¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

19°
20 de Abril,  Salta, Centro, Argentina
PUBLICIDAD

Populismos propios y ajenos

Jueves, 11 de octubre de 2018 00:00

El estado de bienestar. Poco antes de terminar la Segunda Guerra Mundial, en 1944, los países que ya se sabían vencedores, Estados Unidos y el Reino Unido, diseñaron, en Bretton Woods -una localidad del primer país nombrado- las bases del nuevo orden internacional que, con muchos errores sin duda, logró sin embargo poner fin a las guerras imperiales y a los propios imperios, consiguiendo también estabilizar las economías internamente, ya que el viejo orden económico, dominado por el "laissef-faire", era directo responsable de ambas patologías: las guerras imperiales y las crisis económicas internas, con sus proyecciones políticas y sociales. De esta forma, y de la mano de este nuevo orden, surgió en las economías occidentales el así llamado "estado de bienestar" que consiguió, sin renegar del capitalismo y la democracia, altos niveles de empleo junto a una distribución del ingreso razonablemente equitativa, unido a un vertiginoso crecimiento económico dentro de las economías y añadiendo la incorporación de otras nuevas, como los oportunamente denominados "tigres asiáticos": Japón, Taiwan, Corea del Sur y otros.

Alcanzaste el límite de notas gratuitas
inicia sesión o regístrate.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
Nota exclusiva debe suscribirse para poder verla

El estado de bienestar. Poco antes de terminar la Segunda Guerra Mundial, en 1944, los países que ya se sabían vencedores, Estados Unidos y el Reino Unido, diseñaron, en Bretton Woods -una localidad del primer país nombrado- las bases del nuevo orden internacional que, con muchos errores sin duda, logró sin embargo poner fin a las guerras imperiales y a los propios imperios, consiguiendo también estabilizar las economías internamente, ya que el viejo orden económico, dominado por el "laissef-faire", era directo responsable de ambas patologías: las guerras imperiales y las crisis económicas internas, con sus proyecciones políticas y sociales. De esta forma, y de la mano de este nuevo orden, surgió en las economías occidentales el así llamado "estado de bienestar" que consiguió, sin renegar del capitalismo y la democracia, altos niveles de empleo junto a una distribución del ingreso razonablemente equitativa, unido a un vertiginoso crecimiento económico dentro de las economías y añadiendo la incorporación de otras nuevas, como los oportunamente denominados "tigres asiáticos": Japón, Taiwan, Corea del Sur y otros.

El retorno de la ortodoxia

Sin embargo, las burocracias creadas en torno a este estado de bienestar, junto a las grandes guerras posteriores a la Segunda Guerra Mundial (Corea, Vietnam), generaron una progresiva inflación mundial que le dio la oportunidad a la agazapada pero no muerta escuela del "laissez-faire" y su aliado político, el conservadorismo, recuperar la escena y retomar, en términos generales, los lineamientos del viejo orden, aunque manteniendo algunas directivas de los cambios introducidos, con lo que, al menos, las viejas guerras coloniales e imperiales no volvieron a presentarse, aunque más no sea porque ya no había colonias ni imperios en el mundo.

Aun así, la ruptura con el nuevo orden, traducida en las desregulaciones y el impulso al capitalismo financiero, si bien posibilitó una nueva irrupción tecnológica, también colaboró con el rompimiento de la lograda sociedad equitativa y de pleno empleo que había conseguido el estado de bienestar y, de la mano de la globalización que se asoció al nuevo estado de cosas, se fue produciendo en la economías centrales (Estados Unidos, Europa) un crecimiento de la brecha de desigualdad, a la vez que en las economías marginales que asociaban a su retraso económico relativo regímenes autoritarios, una parte de la población escapaba de sus países de origen para refugiarse, principalmente, en la benévola y acomodada Europa occidental.

El surgimiento del populismo

Las limitaciones del "laissez-faire", en su momento, encontraron respuestas -más allá de lo discutible y trágico que fueron- en el marxismo y el fascismo, de la mano de un empleo compulsivo, ya sea destinado a producir armas el fascismo -o monumentos a la supuesta grandeza de sus líderes el comunismo-.

Sin embargo, en la era postmoderna en la que la gente ya no se detiene en grandes teorías o discursos de varias horas, el rechazo a la nueva ortodoxia se manifiesta en las propuestas transgresoras o "políticamente incorrectas" de los líderes actuales, y entonces la respuesta al desempleo que generaría la globalización es el retorno al proteccionismo, la forma de resolver las migraciones masivas es la xenofobia, y así sucesivamente, sin que importe el "marco teórico", que al menos en el marxismo era un prurito que no se descuidaba.

Los argentinos -en eso- somos vanguardistas y de populismo conocemos bastante, al punto que hemos sido capaces de "desandar" caminos y regresar, de la posición de privilegio que ostentábamos en el Centenario, al mediocre lugar en que nos encontramos en el Bicentenario. Pese a ello, luego de cada una de las experiencias traumáticas que nos ha ido imponiendo el populismo, retornamos a la ortodoxia más rancia, con no menos ominosos resultados económicos y sociales, para volver luego a los brazos -o garras- del populismo, en un eterno "corsi e ricorsi" que ya nos acumula más de setenta años.

¿Hay alternativas?

Einstein decía que si se hacen siempre las mismas cosas, se obtienen necesariamente los mismos resultados. Valdría la pena entonces metafóricamente dejar de tomar como modelos a los asesinos seriales como forma de rechazo a los violadores y recíprocamente en el segundo turno, y en cambio considerar que las personas normales podrían ser una mejor referencia. Las "personas normales", en el plano económico, son las economías de mercado, con sus sabias recomendaciones de aranceles mínimos y libre movilidad de los recursos productivos, pero claramente con los debidos resguardos sociales y ambientales. En otras palabras, ejercer desde el estado los necesarios, aunque no ominosos, controles, para que las economías de mercado y su contrapartida, la democracia política, funcionen en plenitud, aceptando que es imposible y poco práctico que exista la perfecta igualdad, pero que tampoco es válida la desigualdad absoluta, entendiendo que las sociedades deberían ser como una escalera en la que permanentemente estamos ascendiendo, con peldaños que nos imponen esfuerzos, pero que no deben transformarse en paredes de imposible acceso. En resumen, como decía Keynes, "el Estado está, no para competir con el mercado, sino para hacer lo que nadie hace", y también "no es en el empleo de nueve millones de personas que el mercado asigna correctamente donde deben centrarse las críticas a los economistas ortodoxos, sino en el millón restante cuyo desempleo no pueden explicar, ni señalar cómo podría resolverse".

 

PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD