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Salud mental de las personas mayores

Domingo, 21 de enero de 2018 00:00

La salud mental es, en general, una asignatura pendiente en todos los tramos de edad de la población y tema candente no resuelto en la salud pública de muchos países incluyendo a la Argentina.

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La salud mental es, en general, una asignatura pendiente en todos los tramos de edad de la población y tema candente no resuelto en la salud pública de muchos países incluyendo a la Argentina.

Las condiciones biográficas al llegar a edades mayores comportan, además, factores de riesgo añadido: la jubilación, la pérdida de seres queridos, la mayor incidencia de enfermedades crónicas, los cambios en el poder adquisitivo, la soledad, el estigma social y las limitaciones en la autonomía, entre otros.

Una mala condición física tiene un impacto negativo sobre la salud mental y, por el contrario, las buenas condiciones físicas apoyan el bienestar mental.

Los cambios, la aparición de dificultades persistentes en las habilidades sociales o de resolución de problemas, son frecuentes en los que tienen trastornos mentales severos, pero también se presentan nuevos problemas relacionados con la edad, tales como:

* Aislamiento social extremo después de cambios y pérdidas normales relacionadas con la edad.

* Reducción de la autonomía debida al normal declive cognitivo y físico.

* Dificultades económicas y riesgo de pobreza, debido a la insuficiencia de las jubilaciones y pensiones en aquellos, la gran mayoría, que no han podido trabajar a causa de su enfermedad mental. La mala salud mental no forma parte del proceso del envejecimiento, pero sí de las condiciones que rodean este proceso.

La proporción de la población por encima de los 65 años en 2050 estará en torno del 30%, y de ellos el 11% tendrá más de 80 años.

Políticas olvidadas

Hay importantes factores protectores y de promoción de la salud mental que debieran basarse en un estilo de vida saludable, un medio ambiente seguro y coherente, la participación activa dentro de la sociedad y la comunidad, el apoyo de las familias, coetáneos y cuidadores que juegan un papel clave en la promoción de la salud mental de las personas mayores.

Las personas mayores pertenecientes a ciertos grupos tienen un riesgo mayor de sufrir problemas mentales. Estos incluyen a las mujeres mayores, a los que viven al borde de la pobreza, los que viven con enfermedades crónicas, los que son víctimas de abusos o los que pertenecen a minorías culturales o étnicas. Las medidas destinadas a desarrollar su capacidad de recuperación o para reducir su vulnerabilidad específica, entre otras cosas, a través de la prestación de servicios, pueden mejorar las condiciones de vida y disminuir los problemas de salud mental en estos grupos; estas medidas también pueden incrementar la inclusión y cohesión sociales.

Riesgos ignorados

Existe mucho desconocimiento y escasa difusión acerca de la salud mental de las personas mayores, en términos de sus determinantes, en el nivel de las políticas, de las actuaciones efectivas de promoción, y de la acción preventiva y difusión de la investigación, para determinar cómo se pueden transferir los resultados a las prácticas y a las políticas.

Para dar algunos ejemplos y reconociendo el impacto profundo e inmediato que producen las alteraciones en la salud mental en la calidad de vida, la depresión en las personas mayores es un factor de riesgo para la disfunción y puede presagiar una muerte prematura. Las personas mayores con depresión son de dos a tres veces más susceptibles a tener dos o más enfermedades crónicas, y de dos a seis veces más de sufrir, cuando menos, una limitación en sus actividades cotidianas en comparación a los grupos de menor edad.

La depresión con morbilidad asociada en las personas mayores incrementa también la frecuencia y el costo de la ayuda profesional y el riesgo de un ingreso prematuro en una residencia para mayores.

Cuidados profesionales, sí o sí

Por consiguiente, parece que será necesario un fuerte desarrollo de los servicios tecnoprofesionales de cuidados, especialmente en aquellos países o zonas rurales donde la mayor parte de los cuidados de las personas mayores aún se proporcionan en el seno de las familias. Los cuidados en el hogar conllevan tensiones de índole física, psicológica, social y económica, y los cuidadores (mujeres por regla general) con frecuencia tienen que sacrificar muchas cosas para poder cuidar a sus familiares. El problema se ve exacerbado por la falta de adiestramiento necesario y la insuficiencia del apoyo social, económico y emocional hacia los cuidadores. En consecuencia, muestran un incremento en el riesgo de contraer enfermedades físicas y psicológicas, lo que sugiere la necesidad de un apoyo mayor para impedir que ellos también enfermen.

Muchos cuidadores familiares presentan síntomas clínicos significativos de ansiedad. Se dan con frecuencia, también, problemas generales de salud y daños físicos, como los de la espalda por tener que levantar peso.

Además, los cuidadores de personas afectadas por demencia tienen tendencia a sufrir niveles más altos de estrés y carga, e informan sobre niveles más altos de depresión y fatiga. El impacto negativo de los cuidados puede durar toda la vida.

