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El rol de la víctima

Por Bernardo Stamateas, escritor.
Sabado, 01 de julio de 2017 19:06

Cuando una persona se ubica en el rol de víctima, pone la culpa o las dificultades afuera. Esto significa que todo va a depender del afuera, incluida la salida a su situación negativa. 
La víctima se coloca a sí misma en una postura donde pareciera que no puede hacer nada. Busca personas que la acompañen y que le tengan lástima. “¡No sabés lo que me pasó!, ¡Mi marido no me escucha!, ¡Mi jefe me vuelve loco!”... Supongamos que tengo un lápiz en la mano y lo suelto. El lápiz se cae. ¿Por qué sucede esto? Porque lo solté y por la ley de gravedad. ¿Qué interpretación le voy a dar al suceso? Puedo decir que fue por la ley de gravedad o porque lo solté.

Lo que le sucede a una persona en el papel de víctima es que “pone la pelota afuera”. Se queja de los problemas que vienen de afuera y recluta gente que la apoye y le dé la razón. Así se genera un círculo vicioso donde la persona no puede hacer nada para modificar su realidad. Eso hace quien elige ser víctima, en lugar de usar de la fortaleza que todos tenemos. 
Otra herramienta que suele manejar la víctima es el lenguaje pasivo: “Me lastimaron”, “Nadie me ayuda”; etc. En esto radica la diferencia entre ser víctima y ser protagonista. Quien decide ser protagonista piensa: “¿Qué puedo hacer yo para cambiar esta circunstancia?”, mientras que la víctima exclama: “¡¿Por qué a mí?!”.
Cuando decidimos ser protagonistas, podemos preguntarnos: “¿Por qué no a mí?” y, de esta forma, recuperamos el control de nuestra vida y nos convertimos en arquitectos de nuestro propio destino. Es entonces cuando somos capaces de creer que siempre es posible hacer algo para cambiar una situación.

¿De dónde viene el espíritu de víctima? Hay personas que lo transmiten. Algunas mujeres comentan: “¿A esta edad y no tenés hijos? ¡Qué duro debe ser!”, sin darse cuenta de que están contagiando lástima. Muchos fueron criados en hogares donde, hicieran lo que hicieran, no era suficiente para sus padres. Como resultado, ese niño sentía que no tenía control para modificar la realidad y, ya adulto, continúa sintiéndose y actuando de la misma manera.

¿Qué podemos hacer para evitar estas conductas? En todas las áreas de la vida, necesitamos tener un balance. No todo tiene que ver con el afuera ni todo tiene que ver con el adentro, por lo que no deberíamos movernos en esos extremos, sino hallar un equilibrio, un punto medio.
No somos responsables de lo que nos hicieron los demás, pero sí lo somos de lo que vamos a hacer ahora con eso.

Una pregunta que puede ayudarnos a salir del espíritu de víctima es: “¿Qué estoy haciendo yo para que este problema se perpetúe? ¿En qué estoy contribuyendo a que no se resuelva?”. Muchas parejas van al terapeuta y cada uno intenta convencer al profesional de que el otro tiene la culpa y es quien tiene que cambiar (colocándose en el lugar de víctima). Así es como surgen las desavenencias y no se encuentra una salida al problema. La verdad es que en la pareja cada uno contribuye a que el otro tenga las conductas que tiene.

La víctima es un experto en el “no”: no se puede, no lo voy a lograr, no me ayudan, no me prestan atención, etc. Para salir de esta postura, es importantísimo recuperar los derechos asertivos. ¿Qué significa esto?

Saber con absoluta certeza dos cosas:
1. Mi felicidad depende de mí y de nadie más. Jamás deberíamos esperar que otro nos haga felices, si no podemos serlo por nosotros mismos.
2. Yo decido mis reacciones y nadie me obliga a reaccionar como lo hago. 
Cada persona interpreta lo que sucede a su manera y luego decide tener determinados pensamientos, sentimientos y acciones.
Tener el control remoto de nuestra vida nos hace personas libres y capaces de modificar la realidad que nos angustia.
 

