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Maestras que integran, maestras con garra y vocación

Silvia Torres es la señorita a cargo del primer grado de la escuela San Carlos Borromeo. Allí asiste Bautista Álvarez, un niño con huesos de cristal, pero con el corazón de hierro.
Lunes, 11 de septiembre de 2017 01:44

El 17 de agosto pasado Agostina Andreatta (7) y Mariano Salas, de una escuela de Catamarca, conmovían al mundo danzando juntos en una coreografía colectiva y gracias a un arnés que él, profesor de Educación Física, había construido para volverlo posible.
La niña nació con una malformación que no le permite moverse de la cintura para abajo, por él pensó que ella debía bailar como el resto de sus compañeros.
Durante el aniversario de la muerte del general San Martín, aquí en Salta también se dio un milagro, más pequeño pero no por ello menos significativo.
La silla de ruedas en que se desplaza Bautista Álvarez se convirtió en el caballo blanco del Libertador de América y Bauti en el Padre de la Patria, por autoría intelectual de su maestra de primer grado, Silvia Torres (51), y factoría de uno de los padres del curso.
Los catamarqueños fueron homenajeados el 6 de septiembre en el Senado de la Nación en el marco de la conmemoración por el Día del Maestro. Hoy, feriado en Salta, El Tribuno quiso destacar en este relato a aquellos maestros que llevan a sus niños anidados en el corazón.
Son las 14 del viernes pasado en la escuela 4732 San Carlos Borromeo, del barrio San Carlos.
El escritorio de Silvia Torres rebasa de regalos. Los niños disfrutarán de una colación antes de que se oficie el acto. Reciben el pedido de hacerle un dibujo a “la seño Cari” para que se apliquen a alguna actividad y ella pueda dialogar con el equipo de este medio.
“Ser maestra me gustó desde chica, aunque primero busqué otros horizontes. Ingresé en la universidad pública porque quería ser licenciada en Química. Después no me gustó la carrera y opté por instrumentación quirúrgica en la Cruz Roja”, recuerda Silvia, a quien el sueldo magro que reciben los educadores no le atraía, pero bien dice que la vocación por oficio caprichoso del destino tarde o temprano busca reverdecer.
Cuando fue tiempo de cumplir con las prácticas se dio con que le impresionaba el dolor ajeno y sintió que era momento de liberar sus verdaderas inclinaciones.
Trabajó en el colegio Domingo Savio doce años. En 2006 pasó a la escuela pública, primero en la 4037 Mariquita Sánchez de Thompson, del barrio Intersindical, y luego la titularizaron en la 4774 Juan José Valle, del barrio Libertad.
Por último, en 2009 la trasladaron a la 4732 San Carlos Borromeo, del barrio San Carlos.
Allí y este año conoció a Bautista Álvarez, un niño que tiene una enfermedad de nombre ominoso, que se interpone entre él y sus ansias de juego e independencia: osteogénesis imperfecta.
Haber nacido con esta dolencia a Bauti lo colocó en las estadísticas: es la excepción entre 20.000 niños que no padecen el mal.
La osteogénesis imperfecta, más conocida como la enfermedad de los huesos de cristal, es consecuencia de una deficiencia congénita en la elaboración de una proteína: el colágeno.
Quienes la sufren tienen en sus huesos menos cantidad de esta proteína de lo normal y están predispuestos a quebraduras múltiples.
A Silvia le consultaron si podían cambiarla de división para que ella integrara a Bautista, quien estudia vigilado por la atenta mirada de su acompañante terapéutica, la maestra especial Carina Ruiz (39).
