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La historia que recuerda un viejo molle de Molinos

La vuelta de los Valles Calchaquíes presenta una posta obligada al viajero; la Hacienda de San Pedro Nolasco de los Molinos. Por Magdalena de Arco para El Tribuno. 
Lunes, 29 de enero de 2018 00:00

Tres escalones de pirca se adelantan a la puerta de entrada de esta casona del siglo XVII, que al abrirse enamora a primera vista con su gran patio colonial y el enorme molle que, en el centro, se convierte en principal protagonista para todo aquel que llega al lugar.

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Tres escalones de pirca se adelantan a la puerta de entrada de esta casona del siglo XVII, que al abrirse enamora a primera vista con su gran patio colonial y el enorme molle que, en el centro, se convierte en principal protagonista para todo aquel que llega al lugar.

Cecilia Patrón Costas, anfitriona de la Hacienda de Molinos -como se la llama simplemente-, obsequia con sus palabras un poco de pasado y de presente de esta finca del patrimonio salteño.

Originalmente, relata, era la casona de Don Nicolás Severo de Isasmendi y Echalar, último gobernador realista que dependía del rey de España. El pueblo de Molinos creció en torno a ella; así es que solo cruzando la calle se encuentra la capilla (ahora remodelada y ampliada), que en un principio era el oratorio familiar.

Devenidos los tiempos y sumando historia, en 1984 se recicló respetando los detalles de la arquitectura de la época, para convertirla en hotel.

La Hacienda de Molinos cuenta con 18 habitaciones con baño privado, en tres categorías: estándar, intermedia y superior, y una cocina creada especialmente, buscando la fusión de la comida regional y la gastronomía francesa, habiendo obtenido un resultado que agrada tanto a turistas extrajeros como nacionales, y muchos salteños que sin dejar de lado su espíritu gaucho y fieles a sus tradiciones, aceptan gratamente la propuesta. En este mágico espacio se llevan a cabo celebraciones, casamientos civiles, reuniones, con una capacidad para 70 personas.

En la imagen de despedida se aprecian gruesos muros de adobe, rejas trabajadas en hierro forjado y pilares de algarrobo que resguardan el gran patio. Todo forma parte de ese ambiente cálido que invita al descanso y transporta al pasado; ese pretérito perfecto en que Molinos formó parte del Camino del Inca, fue testigo de encuentro de razas, de pueblos y de sentidos. Hoy sus callecitas iluminadas por faroles, acumulan en silencio esa historia.

 

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