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Una muestra que angosta los 4.132 km entre Ushuaia y Salta y activa sentidos

Son obras desemejantes que transmiten a un creador influenciado por el espacio que habita. En “Festival Regional Patagonia Sur Sur” entablaron un diálogo artistas del sur y norte. Fotos: Andrés Mansilla
Domingo, 28 de octubre de 2018 15:02

Recorrer “Festival Regional Patagonia Sur Sur. 4.132 km Ushuaia-Salta”, que se dispuso en el Museo de Arte Contemporáneo (Zuviría 90) en diez salas, implica exponerse a un tránsito que activa los órganos sensoriales estimulados por dos geografías diferentes. Bajo la curaduría de Matilde Marín y Pilar Atilio, artistas nacidos en o migrantes que fijaron residencia en ciudades del norte y el sur argentinos se prestaron a tramar los hilos de sus bases culturales, tan eclécticas y diferenciales que increíblemente configuran un sentido que se aloja en el espectador y se disipa de mala gana una vez traspuesto el portal del MAC. 
Desde el sur: Gabriela Cid, Natalia Buch, José Luis Miralles, Fernanda Rivera Luque y Rosalía Jofre. Desde el norte: Patricia Godoy, Horacio Pagés Frascara, Otilia Carrique, Alexander Guerra Hurtado y Loly Rodríguez. 
El viaje de la muestra se inicia de sur a norte como hubiera apreciado el creador del universalismo constructivo Joaquín Torres García (“He dicho Escuela del Sur; porque en realidad, nuestro norte es el sur. No debe haber norte, para nosotros, sino por oposición a nuestro sur. Por eso ahora ponemos el mapa al revés, y entonces ya tenemos justa idea de nuestra posición, y no como quiere en el resto del mundo”). 

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Recorrer “Festival Regional Patagonia Sur Sur. 4.132 km Ushuaia-Salta”, que se dispuso en el Museo de Arte Contemporáneo (Zuviría 90) en diez salas, implica exponerse a un tránsito que activa los órganos sensoriales estimulados por dos geografías diferentes. Bajo la curaduría de Matilde Marín y Pilar Atilio, artistas nacidos en o migrantes que fijaron residencia en ciudades del norte y el sur argentinos se prestaron a tramar los hilos de sus bases culturales, tan eclécticas y diferenciales que increíblemente configuran un sentido que se aloja en el espectador y se disipa de mala gana una vez traspuesto el portal del MAC. 
Desde el sur: Gabriela Cid, Natalia Buch, José Luis Miralles, Fernanda Rivera Luque y Rosalía Jofre. Desde el norte: Patricia Godoy, Horacio Pagés Frascara, Otilia Carrique, Alexander Guerra Hurtado y Loly Rodríguez. 
El viaje de la muestra se inicia de sur a norte como hubiera apreciado el creador del universalismo constructivo Joaquín Torres García (“He dicho Escuela del Sur; porque en realidad, nuestro norte es el sur. No debe haber norte, para nosotros, sino por oposición a nuestro sur. Por eso ahora ponemos el mapa al revés, y entonces ya tenemos justa idea de nuestra posición, y no como quiere en el resto del mundo”). 

Para el escultor e instalacionista cubano Alexander Guerra Hurtado: “Es interesante siempre el discurso con un otro. Es histórico que la geografía y el entorno configuran al sujeto. No es lo mismo el tipo que vive en la montaña que el que vive en el llano o el que vive en una isla. Yo vengo de una isla y tengo otra manera de concebir el mundo que esta gente que vive en un lugar donde la naturaleza es áspera y adversa”. También destacó cómo en los procesos de síntesis la perspectiva parte incluso de aquello que dejan revelar -o no- los cuerpos. “No es lo mismo la obra que se puede hacer en Salta donde tú ves más cuerpo. Ellos no podrían hacer eso, porque el factor climatológico los constituye y ellos ven desde otro punto de vista. No por gusto tienes obras que tienen que ver con lo intimista por un lado, después el asunto de la casa como contendora y la inmensidad de ese paisaje agreste. El paisaje constituye la expresión”, definió Guerra Hurtado. 

Alexander Guerra interpela a la sociedad sobre el uso que nos dan las redes sociales.

De acuerdo con él hubo una labor de curadoría ingente y una intencionalidad de revelar la realidad heterogénea del quehacer artístico en Salta. 
“El objetivo fue que la producción del norte no se viera homogénea. Era hacer foco en la individualidad de la creación, porque se transmite y se cree que en Salta hay una homogeneidad que no existe”, señaló. 