“Al principio yo decía cómo voy a hacer con las canciones, porque en primer grado bailamos, aprendemos contenidos con dinámicas; pero todo se dio naturalmente. Lo alzo y bailamos juntos. Él es un nene que a mí no me da ningún problema, es caprichoso porque a veces no quiere volver del recreo, sino seguir jugando, pero soy firme como con el resto”, detalla Silvia.
Ella ya tenía vivencias con niños integrados como en el Instituto Privado Domingo Savio, donde trabajó con los alumnos con síndrome de Down, Exequiel Yosami y Florencia Galup.
“Ellos me atraían mucho, siempre fui cálida con todos y los consideré uno más, sino tenían que salir al recreo porque habían desobedecido a la seño no salían”, recuerda.
Hace unos días trascendió en las noticias nacionales de muchos medios de comunicación mostrando una realidad a la que no todos tienen acceso, el caso de un niño con síndrome de Asperger que fue separado de sus compañeros en el colegio religioso San Antonio de Padua, en la localidad de Merlo, porque los padres hacían paro y no llevaban a sus hijos hasta que los directivos tomaran esta medida. A Silvia la historia le apenó mucho y agradece nunca haber sido protagonista de una historia semejante.
“A Bauti desde un primer momento lo aceptaron. Él no tiene problemas de aprendizaje y no da inconvenientes, salvo que quiere permanecer en el recreo más de lo que corresponde porque en el recreo se libera.
Los papás y los chicos lo quieren un montón, en ningún momento lo rechazaron”, señaló.
A su lado, Carina Ruiz asiente. Es visible que estas maestras se respetan y trabajan juntas. Carina es como una voz subordinada y generosa que espera el momento de ayudar. El año pasado a ella le tocó acompañar a una nena con discapacidad motriz, pero esta es la primera vez que puede compartir con su niño asignado en el aula.
“Para los niños ella es la seño Cari. Algunos vienen a preguntarme a mí sus dudas y otros a Carina”, dijo Silvia.
Macarena, Victoria, Sofía, Sol y Zoe, compañeras de Bauti, permanecen con él mientras se desarrolla esta nota. Silvia cuenta que una de las niñas está especialmente apegada a él.
“El día que Bauti falta Vicky pedía que su mamá la retire porque no se quería quedar en el aula”, comenta, y esto no extraña porque Bauti también aporta a la integración propia y de sus compañeros. Él dice que las niñas son sus “escuderas” y que tienen que morir por él.
Sol Sulca conversa con El Tribuno mientras regala a Bauti dosis de abrazos y besos. “Siempre juego con Bauti. Él a veces no quiere entrar al recreo. La primera vez yo no sabía quién era él”, dice.
 “¿Y cuando lo viste en silla de ruedas que pensaste?”, le preguntamos. “No pensé nada. Cuando entré a primer grado me sentí bien. A veces él no hace tareas en la casa y la patea a la seño Cari. Él mueve las piernas como un muñeco, pero es un niño y sabe nadar”, resuelve Sol la pregunta.
Bauti, algo avergonzado, le tapa cariñosamente la boca y los dos ríen.
“En el acto de San Martín me aprendí una poesía de cinco estrofas, la dije y todos me aplaudían”, cuenta, haciendo relucir sus hoyuelos. “El caballo tenía más pinta de vaca”, bromea Sol, y hace reír a Bauti otra vez.
Una sonrisa plena tironea de las comisuras de la boca de la seño Silvia en su día.
“Para mí hoy es especial porque los niños vienen y se apegan a uno mucho más que los otros días. Puedo venir con muchos problemas de mi casa, pero al llegar acá y trabajar me olvido de todo. Ellos me llenan un montón”, finaliza y se va corriendo a atender una urgencia, porque una de las niñas viene a contarle que ha aparecido un sapo en el baño para ellas.

