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Abelardo, el gran Castillo

Lunes, 08 de mayo de 2017 00:00

El título parece extraño intentando reflejar lo intenso y profundo de la vida de Abelardo Castillo, sin embargo nació de una muy buena nota de Silvina Friera, de Página 12 que a modo de presentación habla del gran Abelardo Castillo. Hace unos días falleció, pero su paso por este mundo no fue intranscendente, por lejos gravitó en muchos escritores que se formaron al compás de su pluma reveladora, amplia y comprometida.

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El título parece extraño intentando reflejar lo intenso y profundo de la vida de Abelardo Castillo, sin embargo nació de una muy buena nota de Silvina Friera, de Página 12 que a modo de presentación habla del gran Abelardo Castillo. Hace unos días falleció, pero su paso por este mundo no fue intranscendente, por lejos gravitó en muchos escritores que se formaron al compás de su pluma reveladora, amplia y comprometida.

Me tocó entrevistarlo sin mucho preámbulo y en el ámbito íntimo de su casa. Me quedó en la memoria una antigua máquina de escribir, una pipa y un tablero de ajedrez, escenario de batallas épicas donde los caballos y alfiles alternaban su pasión con la literatura; quizás en el juego el rey abdicaba, pero en la vida, el talento del escritor, jamás lo hizo; por el contrario corría en la misma línea que sus convicciones.

La entrevista ocurrió una tarde de setiembre en Buenos Aires, en un lugar que pareciera respirar poesía, con calles similares a la quietud que transmiten las vereda de algunos barrios con historia, con gente que camina en armonía y despreocupada -al menos en aquellos tiempos- y con árboles que derraman generosamente sus sombras. Allí vivía Abelardo Castillo. La calle Hipólito Yrigoyen al 2.200 está muy cercana a dónde alguna vez pasó sus días Leopoldo Marechal y también recaló su nave de viajero, Nicolás Guillen, en tiempos de exilio y olvido. Precisamente un proyecto literario sobre el poeta cubano, me llevó un día hasta su casa, con la premura de repasar las preguntas del reportaje, cuestión de no alterar la paciencia del gran Abelardo Castillo.

Me recibió su compañera de siempre: Sylvia Iparraguirre, que solidariamente me permitió ingresar a su mundo.

"Disculpe la espera, pero me quedé escribiendo un cuento. Eran casi las 7 de la mañana cuando puse el punto final, aunque ahora falta la corrección". Cuando le conté el proyecto de escribir un libro de Nicolás Guillen e incluir su opinión sobre él, que lo conoció se entusiasmó.

"Tengo una anécdota. Yo estaba presentado en un concurso "El otro Judas' y se la recité de memoria con un pudor que hoy me asombra. Cuando finalicé me dijo con su voz poderosísima, muy de negro: Bueno chico si la escribes como la cuenta, tu obra debe ganar el concurso". Y efectivamente esa obra, luego se consagró a nivel mundial. Le gustó el título del libro sobre Nicolás Guillén: "El último caminante", aunque después no cumplí la promesa de llevarle un ejemplar.

 

 

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