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La monarquía sindical argentina

Sabado, 30 de septiembre de 2017 22:51

Extorsión, lavado de activos, asesinatos, atentados a la salud pública, defraudación, estafa, enriquecimiento ilícito, falsedad ideológica, fraude y amenazas, son sólo diez de los innumerables elementos de la retahíla que jalonó a los dirigentes del sindicalismo nacional de las últimas décadas.

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Extorsión, lavado de activos, asesinatos, atentados a la salud pública, defraudación, estafa, enriquecimiento ilícito, falsedad ideológica, fraude y amenazas, son sólo diez de los innumerables elementos de la retahíla que jalonó a los dirigentes del sindicalismo nacional de las últimas décadas.

O al menos a la conducción hegemónica del denominado “movimiento obrero organizado”, la misma que parece destinada -gracias a sus prácticas que ya parecen milenarias- a ser los inquilinos permanentes del Código Penal.

La actitud sediciosa de Juan Pablo Medina, alias “El Pata”, dueño y señor de la UOCRA bonaerense que hace pocos días amenazó con “prender fuego la Provincia”, sintetiza cabalmente la praxis de esa monarquía que sobrevivió a las peores crisis viviendo en una obscena opulencia mientras sus representados caían muchas veces en la pobreza y en el olvido.

Fácticos, todopoderosos y autoritarios, muchos de los dirigentes sindicales convirtieron a sus gremios en insulares: aparatos burocráticos invulnerables a las formas democráticas. Y galvanizados a toda legítima renovación.

La paradoja reside en que en la construcción de esas fortalezas contaron con la complacencia de una enorme dirigencia política y empresarial que sintieron que con “los buenos muchachos” de su lado, lograrían tener más poder. O al menos controlarlo.

Desde 1983 hasta hoy, la historia indica que ese pragmatismo solamente consigue cristalizar el poder de los caciques gremiales, que permanentes y cada vez menos gentiles, hacen lo que le dicta la oportunidad: se convierten en imprescindibles.

Y ganan poder. Y hacen negocios. Y compran empresas a precios viles gracias a sus presiones. Y hacen negocios. Tienen clubes de fútbol. Y hacen negocios. Y siguen construyendo sus imperios monopólicos en donde los trabajadores que dicen representar, apenas son invitados al convite, salvo, claro está, que quieran sumarse al círculo áulico de pesados y apretadores profesionales que cuidan que el “buen muchacho” no tenga algún incordio.

La actitud fáctica de muchísimos de los actuales dirigentes gremiales constituye uno de los graves problemas que sufre la Argentina. Antiguos y predecibles, conforman un nuevo y profundo desafío que trasciende lo económico: son un problema político.

Son de algún modo, “Los Carapintadas” contemporáneos. Una nueva oligarquía que posee a veces un discurso políticamente correcto cargado de reivindicaciones, que forman parte de la sociedad civil y que sin embargo, terminan atentando contra ella. Que lo digan sino, los argentinos que vieron frenadas esenciales obras públicas por las presiones de algunos dirigentes sindicales, que incluso, se arrogaron el derecho de impedir la salida de algunos diarios vulnerando derechos constitucionales de la ciudadanía.

Las organizaciones gremiales son esenciales para la vida democrática y para el desarrollo económico, pero cuando esas estructuras se convierten únicamente en un instrumento para beneficiar a quienes las conducen -en nombre de los trabajadores, claro- terminan transformándose en una casta inadmisible para una sociedad moderna y con proyección de futuro.

Si la crisis es una oportunidad. la coyuntura protagonizada por los hoy presos “Pata” Medina, “El Caballo” Suárez y otros dirigentes de esa traza, aparece como una formidable posibilidad para que la dirigencia política se enfrente a una realidad que la condena. Y termine con una mafia que se considera tan impune, que ni siquiera tiene el buen gusto de maquillar sus brutales modos.

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