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El 17 de agosto pasado Agostina Andreatta (7) y Mariano Salas, de una escuela de Catamarca, conmovían al mundo danzando juntos en una coreografía colectiva y gracias a un arnés que él, profesor de Educación Física, había construido para volverlo posible.
La niña nació con una malformación que no le permite moverse de la cintura para abajo, por él pensó que ella debía bailar como el resto de sus compañeros.
Durante el aniversario de la muerte del general San Martín, aquí en Salta también se dio un milagro, más pequeño pero no por ello menos significativo.
La silla de ruedas en que se desplaza Bautista Álvarez se convirtió en el caballo blanco del Libertador de América y Bauti en el Padre de la Patria, por autoría intelectual de su maestra de primer grado, Silvia Torres (51), y factoría de uno de los padres del curso.
Los catamarqueños fueron homenajeados el 6 de septiembre en el Senado de la Nación en el marco de la conmemoración por el Día del Maestro. Hoy, feriado en Salta, El Tribuno quiso destacar en este relato a aquellos maestros que llevan a sus niños anidados en el corazón.
Son las 14 del viernes pasado en la escuela 4732 San Carlos Borromeo, del barrio San Carlos.
El escritorio de Silvia Torres rebasa de regalos. Los niños disfrutarán de una colación antes de que se oficie el acto. Reciben el pedido de hacerle un dibujo a “la seño Cari” para que se apliquen a alguna actividad y ella pueda dialogar con el equipo de este medio.
“Ser maestra me gustó desde chica, aunque primero busqué otros horizontes. Ingresé en la universidad pública porque quería ser licenciada en Química. Después no me gustó la carrera y opté por instrumentación quirúrgica en la Cruz Roja”, recuerda Silvia, a quien el sueldo magro que reciben los educadores no le atraía, pero bien dice que la vocación por oficio caprichoso del destino tarde o temprano busca reverdecer.
Cuando fue tiempo de cumplir con las prácticas se dio con que le impresionaba el dolor ajeno y sintió que era momento de liberar sus verdaderas inclinaciones.
Trabajó en el colegio Domingo Savio doce años. En 2006 pasó a la escuela pública, primero en la 4037 Mariquita Sánchez de Thompson, del barrio Intersindical, y luego la titularizaron en la 4774 Juan José Valle, del barrio Libertad.
Por último, en 2009 la trasladaron a la 4732 San Carlos Borromeo, del barrio San Carlos.
Allí y este año conoció a Bautista Álvarez, un niño que tiene una enfermedad de nombre ominoso, que se interpone entre él y sus ansias de juego e independencia: osteogénesis imperfecta.
Haber nacido con esta dolencia a Bauti lo colocó en las estadísticas: es la excepción entre 20.000 niños que no padecen el mal.
La osteogénesis imperfecta, más conocida como la enfermedad de los huesos de cristal, es consecuencia de una deficiencia congénita en la elaboración de una proteína: el colágeno.
Quienes la sufren tienen en sus huesos menos cantidad de esta proteína de lo normal y están predispuestos a quebraduras múltiples.
A Silvia le consultaron si podían cambiarla de división para que ella integrara a Bautista, quien estudia vigilado por la atenta mirada de su acompañante terapéutica, la maestra especial Carina Ruiz (39).
“Al principio yo decía cómo voy a hacer con las canciones, porque en primer grado bailamos, aprendemos contenidos con dinámicas; pero todo se dio naturalmente. Lo alzo y bailamos juntos. Él es un nene que a mí no me da ningún problema, es caprichoso porque a veces no quiere volver del recreo, sino seguir jugando, pero soy firme como con el resto”, detalla Silvia.
Ella ya tenía vivencias con niños integrados como en el Instituto Privado Domingo Savio, donde trabajó con los alumnos con síndrome de Down, Exequiel Yosami y Florencia Galup.
“Ellos me atraían mucho, siempre fui cálida con todos y los consideré uno más, sino tenían que salir al recreo porque habían desobedecido a la seño no salían”, recuerda.
Hace unos días trascendió en las noticias nacionales de muchos medios de comunicación mostrando una realidad a la que no todos tienen acceso, el caso de un niño con síndrome de Asperger que fue separado de sus compañeros en el colegio religioso San Antonio de Padua, en la localidad de Merlo, porque los padres hacían paro y no llevaban a sus hijos hasta que los directivos tomaran esta medida. A Silvia la historia le apenó mucho y agradece nunca haber sido protagonista de una historia semejante.
“A Bauti desde un primer momento lo aceptaron. Él no tiene problemas de aprendizaje y no da inconvenientes, salvo que quiere permanecer en el recreo más de lo que corresponde porque en el recreo se libera.
Los papás y los chicos lo quieren un montón, en ningún momento lo rechazaron”, señaló.
A su lado, Carina Ruiz asiente. Es visible que estas maestras se respetan y trabajan juntas. Carina es como una voz subordinada y generosa que espera el momento de ayudar. El año pasado a ella le tocó acompañar a una nena con discapacidad motriz, pero esta es la primera vez que puede compartir con su niño asignado en el aula.
“Para los niños ella es la seño Cari. Algunos vienen a preguntarme a mí sus dudas y otros a Carina”, dijo Silvia.
Macarena, Victoria, Sofía, Sol y Zoe, compañeras de Bauti, permanecen con él mientras se desarrolla esta nota. Silvia cuenta que una de las niñas está especialmente apegada a él.
“El día que Bauti falta Vicky pedía que su mamá la retire porque no se quería quedar en el aula”, comenta, y esto no extraña porque Bauti también aporta a la integración propia y de sus compañeros. Él dice que las niñas son sus “escuderas” y que tienen que morir por él.
Sol Sulca conversa con El Tribuno mientras regala a Bauti dosis de abrazos y besos. “Siempre juego con Bauti. Él a veces no quiere entrar al recreo. La primera vez yo no sabía quién era él”, dice.
 “¿Y cuando lo viste en silla de ruedas que pensaste?”, le preguntamos. “No pensé nada. Cuando entré a primer grado me sentí bien. A veces él no hace tareas en la casa y la patea a la seño Cari. Él mueve las piernas como un muñeco, pero es un niño y sabe nadar”, resuelve Sol la pregunta.
Bauti, algo avergonzado, le tapa cariñosamente la boca y los dos ríen.
“En el acto de San Martín me aprendí una poesía de cinco estrofas, la dije y todos me aplaudían”, cuenta, haciendo relucir sus hoyuelos. “El caballo tenía más pinta de vaca”, bromea Sol, y hace reír a Bauti otra vez.
Una sonrisa plena tironea de las comisuras de la boca de la seño Silvia en su día.
“Para mí hoy es especial porque los niños vienen y se apegan a uno mucho más que los otros días. Puedo venir con muchos problemas de mi casa, pero al llegar acá y trabajar me olvido de todo. Ellos me llenan un montón”, finaliza y se va corriendo a atender una urgencia, porque una de las niñas viene a contarle que ha aparecido un sapo en el baño para ellas.

 

 

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