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Un asesinato relata un desdichado destino

Sabado, 13 de enero de 2018 20:58

El crimen de nahuel Salvatierra a manos de un cabo de la policía de Salta, que lo ejecutó en la cabeza de un tiro con su arma reglamentaria sin que mediara ningún tipo de delito en el hecho y ninguna circunstancia atenuante, debe dejar algunas reflexiones que por sus características, exceden -aunque la incluyen- la política de seguridad de un gobierno.

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El crimen de nahuel Salvatierra a manos de un cabo de la policía de Salta, que lo ejecutó en la cabeza de un tiro con su arma reglamentaria sin que mediara ningún tipo de delito en el hecho y ninguna circunstancia atenuante, debe dejar algunas reflexiones que por sus características, exceden -aunque la incluyen- la política de seguridad de un gobierno.

El escenario en donde se produjo el crimen es esencial para entenderlo.

El Barrio Solidaridad sigue siendo una de las barriadas más nuevas en Salta que se creó de forma espontánea y creció aluvionalmente, sin que el Estado participe en los últimos años de su diseño y proyección, como sí lo huzo en sus inicios con servicios de cloaca o construcción de pavimentos gracias a los aportes internacionales.

Allí, el Estado en su rol de contención, ahora brilla por su ausencia. Y apenas si participa de la vida cotidiana de la gente. Los servicios no están integrados a la sociedad, sino que intervienen -como los de seguridad- cuando se presentan conflictos graves. Su acción es entonces, espasmódica, probablemente interpretada como una invasión por gran parte de la comunidad de esa y otras barriadas.

En síntesis, ante las ausencias permanentes, la presencia de los organismos no está naturalizada: esos lugares parecen ser tratados porl as administraciones como insulares, archipiélagos ignorados que no están integrados a los continentes del potencial desarrollo.

Claro que estas conductas no solo pueden ser atribuibles a los estados salteños: la Argentina está poblada de ejemplos con similares características y a pesar de los discursos de rigor que bajaban desde el poder, la situación estuvo y está, lejos de resolverse.

Essas localidades claman por inversiones de toda índole. Y ellas por su complejidad requieren de tiempo y dinero.

En el supuesto caso que los gobiernos pretendan resolver esas carencias con autenticidad, existe un interregno de tiempo, en el que pueden hacerse otras cosas.

Hoy el "mientras tanto" es vital. Y en ese contexto las administracioes podrían rediseñar sus estructuras para volcarlas decididamente a la cuestión social.

Se sabe, los aparatos burocráticos no solo están sobredimensionados -ya que actuaron como un seguro de desempleo encubierto- sino que son ineficientes y apuntalan privilegios de clase política. Figurativamente, son mosntruos con grandes cabezas, débiles puernas y brazos esmirriados. En una apretada síntesis, el estado necesita menos oficinas inconducentes y más servicios sanitarios, menos asesores y más policías capacitados.

El Barrio Solidaridad vuelve a ser un buen ejemplo de ello. El hospital Papa Francisco, que fue concebido como un centro de salud de alta y media complejidad y que posee una insfraestructura adecuada, hoy funciona como poco más que una salita de primeros auxilios.

Y otra vez, estas cuestiones aparecen en el horizonte cuando la tragedia vuela sobre la realidad. Y es entonces que las verbas se inflaman pidiendo Justicia por un lado y promesas de rápidos esclarecimientos por el otro. Pasado el tiempo, lo que queda es la misma realidad que antes de la catástrofe.

El cambio sin embargo, es posible. "Déjense de cuestiones previas personales, de suspicacias, de narcisismos, No presumen ustedes del brinco magnífico que daría este país el día que sus hombres se resuelvan de una vez, bravamente, a abrirse el pecho a las cosas, a ocuparse y preocuparse de ellas directamente y sin más, en vez de vivir a la defensiva, de tener trabadas y paralizadas sus potencias espirituales, que son egregias, su curiosidad, su perspicacia, su claridad mental secuestradas por los complejos de lo personal". Esas palabras pertenecen al español José Ortega y Gasset, fueron dichas en una conferencia en 1939 y continúan teniendo una sorprendente vigencia: ese encuentro se llamó "Argentinos,  a las cosas".

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