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Entre tetas y espaldas

Sabado, 18 de febrero de 2017 00:00

Exhibir chichis para protestar es fruto de un error de apreciación y una concesión a la vulgaridad. Una trampa articulada pensando en una conjetural guerra de sexos, que podría entenderse quizá en algunas de las otras especies que habitan el universo. Los varones refinados e igualitaristas que, por definición detestan el machismo, siguen, en realidad, las enseñanzas de mi excelso maestro Guaraní, doctor en todos los erotismos, galanterías y placeres. Según Jacinto (así se hace llamar mi maestro que, con sus casi ochenta años, sigue practicando, enseñando y aprendiendo, enamorando y enamorándose, seduciendo y siendo seducido), lo que verdaderamente conmueve al varón refinado y no machista es la espalda femenina en todo su recorrido.

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Exhibir chichis para protestar es fruto de un error de apreciación y una concesión a la vulgaridad. Una trampa articulada pensando en una conjetural guerra de sexos, que podría entenderse quizá en algunas de las otras especies que habitan el universo. Los varones refinados e igualitaristas que, por definición detestan el machismo, siguen, en realidad, las enseñanzas de mi excelso maestro Guaraní, doctor en todos los erotismos, galanterías y placeres. Según Jacinto (así se hace llamar mi maestro que, con sus casi ochenta años, sigue practicando, enseñando y aprendiendo, enamorando y enamorándose, seduciendo y siendo seducido), lo que verdaderamente conmueve al varón refinado y no machista es la espalda femenina en todo su recorrido.

Entiéndase bien: cuando este doctor de la universidad de la calle -que frecuentó otros claustros- habla de la espalda, alude al espacio que comienza en el cuello y termina en la cintura; el resto, pertenece a otros cultos elementales. Aquellas espaldas encierran reservas inagotables de belleza y de mensajes sugerentes e irresistibles. “Tu endereza tus ojos hacia la espalda, y descubrirás mundos”, pontificaba el Maestro en el Bar del Victoria Plaza hacia 1968, mientras ardía París. “La espalda madura sin envejecer y mantiene su poder convocante hasta la muerte, sin reparar en kilos, texturas, colores, razas ni ideologías” repetía mientras ardía Córdoba en 1969 y el bandoneón de Dino desgranaba tangos malevos. Si no quedara más remedio, una protesta contundente, capaz de derrocar un gobierno de poetas y filósofos, sería aquella centrada en la exhibición de espaldas. Claro que su eficacia estará siempre un escalón por debajo de las protestas que exhiben Inteligencia. Teniendo, como tenemos en Salta, un gobierno no de poetas y filósofos sino de machos bellos y perfumados (los hay también feos y con pies transpirados) que apuestan a “la misma sangre”, y que mandan en coalición con “indios”, no me atrevería a negar la eficacia de las recientes protestas que descubrieron bustos femeninos. Mi segundo Maestro (filósofo autodidacta nacido en Metan), polemizaba con Jacinto el Guaraní sostenido que el eje estaba en los tobillos, en su esbeltez, en su diseño; aconsejaba fajarlos, si la naturaleza los había hecho rollizos. Mi tercer y último maestro, un progresista anclado en el siglo de Casanova, predicaba las virtudes -jamás comprobadas (al menos entre mis amigos)- del espacio chiribital, un área investigada hasta aquí sin éxito por el primer médico poeta salteño de mi generación (clase 1944).

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