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Diario de viaje. El desierto peruano reemplazó la comodidad de Lima

Se fue la primera etapa del Dakar. Pasaron muchas cosas, pero esto recién comienza. Los invito a leer el paso a paso de lo que ocurrió el día 1.
Sabado, 06 de enero de 2018 23:07

La rutina comenzó a las 6. En el Dakar no hay horario laboral y de entrada la organización lo deja en claro. Puede tocar cualquier hora.

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La rutina comenzó a las 6. En el Dakar no hay horario laboral y de entrada la organización lo deja en claro. Puede tocar cualquier hora.

La despedida del hotel es dura porque las comodidades quedarán de lado hasta que la competencia llegue a su fin, allá por la noche del 20 o madrugada del 21.

Entre colegas, ya amigos de viaje, nos ubicamos en el penúltimo micro. Creamos un grupo de whatsapp paralelo al de la prensa en general, sólo para coordinar logística. Seguramente se irán sumando otros periodistas con el correr de los días.

La subida se hace amena. Apenas llegados al segundo piso del micro, nos encontramos con viejos conocidos de España. "Ya preguntábamos por vosotros", dicen. El grupo sudamericano es el más afectivo y lo notan.

Las comodidades del coche ultra cama hacen que el confort del hotel de San Isidro, una linda zona de Lima, no se sienta tanto. Serán 235 kilómetros muy lindos a Pisco, pero no hay que acostumbrarse, pronto llegarán los vuelos en el Hércules o el Fokker y los sueños entrecortados en la bolsa de dormir que me acompaña en esta aventura hace tres años.

Decidí contar en primera persona lo que ocurre acá adentro por primera vez, tal vez a alguno le interese y a otros tantos no, pero resulta hacer catarsis y si algunos de los pilotos tienen psicológicos nosotros al menos debemos descargarnos con algo o escribirlo. Además, del otro lado, está un colega amigo, Juancho Coronel, a quien le prometí las primeras frases. Un abrazo y gracias por los RT y menciones. Otros afectos también llegan por las redes sociales y les preocupará, o no, como marcha todo.

La llegada al campamento, a las 11.30, comienza a preocupar a quienes no conocíamos el espacio físico del vivac. Solo veo dunas, muchas dunas, y nada más alrededor. Qué duros serán estos dos días.

A las 14.30 tenía programada una salida en helicóptero. A la invitación me la envió una noche antes el gran Augusto Lobo, responsable de la prensa sudamericana y un cordobés que se transforma en una especie de padrino en cada edición. “Julio, te ganaste un vuelo”. ¡Y dale!

Las primeras motos salían después del mediodía, a la inversa en la numeración de los pilotos. Luciano y Kevin Benavides saldrían enseguida y había que meterle pata. Sin conocer el terreno, salí corriendo al inicio de la especial. Eran varios kilómetros y en el medio del trayecto amagué en volver y dejarme de hinchar. Pero no, el Dakar desde los campamentos dan otra fuerza y había que estar. Tomé imágenes de Kevin en la salida y la llegada de Luciano, con sus declaraciones. Listo. El helicóptero me espera.

Augusto llama, hay que salir apurados, pero en el helipuerto nos cuentan que uno de los dueños de ASO decide seguir dando unas vueltas y hay que esperar con 27 grados que en el desierto se hacen sentir más que en cualquier otro lado.

Finalmente llega el piloto, baja al que corta el queso y hace la seña que ya es nuestro turno. Se presenta: Hans Eberl, de Chile. Pide que nos pongamos los cinturones y que la duración será un poco corta. Apenas toma vuelo, la tierra se levanta, y comienza a dar sus indicaciones. “¿Ven bien?, ¿escuchan bien?”, dice.

Se comienza a alejar del campamento donde tomás conciencia que no somos nadie en medio de la nada. Hace una maniobra complicada, al menos para mí que no entiendo nada y se pone muy cerca de la largada. Se sorprende con un auto blanco que no llego a distinguir desde arriba. Es que el coche atraviesa una duna y casi se va contra la gente que imprudentemente miraba desde muy cerca. “¡¡¡Mira weooon, casi se va contra la gente!!!”. Yo quería que siga prestando atención a su navegación más que a la del piloto que casi provoca una tragedia.

Volvemos rápido, como había avisado. Aterrizamos y nos despedimos. Ahora a buscar los pilotos salteños que faltan hablar y a escribir que en el Dakar si hay algo que sobra, es alguna historia por contar.

Paso por Honda, lo veo al Cholo Acedo, su asistente personal y buen rugbier del Jockey Club. Benavides está con su equipo y decido pasar más tarde. Busco a Ramón Núñez entre cientos de camiones de asistencia y vehículos de carrera. El llamativo rastrojero de José Blangino me tiene que ayudar. Se hicieron amigos y durante la carrera van a parar siempre juntos.

Me presento ante su asistente y me dice: “dejate de hinchar. Cómo no nos vamos a conocer si fuiste mi alumno en la Universidad”. Raúl Rodríguez, el chofer, asistente y amigo personal de Núñez era profesor en Semiótica y Lectura de la imagen. Un genio.

Un rato después llega el piloto salteño, saluda a su amigo Blangino y me cuenta cómo le fue. Lo despido y busco al mayor de los Benavides. No lo veo. Pero otra vez el cholo, a quien voy a cansarme de molestarlo, le pregunto por Kevin. “En el motorhome descansando, pero entremos”. Hay confianza con los dos. Y se los agradezco por facilitar mi trabajo.

Miro el reloj. Las 18 de Perú y 20 de Argentina, en la redacción deben estar prendidos fuego. Apuro el paso y me pongo a escribir.

A las 21.30 ya está todo listo y ahora me alisto para sacarme los 25 kilos de tierra y cenar. Mañana será otro día largo. Extraño sentarme a charlar cosas sin sentido. Será más adelante.   Quedan 13 etapas todavía.

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