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Dos milagros de la vida, en manos azules

En agosto del 2015, un cabo desenterró a una niña y su soplo de amor le devolvió la vida.
Miércoles, 08 de marzo de 2017 00:00

Miguel Escalante [email protected]

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Miguel Escalante [email protected]

 

En la mañana de un martes de agosto de 2015, un milagro se escribió sobre las arenosas laderas de un barranco de Luracatao, de cuyo fondo la Pachamama devolvió a una niña, enterrada por su madre-niña durante una crisis posparto.

La niña, hoy llamada Esperanza fue rescatada de un improvisado sepulcro por un policía y un civil.

Este pueblo sufriente, con más de 2.800 habitantes, constituido en la ex finca Luracatao, volvió a ser noticia tras décadas de silencio cordillerano.

En aquella ocasión, la madre-

niña jamás había recibido atención sanitaria, ya que según su madre había ocultado el embarazo durante los nueve meses.

La historia que culminó con un final mucho más que feliz arrancó en horas de la madrugada, cuando la madre-niña comenzó con trabajos de parto. Ella, de 13 años, se hallaba sola y bajo los efectos de un shock. En ese estado, bajó una empinada explanada hasta el lecho de arroyo seco, donde nació la bebé.

La madre-niña, quizá presa de un trauma posparto, según una fuente del centro de salud, no había llevado prenda alguna para cubrir a la recién nacida, la abandonó cubriendo su cuerpo con terrones y arena, en la fría mañana de los altos valles cordilleranos.

Durante más de cinco horas la beba permaneció desnuda bajo el cielo azul de Luracatao hasta que un peón rural encontró la sepultura.

"No puedo expresar con palabras esto que cualquier cristiano llamaría milagro, porque esa niña estuvo guarecida por la Madre Tierra, que no apagó su vida sino que la mantuvo en un doloroso letargo hasta el mediodía", contó entonces José Yapura, quien guiado por la mano de Dios acertó a pasar por allí. Él se asustó y fue a ver al cabo Enrique Guaymás, quien la trajo de vuelta al mundo, con su calor humano, su fe en la vida y sus manos que no dudaron nunca en hacer el último esfuerzo por la vida de los inocentes.

El cabo en diálogo con El Tribuno, y con una humildad sorprendente, dijo: "Muchas cosas ha sufrido el pueblo de Luracatao durante cientos de años de vida. Mucho dolor todavía está contenido, pero Esperanza aunque nació abandonada en una cuna de arena y piedra hoy tiene en esta gente 2.800 almas que rezan por ella, que la esperaron, que perdonaron a su madre niña".

"Esperanza dio una lección de fuerza, de vida y demostró una vez más que la madre tierra no necesita de estos sacrificios involuntarios nacidos de la negligencia, el abuso o la ignorancia. Al fin, siempre voy a pensar que Yapura como yo fuimos solo el vehículo de un milagro", dijo el cabo de la policía a El Tribuno.

El primer llanto

El funcionario policial dijo entonces que la bebé estaba tan fría que con todo el calor que ellos les brindaron seguía su cuerpo casi congelado y graficó: "En el hospital le pusieron bolsas de agua caliente para devolverle la temperatura y a los veinte minutos dejó de gemir lastimosamente para aumentar el volumen. Lloró, lloró como lloran los bebés: fuerte, estridente y hermoso".

Luego, comenzó a succionar alimentos y los médicos y el equipo de salud que la asistió comenzó a sonreír.

"La vida, cuando viene de esta manera, tiene un sabor diferente, me recuerda a Cristo", reflexionó.

En aquella ocasión las manos azules de un cabo de policía se convirtieron en un vehículo de vida y de perdón.

 

 

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