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Irma Silva: “El abusador sexual no está enfermo, por eso no se puede hablar de curación”

Entrevista a la presidenta del Colegio de Psicólogos de Salta. 
Viernes, 03 de marzo de 2017 22:41

Bernardita Ponce Mora - [email protected]

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Bernardita Ponce Mora - [email protected]

Ante la noticia de un abuso sexual, surge la pregunta de qué pasa por la cabeza de la persona abusadora. “¿Tiene un padecimiento mental? ¿Fue abusado cuando era chico/a? ¿Por qué le hace eso a su hijo/a, nieto/a? ¿Esa persona se puede curar?”. Irma Silva, presidenta del Colegio de Psicólogos de Salta y subsecretaria de Desarrollo de Políticas Sociales de la Municipalidad, respondió a estas preguntas y describió la situación de sufrimiento y vulnerabilidad por la que pasa la víctima de un abuso sexual.

¿Cuál es el perfil psicológico de la persona que comete un abuso sexual?
Existen numerosas clasificaciones de abusadores sexuales. Sin embargo, más que indicar sus diferencias, resulta más esclarecedor marcar sus puntos de coincidencia. El abusador sexual no está enfermo. Elige el método, el momento y la forma de seleccionar y atacar a sus víctimas. Como no está enfermo, tampoco podemos hablar de curación. El agresor controla a la víctima y el encuentro sexual no ha sido planeado ni realizado de manera consensuada. Este desequilibrio puede deberse a relaciones de parentesco, vínculos jerárquicos, de autoridad, o fuerza física que permiten que el agresor pueda manipular al niño, niña o adolescente mediante la intimidación o la coerción física y/o emocional, mediante sobornos, promesas o engaños.

¿Cómo influye en la personalidad del abusado un hecho tan aberrante? 
Un violador no pone su punto de goce en la esfera sexual propiamente dicha, sino en la destrucción y cosificación del otro. Esta violencia posee un variado espectro de vejación, la anulación de la infancia, además de un terror insuperable, la delegación de la responsabilidad del secreto en la víctima, de un silencio abominable que implica una destrucción interna que supera de manera exponencial a la destrucción física que la invasión del cuerpo produce. Las lesiones físicas pueden sanar en mayor o menor tiempo, “lo traumático” queda inscripto en la psiquis de la víctima de forma indeleble. Sin duda, los niños y niñas víctimas son seleccionadas por su extrema vulnerabilidad y por la relación asimétrica que se plantea entre el ofensor y la víctima. No podemos siquiera pensar en utilizar esto como atenuante. Sí nos debe llamar a la reflexión respecto de cómo proceder cuando se detecta una situación de abuso infantil, qué se debe hacer, cómo se debe intervenir, cómo tratar las secuelas postraumáticas. Debemos tener bien en claro que siempre deja secuelas y que no podemos predecir la gravedad de las mismas.

¿Los abusadores fueron abusados?
Los victimarios no son indefectiblemente víctimas de abusos en la infancia, no se circunscriben a una única clase social, franja cultura, económica y o religiosa. Los abusadores sexuales -alcanza con mirar las cifras, compararlas y estudiar casuística- comprenden y dirigen sus actos al momento de abusar de sus víctimas. Es decir, son penalmente responsables de sus actos y deben responder por ellos. Eva Giberti (piscóloga psicoanalista) plantea que la tesis del abusador abusado, de la repetición compulsiva, que practicaría el violador, carece de toda ingenuidad, ya que a través de ella “se pretende fundar una política que alivie la responsabilidad de quien delinque contra niños y niñas”. La creencia de que estos casos son fáciles de detectar es absolutamente errónea. Múltiples son las razones que dificultan la identificación del abuso, tales como: miedo de los niños/as a ser castigados, amenazas del abusador/a dirigidas hacia ellos, pensar que no les van a creer o les van a culpar de lo sucedido, y quizás una de las cuestiones más importantes radique en el hecho de que como adultos no estamos preparados para hacerle frente a una realidad como esta, resultando más simple y tranquilizante pensar que no está sucediendo realmente, o sea, que no vemos lo que vemos, que debe ser un error lo que sospechamos, o simplemente que estamos exagerando al sospechar. 

¿Por qué se habla siempre de las complejas máscaras del abusador? 
La idea de máscara, doble cara, doble fachada, está siempre presente. Lejos está de la idea de un sujeto aberrante, monstruoso, deformado, que asusta cuando se lo ve; todo lo contrario, se trata de un señor o señora que tiene el mejor concepto en el vecindario, buen profesional, comerciante o lo que sea a lo que se dedique, amable, simpático, siempre bien dispuesto, incluso durante el proceso en el que se lo está investigando. Existe un consenso en señalar que el abuso sexual es una situación que se va dando paulatinamente a través de la seducción y el poder que ejerce el adulto sobre la niña/o, donde la criatura se encuentra entrampada entre el temor de ser castigada y la vergüenza de convertirse en cómplice. Comienza como un juego secreto, en el que se intercambian contactos físicos y el adulto va ganando la confianza hasta desarmar toda resistencia y el pacto de silencio lo deja sin escapatoria y con la responsabilidad y la culpa de haber sido vencida/o.

¿Cuándo una niña/ o cuenta una situación de abuso sexual hay que creerle siempre?
En el abuso sexual infantil, el relato de la víctima es una prueba de oro, ya que los abusadores perpetran su delito lejos de la mirada de terceros. Y se aseguran impunidad con amenazas hacia sus víctimas. Las víctimas no eligen serlo, no seducen a sus abusadores, no disfrutan con el abuso y no tienen elección ni consentimiento en el ataque, porque ya sea por la inmadurez sexual, por el terror, la incapacidad física o psicológica, la dependencia del abusador y o la vulnerabilidad y naturalización de la violencia. La inconmensurable asimetría que marca, decide y maneja el abusador les impide cualquier conducta de defensa. Las víctimas no se convierten indefectiblemente en abusadores. Recordemos que los delitos sexuales cometidos contra niñas y niños son realizados principalmente por personas que los cuidan y se cometen intramuros. El hecho violento es en sí mismo un hecho traumático que deja marcas físicas y un profundo dolor psíquico. Generalmente estarán presentes: el sentimiento de desamparo, tomando como punto de partida que la necesidad de ser amado y protegido constituye una necesidad humana básica, cualquier situación donde esto no se satisface queda asociada al sentimiento de impotencia con su consecuente generación de angustia. Instalado el sentimiento de desamparo, y de no mediar la ayuda adecuada, se generan otros sentimientos tales como el miedo, la tristeza o el desasosiego. La sensación de estar en peligro permanente resulta muy difícil integrar a la vida. Es un hecho para el que no se estaba preparado/a y que supera la capacidad de tolerancia por su carácter inesperado o desconocido y cruento.
Cada cual resignificará el hecho traumático de manera diferente, es decir, irá desprendiéndose del recuerdo penoso para transformarlo en un recuerdo susceptible de ser puesto en palabras. También se trata del proceso mediante el cual se desprende del padecimiento y del dolor así como del sometimiento a los mandatos del agresor y a las situaciones impuestas por el trauma.
 

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