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Cuando una persona se ubica en el rol de víctima, pone la culpa o las dificultades afuera. Esto significa que todo va a depender del afuera, incluida la salida a su situación negativa. 
La víctima se coloca a sí misma en una postura donde pareciera que no puede hacer nada. Busca personas que la acompañen y que le tengan lástima. “¡No sabés lo que me pasó!, ¡Mi marido no me escucha!, ¡Mi jefe me vuelve loco!”... Supongamos que tengo un lápiz en la mano y lo suelto. El lápiz se cae. ¿Por qué sucede esto? Porque lo solté y por la ley de gravedad. ¿Qué interpretación le voy a dar al suceso? Puedo decir que fue por la ley de gravedad o porque lo solté.

Lo que le sucede a una persona en el papel de víctima es que “pone la pelota afuera”. Se queja de los problemas que vienen de afuera y recluta gente que la apoye y le dé la razón. Así se genera un círculo vicioso donde la persona no puede hacer nada para modificar su realidad. Eso hace quien elige ser víctima, en lugar de usar de la fortaleza que todos tenemos. 
Otra herramienta que suele manejar la víctima es el lenguaje pasivo: “Me lastimaron”, “Nadie me ayuda”; etc. En esto radica la diferencia entre ser víctima y ser protagonista. Quien decide ser protagonista piensa: “¿Qué puedo hacer yo para cambiar esta circunstancia?”, mientras que la víctima exclama: “¡¿Por qué a mí?!”.
Cuando decidimos ser protagonistas, podemos preguntarnos: “¿Por qué no a mí?” y, de esta forma, recuperamos el control de nuestra vida y nos convertimos en arquitectos de nuestro propio destino. Es entonces cuando somos capaces de creer que siempre es posible hacer algo para cambiar una situación.

¿De dónde viene el espíritu de víctima? Hay personas que lo transmiten. Algunas mujeres comentan: “¿A esta edad y no tenés hijos? ¡Qué duro debe ser!”, sin darse cuenta de que están contagiando lástima. Muchos fueron criados en hogares donde, hicieran lo que hicieran, no era suficiente para sus padres. Como resultado, ese niño sentía que no tenía control para modificar la realidad y, ya adulto, continúa sintiéndose y actuando de la misma manera.

¿Qué podemos hacer para evitar estas conductas? En todas las áreas de la vida, necesitamos tener un balance. No todo tiene que ver con el afuera ni todo tiene que ver con el adentro, por lo que no deberíamos movernos en esos extremos, sino hallar un equilibrio, un punto medio.
No somos responsables de lo que nos hicieron los demás, pero sí lo somos de lo que vamos a hacer ahora con eso.

Una pregunta que puede ayudarnos a salir del espíritu de víctima es: “¿Qué estoy haciendo yo para que este problema se perpetúe? ¿En qué estoy contribuyendo a que no se resuelva?”. Muchas parejas van al terapeuta y cada uno intenta convencer al profesional de que el otro tiene la culpa y es quien tiene que cambiar (colocándose en el lugar de víctima). Así es como surgen las desavenencias y no se encuentra una salida al problema. La verdad es que en la pareja cada uno contribuye a que el otro tenga las conductas que tiene.

La víctima es un experto en el “no”: no se puede, no lo voy a lograr, no me ayudan, no me prestan atención, etc. Para salir de esta postura, es importantísimo recuperar los derechos asertivos. ¿Qué significa esto?

Saber con absoluta certeza dos cosas:
1. Mi felicidad depende de mí y de nadie más. Jamás deberíamos esperar que otro nos haga felices, si no podemos serlo por nosotros mismos.
2. Yo decido mis reacciones y nadie me obliga a reaccionar como lo hago. 
Cada persona interpreta lo que sucede a su manera y luego decide tener determinados pensamientos, sentimientos y acciones.
Tener el control remoto de nuestra vida nos hace personas libres y capaces de modificar la realidad que nos angustia.
 

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