Esta mañana a primera hora, como tengo por costumbre, estaré votando en la Escuela "Madre Tierra" de Vaqueros.
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Esta mañana a primera hora, como tengo por costumbre, estaré votando en la Escuela "Madre Tierra" de Vaqueros.
Asistiré pese a que, siendo un ciudadano clase 1944, estoy eximido de la obligación de votar.
A estas alturas, perdí la cuenta de las veces que -desde aquel 1963 cuando, desertando de ortodoxias y soflamas revolucionarias, voté en secreto por con Arturo Illia, pasé por el cuarto oscuro o por las sospechadas cabinas con las que el señor de Las Costas quiere convencernos de su opción por la modernidad tecnológica.
Mientras, Salta sigue aislada, irrelevante y sin funcionar. Nuestra provincia naufraga en un mar de negligencias ante la incapacidad de la mayoría de sus dirigentes para proponer y concretar un nuevo rumbo que nos saque del atraso, del subdesarrollo político, del nepotismo y de los abusos de poder.
Los ciudadanos hemos asistido - perplejos - a un festival de rostros maquillados, de forzadas sonrisas, de eslóganes insustanciales y oportunistas, salpicado de horrores de ortografía (como el de aquel candidato que quiere que "haiga" alternancia en el poder).
Un festival signado por el impudor de un gasto desbocado en carteles, pancartas, afiches, volantes, y anuncios radiales y televisivos. Con el añadido de que, si dejamos de lado las coloridas listas oficialistas (financiadas sin duda con dinero de los contribuyentes), se le hará muy difícil al complaciente Tribunal Electoral auditar la cantidad y el origen de los copiosos fondos destinados a ensalzar egolatrías y a buscar votos de ciudadanos que se suponen opas.
Está de moda que nuestros candidatos hablen de lo que nunca se preocuparon por estudiar, se nutran de frases remanidas, o traten de sobresalir asistiendo a programas de la farándula, montándose en bicicletas deportivas, proponiendo la erradicación de las bombas de estruendo o fotografiándose al lado de vetustos carros hasta hace poco tirados por burros y caballos.
Puesto a elegir un eje de esta tediosa campaña, elegiría el endiosamiento del Estado, al que muchos presentan como una especie de piedra filosofal que eliminará la pobreza, decretará el pleno empleo, suprimirá el machismo y otras violencias, multiplicará la productividad, sanará a los enfermos y nos educará en la excelencia, hasta que -en el momento menos pensado- se transforma en el botín que habrá de hacer realidad la esperanza de los desaprensivos que pujan por controlarlo.
Hubiera deseado poder votar a candidatos que hicieran eje en la calidad institucional y en el federalismo. Eminencias que se comprometieran a "erradicar el feudalismo en el norte" (como arriesgó hace un par de años el alicaído Plan Belgrano). A reconstruir el protagonismo de Salta en la política nacional (que no pasa por los minutos que los líderes logren aparecer en los canales porteños de televisión). Y a poner en marcha los motores que transformarán en bienestar general nuestras riquezas naturales y nuestros talentos.
En vez de etiquetar a cualquier idea suelta como "una política de Estado", creyendo que la etiqueta ennoblece la ocurrencia, bien haría nuestra clase dirigente en mirar al pujante federalismo cordobés y estudiar una trayectoria que reúne, en el así llamado "Partido Córdoba", a radicales, peronistas, conservadores y republicanos.
A la espera de que esta posibilidad aparezca entre la confusa oferta electoral que se nos presenta cada dos años, votaré hoy por dos de los candidatos menos mentados.
Lo haré por encima de su discurso un poco vago y setentista, confiando -antes bien- en sus grandes cualidades humanas, propias de personas que estudian y que vive de su trabajo.
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