A medida que los cuidadores van envejeciendo, las personas cuidadoras no profesionales de personas con demencia, que han interrumpido su vida laboral para cuidar a un familiar, corren el riesgo de la pobreza asociada a la reducción de la vida activa remunerada y de los beneficios de las pensiones. En términos generales, una de las claves para permanecer mentalmente sano a través de la vejez es construir reservas cognitivas, recursos físicos, y mantenerse socialmente activo realizando actividades tranquilas de ocio, que contribuyen a la actividad mental.

Una transición compleja

Para las personas mayores, la transición entre el trabajo remunerado y la jubilación debe señalarse como uno de esos acontecimientos que, para bien o para mal, produce un impacto sobre la salud mental.

El trabajo aporta con frecuencia a los individuos una sensación de logro y de ser un miembro útil para la sociedad. Por otra parte, a través del trabajo las personas pueden integrarse en un entorno social más amplio, con resultados positivos sobre su propia identidad; la jubilación puede conducir al aislamiento y a la soledad, porque se reducen los contactos y las relaciones sociales. 

Por otro lado, el nivel de actividad y de ocupación que requiere el trabajo puede reducir el tiempo que el individuo le dedica a su familia y a la interacción social, convirtiéndolo en una demanda física y mentalmente exigente, y esto es particularmente cierto en las zonas rurales, donde la jubilación ofrece a muchas personas la oportunidad de descansar y de disfrutar de la recompensa largamente esperada después de toda una vida de trabajo. La jubilación normalmente va asociada a un nivel más bajo de ingresos.

En muchos países la jubilación es un factor de riesgo de pobreza. Además, algunos países han contribuido a ello al promover sin crítica alguna la jubilación anticipada para reducir el desempleo. Como resultado de esto, muchas personas tienen que reducir al mínimo su estándar de vida o continuar trabajando de forma ilícita para poder manejar sus vidas con unos ingresos más bajos. Las desventajas económicas y sociales de la jubilación son aún más altas para los jubilados contra su voluntad.

La necesidad de sumar

Existe una relación estadística significativa entre la jubilación obligada o compulsiva y el deterioro de la salud mental. Existe también la creencia o el estereotipo negativo, ampliamente extendido, de que la productividad decrece durante el proceso de envejecimiento, y a las personas retiradas frecuentemente se las deja al margen del trabajo productivo, aun teniendo mucha experiencia y más tiempo disponible que nunca. Uno de los principales problemas documentados durante este periodo de transición es la falta de responsabilidad institucional. A las personas que se retiran se las desampara y se las deja solas para orientarse a sí mismas en su nueva posición, en vez de contar con el apoyo de las organizaciones como, por ejemplo, de las instituciones de la seguridad social. La orientación y la adaptación, con frecuencia, les lleva mucho tiempo a las personas mayores y pasan muchos meses, buscando maneras de sostenerse y de contribuir a la sociedad. Los trastornos mentales más comunes en la vejez son la depresión y la ansiedad, dan origen, con frecuencia, a la disminución de la calidad de vida y a la mortalidad excesiva. Tienen una incidencia elevada (el 15% de la población mayor tiene síntomas de depresión clínicamente significativos y un 15% padece de ansiedad), su mal pronóstico (sólo un tercio de ellos tiene una recuperación completa de la depresión después de dos años), el intenso impacto que tiene sobre las funciones es tan grande o peor que muchas enfermedades crónicas, como las afecciones coronarias, la artritis o la diabetes y, obviamente, aumenta el uso de los servicios médicos y también está asociado al deterioro cognitivo. 

Se hace necesario revisar y detectar oportunamente los trastornos mentales y los riesgos asociados en todos los escenarios relevantes en que estén o se desempeñen adultos mayores. Hay que desarrollar protocolos específicos para lograr una detección temprana de los trastornos mentales, al igual que la capacitación y el apoyo continuado de los actores principales, incrementando el compromiso y, consecuentemente, la probabilidad de éxito en la prevención y el tratamiento.

La revisión de pacientes en los centros de atención primaria para detectar la depresión u otro tipo de alteraciones mentales tiene que ser factible y eficaz cuando esté incluida en los programas sanitarios de gestión formando y capacitando equipos disponibles de personal específico de atención.

El riesgo de la pobreza para las personas mayores es más elevado. La pobreza es un fenómeno social multidimensional y se caracteriza por un estatus socioeconómico bajo, el paro, las jubilaciones y pensiones mínimas y un nivel escaso de formación. Para las mujeres el riesgo es todavía mayor que para los hombres, especialmente en la vejez, debido a su tendencia a tener menos y más bajos recursos económicos procedentes de las pensiones o los ahorros, aun cuando hayan estado trabajando.

Más que los ingresos propiamente dichos, hay varios factores relacionados con la educación que pueden funcionar como mediadores en los riesgos de trastornos mentales: inseguridad, desesperanza, un deficiente estado de salud, recursos de respuesta limitados ante los rápidos cambios sociales, oportunidades limitadas.

Las personas en situación de pobreza tienen un acceso más limitado a una atención sanitaria apropiada. Por tanto, pobreza y trastornos mentales interactúan exacerbándose recíprocamente en un círculo vicioso.

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