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Nuestro futuro depende del esfuerzo de todos

Fundado el 21 de agosto de 1949. Director: Sergio Romero.
Domingo, 31 de diciembre de 2017 00:00

Comienza un nuevo año y tenemos derecho a esperar una renovación de nuestras vidas. Así ha sido siempre, desde que la humanidad transita por la tierra y construye la historia.

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Comienza un nuevo año y tenemos derecho a esperar una renovación de nuestras vidas. Así ha sido siempre, desde que la humanidad transita por la tierra y construye la historia.

Este 2017 ha sido un año difícil, porque nuestro país y nuestra provincia atraviesan momentos de crisis y de transformaciones, sin que el futuro termine de vislumbrarse con claridad. La vida humana nunca transcurre en un Edén; siempre exige sacrificio, lucha y capacidad de manejar la frustración. Pero hoy, al cumplirse 34 años de democracia debemos asumir que son demasiados los fracasos acumulados y que el balance social de este período es muy desfavorable. Mientras las elites se enfrascan en la profundización de una llamada "grieta ideológica", que en realidad encubre prioridades sectoriales e intereses mezquinos, las grandes mayorías soportan el peso de la verdadera fractura, la del nivel de ingresos y de posibilidades de futuro.

Esta realidad es resultado del fracaso de los experimentos sucesivos que nos llevaron de la ilusión neoliberal a la mitología populista. Tenemos derecho a esperar, por cierto, la autocrítica de los responsables de esos fracasos. También, a reclamar a las actuales autoridades una dosis fuerte de sensibilidad para que el peso de ese fracaso no vuelva a caer sobre los más débiles, jubilados, discapacitados, desocupados y excluidos.

La transformación de la realidad es posible y depende de nosotros. El camino debe ser el consenso. La soberbia y el mesianismo bloquearán cualquier posibilidad de acuerdo para un esfuerzo conjunto.

Las personas honestas, que quieren vivir de su trabajo y disfrutar pacíficamente de la vida, están al margen de la "grieta ideológica". Existe en la cultura argentina un consenso al que la dirigencia no llega a responder adecuadamente y que el activismo, de izquierda y de derecha, se esmera en boicotear. Los argentinos y los salteños, en general, creemos que el futuro que deseamos y merecemos se construirá dentro de la democracia representativa, respetando la ley y valorando la educación y el trabajo. Esos son los ejes del desarrollo humano.

La democracia representativa es el único marco institucional que ha permitido desplegar plenamente la libertad de pensamiento, de emprendimiento y de trabajo. Los países con mejores condiciones de vida y con mayores niveles de equidad lo han logrado dentro de ese sistema. La nuestra es, lamentablemente, una democracia condicionada por el populismo, las prácticas elitistas y las coaliciones sectoriales. La oposición salvaje y el recurso a la violencia de cualquier tipo para precipitar la caída del gobierno de turno solo acarrearon males mayores.

Nuestro país vivió un ciclo de crecimiento excepcional hasta mediados del siglo XX, pero luego cayó en una pendiente de la que no logramos salir; sin embargo, en aquella etapa de ascenso se acuñaron valores esenciales. El proyecto de educación pública y universal es, probablemente la política de Estado más formidable y exitosa que experimentó la Argentina. Pero la clave de ese éxito, que permitió la plena inclusión de millones de personas a lo largo de varias generaciones, debe atribuirse a la profunda convicción de las familias, que apoyaban a la escuela y a los maestros porque querían la prosperidad de sus hijos. La educación es el instrumento que permite a los jóvenes incorporarse a la actividad, como empleados, técnicos, emprendedores o trabajadores autónomos.

Pero la educación pública solo es viable con disciplina en el estudio y en la evaluación, con regularidad y con programas adecuados a la realidad laboral que deberán afrontar los estudiantes de hoy luego de que egresen. En todos estos puntos, la escuela está en deuda.

En un país donde el desempleo y el empleo degradado son un drama social, donde casi la mitad de los habitantes necesita de subsidios o pensiones para sobrevivir, y donde el Estado se ha convertido en empleador de emergencia, es imprescindible concentrar el esfuerzo en esa dirección. Es posible, con convicciones, salir adelante; es posible compartir la esperanza; es posible construir una democracia donde todos, cada uno desde nuestro lugar, contribuyamos a edificar ese país que nuestros antepasados nos legaron y del que queremos sentirnos siempre orgullosos.

 

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