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La tierra de Artidorio y Juana Figueroa

Jueves, 09 de marzo de 2017 00:00

La lucha por los derechos de la mujer manifiesta una transformación cultural profunda e irreversible. Cuando los movimientos feministas hablan de "cultura patriarcal" cuestionan una relación de posesividad del hombre sobre la mujer, no como caso aislado sino como actitud generalizada.

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La lucha por los derechos de la mujer manifiesta una transformación cultural profunda e irreversible. Cuando los movimientos feministas hablan de "cultura patriarcal" cuestionan una relación de posesividad del hombre sobre la mujer, no como caso aislado sino como actitud generalizada.

El femicidio, que es el asesinato de una mujer por su condición de mujer, es la manifestación extrema de posesividad.

Muchos hombres incapaces de ejercer violencia suelen descalificar la protesta femenina. Los cambios culturales son traumáticos por lo profundo de las certezas en que arraigan.

Las letras del tango clásico parecen una apología del femicidio: "...cómo pude contenerme y ahí nomás la maté", cantaba Carlos Gardel.

En Salta la violencia de género es endémica desde hace siglos. La devoción por Juana Figueroa, asesinada a los 22 años en 1903 por su marido, Isidoro Heredia, produjo en su momento una inversión de roles de víctima y victimario. Según crónicas de la época, "había sido una mujer infiel, bastante descocada.... Isidoro era culpable pero tenía razón".

La López Pereyra, una zamba romántica convertida en símbolo salteño, debe su nombre al juez que eximió de prisión a Artidorio Cresseri, quien había asesinado a su pareja en lo que el magistrado consideró "emoción violenta". Estos episodios ocurrían a principios del siglo XX, una centuria en la que todo cambió, menos el machismo.

Por aquel entonces comenzó un proceso crítico de la civilización occidental. Mientras que los avances tecnológicos deslumbraban a la humanidad y mejoraban la calidad de vida en los lugares a los que llegaba el desarrollo, las ideas de Marx, Nietszche, Freud y Darwin -y las grandes guerras- daban vuelta la mirada sobre el mundo y sobre las personas. En medio de esos cambios ocurrió algo que estaba latente y que estalló: las mujeres encontraron espacio para el desarrollo personal, los métodos anticonceptivos permitieron regular a fertilidad y una cultura que sostenía la igualdad esencial de hombres y mujeres se asustó y comenzó a exigir que se considerara "natural" el rol hogareño de estas últimas.

El nudo de esta transformación cultural es la clave. Las mujeres, pero también los hombres, reclaman su derecho a vivir su tiempo como les resulte más constructivo y no admiten ser propiedad de nadie.

Sin embargo, muchas manifestaciones feministas empiezan a tomar el perfil de una nueva inquisición. Se revelan contra la imposición "naturalista" que colocaba al varón en el lugar del jefe, pero actúan con violencia hacia los que no comparten sus posiciones extremas y rupturistas.

No es imaginable un mundo futuro dominado por mujeres y con hombres reducidos al rol de zánganos. En cambio, las sobreactuaciones provocativas del ultrafeminismo solo sirven para que los femicidios sigan aumentando. Los problemas de fondo no se arreglan con marchas, provocaciones y agravios. Tan grave como eso, la politización de los problemas solo sirve para que sean utilizados políticamente por los machistas que pueblan los espacios de poder.

En tanto, las mujeres de la periferia, que sufren la violencia en el hogar y afrontan la pobreza sin trabajo y con subsidios a la maternidad, siguen viviendo lejos de la retórica burguesa; en el mismo Valle de Lerma donde, hace poco más de un siglo, Juana Figueroa vivía como podía su vida, que la llevaría al martirio y a la devoción popular.

 

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