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La Selección del trauma

Miércoles, 06 de septiembre de 2017 23:08

El empate frente a Venezuela, con sensación a derrota y eliminación para el próximo Mundial, es todavía el centro de los debates. En el hogar, en la oficina, en la vereda o en el almacén. Y la bronca también. 
No poder explicar con exactitud lo que le pasa a la Selección genera mucha confusión. No poder comprender por qué le cuesta tanto al equipo argentino da impotencia. Y aunque el fútbol es más sencillo o simple de lo que se piensa, el problema de Argentina es realmente complejo. Es técnico, es táctico y es anímico. Es todo.
No solo es Lionel Messi, de quien, ya sabemos, no nos va a rescatar siempre y cuya personalidad no le permite “putear” en la cancha para, de verdad, empujar al equipo. Tampoco es solo Icardi el culpable, aún con sus flojísimas intervenciones para definir. La culpa no es exclusiva de Di María quien, cuando por fin mejor hacía las cosas, abandonó, una vez más, en un partido clave. El problema no es solamente Dybala, el mal llamado socio de Messi, otro de los “blanditos” de la nueva generación y que, a decir verdad, no registra ningún partido consagratorio con la celeste y blanca. Ni Banegas, el “sorteador” serial de pelotas; tampoco Pizarro, mucho menos Acuña y Acosta, los portadores de un contagio. Y así desfilan, uno a uno, pero nadie se salva, todos se hunden con el lastre de este equipo. Una mochila pesadísima de fracasos. 
Oscar Ruggeri es, quizá, quien mejor supo graficar el pésimo momento del seleccionado: “Tienen miedo de no ir al Mundial”, dijo el Cabezón. Lo dijo uno de los pocos campeones del mundo que también sintió miedo más de una vez, según confesó. 
No es la culpa solo de Mascherano de quien, la verdad, ya no sabemos si está para suplente. Y no tiene más culpas Pastore, con su toque tan suave como innecesario e insuficiente (dícese en la jerga del hincha, “pecho frío”). No más que Jorge Sampaoli. El problema son todos, es una cadena de desaciertos. Si falla uno, fallan dos, fallan todos. Gana el pesimismo, golea la desconfianza y se expande el bloqueo (palabra jamás tan bien utilizada para este duro momento). El bloqueo colectivo. Trae temores, como dijo Ruggeri, y el temor es miedo, el miedo frena y debilita. Te paraliza. 
Lo de la Selección a esta altura es un grave trauma que se alimenta de los propios desaciertos. Un trauma que no sabe de canchas ni escenarios, que no distingue de buenos y malos y que nos puede dejar sin Mundial.

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El empate frente a Venezuela, con sensación a derrota y eliminación para el próximo Mundial, es todavía el centro de los debates. En el hogar, en la oficina, en la vereda o en el almacén. Y la bronca también. 
No poder explicar con exactitud lo que le pasa a la Selección genera mucha confusión. No poder comprender por qué le cuesta tanto al equipo argentino da impotencia. Y aunque el fútbol es más sencillo o simple de lo que se piensa, el problema de Argentina es realmente complejo. Es técnico, es táctico y es anímico. Es todo.
No solo es Lionel Messi, de quien, ya sabemos, no nos va a rescatar siempre y cuya personalidad no le permite “putear” en la cancha para, de verdad, empujar al equipo. Tampoco es solo Icardi el culpable, aún con sus flojísimas intervenciones para definir. La culpa no es exclusiva de Di María quien, cuando por fin mejor hacía las cosas, abandonó, una vez más, en un partido clave. El problema no es solamente Dybala, el mal llamado socio de Messi, otro de los “blanditos” de la nueva generación y que, a decir verdad, no registra ningún partido consagratorio con la celeste y blanca. Ni Banegas, el “sorteador” serial de pelotas; tampoco Pizarro, mucho menos Acuña y Acosta, los portadores de un contagio. Y así desfilan, uno a uno, pero nadie se salva, todos se hunden con el lastre de este equipo. Una mochila pesadísima de fracasos. 
Oscar Ruggeri es, quizá, quien mejor supo graficar el pésimo momento del seleccionado: “Tienen miedo de no ir al Mundial”, dijo el Cabezón. Lo dijo uno de los pocos campeones del mundo que también sintió miedo más de una vez, según confesó. 
No es la culpa solo de Mascherano de quien, la verdad, ya no sabemos si está para suplente. Y no tiene más culpas Pastore, con su toque tan suave como innecesario e insuficiente (dícese en la jerga del hincha, “pecho frío”). No más que Jorge Sampaoli. El problema son todos, es una cadena de desaciertos. Si falla uno, fallan dos, fallan todos. Gana el pesimismo, golea la desconfianza y se expande el bloqueo (palabra jamás tan bien utilizada para este duro momento). El bloqueo colectivo. Trae temores, como dijo Ruggeri, y el temor es miedo, el miedo frena y debilita. Te paraliza. 
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