando y creando actividades culturales. Todo es a pulmón”, dijo Balvina Ramos, la coplera de Bacoya.
El domingo pasado, El Tribuno empezó a conocer la historia de esta artista que tiene la misión de difundir la copla. 
Sucede que su casa de barrio San Rafael, en la zona sudeste de la ciudad de Salta, es un desfile de gente amiga, generalmente artista; guitarristas, cantantes, poetas, muchos copleros, que van llegando con su vinito bajo el poncho dispuestos a la hermosa aventura de comer, beber y compartir cultura. Se debe decir que muchos llegan para invitarla a todo aquel encuentro en donde la cultura está en el centro de todo pretexto. 
“Todo el tiempo estoy produciendo cosas. Mi trabajo es cantar, porque todo el tiempo tengo que estar moviéndome para generar este modo de vida. Esto, como todo, tiene su rutina de escritura de coplas, de ensayos y ahora estoy capacitando a otras personas con los talleres. Este es un trabajo que se realiza de manera independiente, no tenemos aportes ni obra social”, dijo.
Y entonces Balvina muestra nuevamente un mecanismo secreto que tiene. A cada tristeza le pone una cuarteta y así la va remando con una sonrisa lanzada al vacío que guarda para el final.
“Aquí les verán cantar
a tres hermanos alegres
en cada copla que canten
verán llorar paredes”
“Hay coplas armadas que vienen de los abuelos, luego cada uno va armando sus letras porque es creatividad pura. En la montaña es como aprender a caminar, ellas van saliendo solas cuando empiezas a ver la realidad de la vida, por donde van tus caminos las coplas se van improvisando según el momento. Yo con 5 o 6 años cantaba mirando mis cabritas y mis ovejas. En la cima de la montañas nos encargaban para llevar los animales del campo a la aguada, ‘morraleábamos’ a los animales. Era un juego para nosotros. Nos levantábamos temprano y ordeñábamos”.

Adolescencia en Salta


“Yo vengo a Salta a los 16 años. En la ciudad no se cantaba la copla porque a los milicos no les gustaba”, dijo. “Debería ser un delito de lesa humanidad atentar contra la cultura”, definió.
En la ciudad tiene la suerte del destino a su lado. Comienza a trabajar en la casa de una histórica militante del Partido Justicialista. Se trataba de Matilde Vedia de Gil y aunque estaban en plena dictadura, le fomentaba el canto.
“Ella me incentivaba a cantar, me decía que nunca me calle. Yo cantaba a escondidas a veces y ella me escuchó y buscaba lugares para que cante. Yo no entendía a dónde estaba parada. Con el tiempo me fui dando cuenta. Era muy joven y adolescente”, cuenta y ríe.
“Venía gente a comer siempre y eran reuniones de política y resistencia. Me mandaban a la calle con una receta médica y me decían que si me paraban los milicos que le muestre la receta y que les diga que iba para la farmacia”, dijo a las carcajadas.
Allí conoció a Olivio Ríos, a Abraham Rallé, entre otros. Tuvo a disposición una biblioteca y luego se puso de novia y se casó. Cuando se fue de esa vida se dio cuenta en dónde estaba.
Con la vuelta de la democracia despega Balvina. Se lanzó en Salta el primer concurso de canto organizado por el Ateneo El Tribuno, con Radio Salta y Canal 11 y ella no podía quedar afuera. Había específicamente un concurso de coplas en la Casa de la Cultura. Había copleros de toda la provincia, tantos que duró tres meses el desafío. El Bagualero Vázquez y Jorge Díaz Bavio estaban entre el jurado y la competencia era fuerte.
“Ningún escenario me intimidó. Ese mismo año (1986) fue el Festival Latinoamericano de la Canción para inaugurar el Delmi, luego estuve en Cosquín. Nervios, alegría, emoción sí, pero nunca arrugué”, dijo.
Pero el desafío más grande estaba en la Sala Juan Carlos Dávalos de la vieja Casa de la Cultura, con 300 butacas, en donde don Roberto Romero hacía los concursos.
“Era un grande el viejo Romero. Me encontró en los pasillo y ya luego estaba en la Escuela de Conducción Política Eva Perón”, recordó. 
Cuando se anotó en el concurso fue a decirle a su hermana Lita. Ella le prestó un cassette de los Cantores del Alba en donde copleaba Javier Pantaleón y le dijo que cante como él. Y Balvina se puso a ensayar con eso. “Me salía bárbaro”, dijo. Llegó desde Bacoya su mamá Valentina y le pidió su ropa. Porque el concurso establecía ir con ropa típica y las coplas debían ser originarias.
En el relato textual la coplera dijo: “Cuando llegó el momento de subir a cantar me temblaban las piernas. Ya en el escenario hice dos pasos para atrás y luego fui para adelante. No me salió lo de Javier. La vi a mi mamá sentada y largué mi voz con las tonadas de mi tierra. Voy a sacar mis ovejas/ afuerita del corral,/ tengo vacas pa’marcar/ terneros pa señalar. Hice la voz del erke y el silbido de la quena. Estaba todo dentro mío. Y así gané el primer premio. Luego no paré nunca más, comencé a vivir de este oficio y de    llevar la copla para donde sea     que vaya”, dijo y sonrió.
 

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