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Solos, y a merced de espejismos

Domingo, 21 de octubre de 2018 00:00

La libertad es un anhelo para algunos, un tesoro, un enigma o un problema para otros.

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La libertad es un anhelo para algunos, un tesoro, un enigma o un problema para otros.

En cualquier caso, la libertad es un asunto psicológico, político, institucional, social y complejo, es un concepto abstracto que se hace más visible frente la pérdida de libertad, pero es menos claro para detectar las sutilezas de las trampas que producen nuevas esclavitudes.

El ser humano es paradójico.

En pleno siglo XXI, el sujeto posmoderno, fruto de la sociedad tecnológica que le permite un acceso irrestricto a información, contenidos, documentos, imágenes y noticias en tiempo real, parece liberado de los vínculos de la sociedad tradicional, y al mismo tiempo adaptado a ciertos fenómenos de carácter social que lo colocan en un lugar de aparente pasividad e indiferencia.

Pertenencias clausuradas

Uno de los problemas centrales de nuestro tiempo está indicado por un vaciamiento de las instituciones que tiempo atrás supieron marcar el rumbo y representar los ideales de sociedades enteras durante décadas.

En dichas instituciones - partidos políticos, iglesias, clubes - los individuos afirmaban su sentido de referencia en relación a determinados valores, y esos lugares les daban además, un lugar de pertenencia, es decir, alojaban dentro de sí a personas capaces de establecer sólidos vínculos entre ellos.

El manejo inadecuado fue alejando a las instituciones de sus objetivos centrales, transformándolas en grandes organizaciones que dan poco lugar a la participación activa de sus miembros (por lo general se limita al derecho de voto), ocasionando así el distanciamiento y la mutua indiferencia entre las partes.

Se pueden ubicar además, dos causas que explican la fragmentación y el debilitamiento de las instituciones.

Por un lado, la época nos muestra que el individuo posmoderno se identifica de manera parcial y no de un modo absoluto a ciertos ideales y creencias. La fugacidad y la liquidez -tal como lo indicaba Zygmunt Bauman- son los términos en los que se establecen las nuevas relaciones. Por otra parte, las prácticas fraudulentas, el nepotismo, los abusos, el manejo discrecional de los recursos y la falta de transparencia fueron minando los cimientos institucionales y se produjo una lenta pero inexorable caída de los modelos que representaban las aspiraciones colectivas. Como consecuencia de ello, las sedes partidarias dejaron de ser una escuela de formación política, la doctrina religiosa es constantemente puesta en tela de juicio, mientras los clubes ostentan cada vez menos capacidad para inculcar valores.

Nuevas ilusiones

Los sindicatos, y los tres poderes del Estado se han encargado, a través de sus representantes, de destruir sistemáticamente la confianza de los ciudadanos de todas las clases sociales, sin excepción.

La pérdida de confianza por la ruptura del pacto de las instituciones con los ciudadanos y el debilitamiento del vínculo entre la sociedad y el Estado, son hechos contundentes de innegable y enorme importancia a la hora de analizar ciertas conductas humanas que parece no tener explicaciones en la escena contemporánea, como la atracción que ejerce el fascismo sobre grandes pueblos, o liderazgos como el de Hugo Chávez cuya potencia discursiva no sólo mantuvo hipnotizado al pueblo venezolano, sino que luego de su muerte, ese mismo discurso puede seguir detrás de un dictador con la personalidad opaca de Nicolás Maduro, sin mejores aspiraciones que perpetuarse en el poder a pesar del fracaso rotundo y de los daños irreparables que produjo el populismo en Venezuela.

Ya lo decía Rousseau: "El más fuerte no es nunca lo bastante fuerte para ser siempre el amo, si no transforma su fuerza en derecho y la obediencia en deber".

En la historia de la humanidad abundan los líderes religiosos, políticos o intelectuales que han atraído como un imán a multitudes enteras, y que todavía hoy persisten en algunas sociedades a través de sus obras, aunque se haya comprobado el fracaso y el daño que produjeron; primero con el discurso y luego con los hechos, así como la locura y la perversión de las personalidades que lo engendraron. Cambian los tiempos, pasan los siglos, el ser humano evoluciona, domina la naturaleza, las artes, las ciencias y con ello se acrecienta la idea que si el hombre es esencialmente racional, entonces cabría la esperanza de concebir un mundo sujeto a la razón. Ésta visión optimista e ingenua para algunos autores fue desarrollándose con más fuerza durante los últimos doscientos años, aunque pensadores como Marx, Nietzsche, y especialmente Freud se encargaron de poner al descubierto el aspecto irracional e inconsciente de la naturaleza humana y de la susceptibilidad de éstas fuerzas internas a los influjos provenientes del exterior.

Si el racionalismo moderno creyó que la democracia, la independencia económica y la racionalidad alcanzada dejaban atrás las pasiones humanas y avizoraba un gran futuro para Occidente, con solo mirar a nuestro alrededor constataremos que aquellas creencias fueron ya desmanteladas por la posmodernidad.

 El turno de Bolsonaro 

El candidato presidencial de Brasil, famoso por la virulencia de sus expresiones desde el comienzo de su carrera como diputado, pasó de ser uno de los políticos con más alta imagen negativa, a obtener el caudal de votos necesarios que podrían convertirlo en el próximo primer mandatario del vecino país. Los improperios, insultos y descalificaciones revelan el rechazo visceral e inocultable hacia amplios sectores de la sociedad que lo calificaron de racista, homofóbico, machista y autoritario. A pesar de ello, se produce un viraje del electorado a favor del candidato que encarna en su propia figura la suma de respuestas que la sociedad no obtiene de las instituciones.

El de Bolsonaro es un discurso narcisista que apunta a la identificación con su propia manera de pensar y de interpretar la realidad, movilizando en los ciudadanos reacciones emocionales de aceptación o rechazo, de amor u odio.

Si no hay capacidad intelectual y recursos internos sólidos para conducir la inmensa complejidad de una nación, se corre el riesgo de tener un gobierno sin más aspiraciones que la de satisfacer al sector partidista que se identifica con él, es decir, quienes alimenten el ego insaciable y ciego del narcisismo.

La adaptación de la sociedad a un candidato que promueve la irracionalidad, revela de manera dramática los procesos psicológicos de orden colectivo, y la interacción de éstos con factores económicos e ideológicos.

Una adaptación que busca someterse a un líder, conlleva la decisión de renunciar a la libertad individual y genera un clima de degradación y pérdida de ciudadanía, que forma parte de la matriz de los estados totalitarios.

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