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Martes, 08 de agosto de 2017 00:00

Cuando se hacen críticas al modelo económico en épocas preelectorales pareciera como que un determinado candidato o grupo político quiere llamar la atención y llevar votos a su sector.

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Cuando se hacen críticas al modelo económico en épocas preelectorales pareciera como que un determinado candidato o grupo político quiere llamar la atención y llevar votos a su sector.

En esta nota me quiero referir al diagnóstico sobre el rumbo económico que recientemente hizo público, en un reportaje televisivo, el exministro de economía de Eduardo Duhalde y de Néstor Kirchner, Roberto Lavagna.

Es bueno recordar que es el ministro de los "superávit gemelos", que se extendieron desde la salida de la recesión hasta la irrupción del cristinismo, y el piloto de la recomposición de la deuda externa, cuyo resultado político capitalizó Kirchner. Se fue antes de que el kirchnerismo optara por el financiamiento inflacionario y la adulteración de las estadísticas del Indec. Es, también, integrante del Frente Renovador, de Sergio Massa.

Lo que nadie piensa de él es que sea un petardero.

En duros términos, Lavagna comparó el modelo actual con la "tablita" de Martínez de Hoz de los años 70 y el proceso de Convertibilidad impulsado por Carlos Menem y Domingo Cavallo de los años 90; ahora le recomendó al presidente Macri que cambie "porque estas cosas terminan mal", y habló del "fracaso rotundo" de Cristina Kirchner como jefa de Estado, comparando el descalabro en que quedó nuestra economía tras una sucesión de gobiernos con distintas ideologías en los sucesivos períodos.

El naufragio del cristinismo

El gobierno de Cristina terminó en un fracaso fenomenal, en el primer mandato se perdieron todos los superávit: fiscal, energético y comercial, y la tasa de crecimiento se redujo a la mitad. Ya en el segundo mandato la evolución del ingreso per cápita pasó a cero.

Para poder entender por qué llegamos a esta situación debemos reparar en una mezcla de varios aspectos; hay ideología, hay defensa de intereses concretos, hay incompetencia de los funcionarios, y le sumamos que el viento de cola que nos regalaba el precio de los commodities, especialmente la soja. Esto también se terminó, la receta no es nada agradable y los resultados están a la vista.

El diagnóstico de Lavagna preocupa no solo por la precisión sino también porque salir de estos procesos ya padecidos (tablita de Martínez de Hoz y la salida de la Convertibilidad, los últimos) no fue fácil. Nunca llegamos a ser un país normal.

Desde la perspectiva social, hoy preocupa percibir que habitamos un país en el que la dirigencia no aprende. Si ya ocurrió antes, ¿por qué cometer los mismos errores?, ¿qué nos pasa?, ¿no tenemos memoria o no nos importa?

El modelo actual

El modelo actual combina baja de salarios, aumento permanente de deuda externa, deterioro de competitividad e ingreso de capitales especulativos, particularidades que se han repetido en varios gobiernos, y actualmente seguimos con el peligro de tropezar con la misma piedra.

Los costos políticos y sociales para normalizar estas malas políticas son y serán muy caros; nuestro presidente, conciente de la situación de la economía, prefirió realizar ajustes parciales sin aplicar una política se shock.

Las razones son varias; quizá las más importantes fueron:

a) el país aún no entró en una situación de crisis como fue la salida de la convertibilidad.

b) no contar con mayoría legislativa que ratifique las medidas a tomar.

c) quizá la más significativa fue la voluntad de no querer hacerlo.

Si el aumento permanente de la deuda externa fuera para realizar obras de infraestructura (caminos, centrales eléctricas, etcétera) bienvenida; sea lo grave de esto es cuando se destina a realizar gastos corrientes que no nos llevan a ningún lado. Así, el aumento pasa a ser incontrolable porque no se generan los recursos genuinos para realizar estas erogaciones.

Lo que necesitamos es empezar a producir y generar riquezas que se mantengan en el tiempo. La realidad: en el primer semestre predominó la especulación financiera, cuyos capitales siempre están dispuestos a apostar. Hasta mayo, la ganancia en dólares en argentina fue del 11%, intereses extremadamente altos comparando con lo que pagan países cuyas economías son normales.

En ese marco, si pensamos pedir préstamos para destinarlos a la producción, con los intereses vigentes que cobran las entidades financieras se transforman en impagables y antieconómicos ante cualquier intento de iniciar un nuevo emprendimiento.

El desafío

El desafío no es menor. Son muchas las variables que deben acomodarse y es una palabra recurrente en todos los sectores ya sean públicos como privados el buscar los incentivos para la radicación de inversiones y comenzar la tan ansiada recuperación de nuestra economía.

El enemigo es la inflación y para reducirla, con una rígida política monetaria, apelaron a achicar el mercado interno con disminución del consumo. Esto ocasionó la pérdida de muchos puestos de trabajo registrados y el crecimiento de la economía informal.

Lograr precios competitivos es una tarea que llevará mucho tiempo, y que no puede agotarse en meras devaluaciones.

En primer lugar, es perentorio reducir el costo argentino. Esa área, en estas circunstancias, demandará un esfuerzo severo, ya que necesitamos energía y transporte a precios competitivos, bajar la carga impositiva, eliminar los impuestos distorsivos, los costos del capital de trabajo también deben ser disminuidos y tener mayor acceso al crédito. Todos estos temas, que no son producto de un año y medio sino de décadas de errores acumulativos, tendrán que ser tenidos en cuenta para lograr el crecimiento.

Brotecitos

A pesar de que ya se notan algunos brotes verdes, el lento crecimiento del empleo hace que la población aun no los perciba. No es recomendable apostar al efecto derrame. Hace falta una política firme al respecto. Además, en este periodo pre-electoral es claro que la mayoría de la gente no está del todo convencida del modelo y ni del ajuste gradual.

Es claro que algunos electores buscará volver a los que los hizo sentir seguros, aunque haya terminado en un fracaso. Otros por militancia seguirán aferrados a recetas que dieron origen a esta crisis que es vieja, pero que en esta etapa se agravó a partir del cepo de 2011 y los encantamientos sobre que teníamos menos pobres que en Alemania. Y habrá muchos que voten por el macrismo, aunque sin apasionarse por el modelo, que está en deuda.

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