10 artistas amalgamaron sus produc­ciones para “Festival Regional Patagonia Sur Sur. 4.132 km Ushuaia-Salta”, que está expuesta en el MAC hasta fi­nes de este mes. 
 


Marín seleccionó unas obras que Guerra Hurtado había realizado para colocarlas en espacios públicos y galerísticos de la última bienal de La Habana en la que participó, por ejemplo la escultura de un “Me Gusta” que se emplazó en El Malecón. 

La intslación de José Luis Miralles, de Ushuaia, velada por una película encarnada.

“Yo venía trabajando sobre el papel político que las redes sociales cumplen en la sociedad, cómo han reconfigurado la manera de relacionarnos y la sociedad en pleno. Además, de alguna manera había traspasado la incorporación de un elemento porque venía trabajando la carne y el cuerpo, los estudios anatómicos. Hice esta serie ‘Tratado de anatomía’ que trataba de establecer un diálogo entre el arte contemporáneo y un arte más clásico y las redes sociales con sus nuevos discursos y la tradición. Antes venían calcos griegos y la gente pintaba sobre ellos o hacía a partir de ellos esculturas”, explicó. 
El resultado fue un cruce entre este tipo de adoctrinamiento academicista clásico y la manera cómo las redes sociales se proponen inculcar ideas y creencias a sus usuarios. 


La muestra ha recibido la visita guiada por docentes de muchas comisiones de secundario y los estudiantes empatizan y se demoran en esta sala, interpelados por un carnicero que manipula las obras o corta los íconos de Facebook como si se trataran de carne. Para Hurtado Guerra fue un efecto que no pudo predecir pero del que afirma lo siguiente: “El artista es una especie de detector, ni siquiera emitimos criterios, porque no estoy tratando de moralizar a la sociedad diciéndole que esto está mal o está bien, sino que es como un diagnóstico. Estás proponiendo mostrar pedazos de esa realidad y que a partir de ahí entre el espectador, la obra, el público en general y el artista construyamos juntos, veamos qué va a pasar. Uno no es un analista político, sino que pone el foco sobre esta problemática y desde allí comienza a generar el diálogo”. Lo singular es que así como extrajo emoticones e íconos de su hábitat natural hasta una sala de museo ha hecho volver a sus obras en imágenes fotográficas a Facebook, “donde amigos de Cuba, de Canadá me están dando Me Gusta. Entonces hay una resignificación y un reciclaje de la misma imagen”, comentó Guerra Hurtado. 

La artista visual Loly Rodríguez, por su parte, en su instalación trazó el camino de la sal. “Para otro trabajo nuestro ‘Arte y Naturaleza’ viajamos con Otilia Carrique y otros artistas a las salinas. Se trata de un medio hostil, pero que el lugareño ama. Ellos son unos agradecidos de tener este elemento que desde hace milenios les sirve como trueque para adquirir sus productos al no poder cultivar. También les servía para conservar la carne, entonces tiene un poder eternizador la sal”, señaló. Pero además su instalación traza un camino hacia una conciencia y conocimiento del interior del ser humano. 
“El ser humano está compuesto de sal. Sudor, lágrimas tienen sal”, describió. En sus seis fotografías ella parte desde el agradecimiento a la Pachamama “con la sal estaba armado el mojón en donde se entregan los elementos a la Madre Tierra, que les da esto que es oro puro”, continúa con la industrialización de la sal y finaliza en un minúsculo salero. 
La instalación incluye los bloques de sal con la intención didáctica de que el visitante conozca los diferentes estratos, cómo se va cristalizando y cómo se la extrae. “Quise mostrar por qué la sal es tan fuerte, por qué enceguece. El estar en el lugar genera un despertar: el crujido cuando uno la pisa, el sonido y la sensación de inmensidad, el impacto en los ojos” dijo, sin dejar de señalar que en la inclusión de una apacheta retrató “las manos con ese sentido de labor y faena, porque ellos viven de eso”. 

Otilia Carrique le pone el cuerpo a su serie sobre la muerte y también la resurrección.

Otilia Carrique protagoniza una impactante toma, en la que es retratada desnuda y rodeada de cruces. Contó que estos elementos “se fueron reciclando durante varios años y participaron en torno de la idea de la muerte, que nos ronda a los artistas siempre como tema particular dentro del arte”. 
Las halló tiradas en la basura en un cementerio del interior hace unos diez años, las alzó con la intuición de que podían transformarse en arte y las cargó consigo en ese viaje por las salinas. “Cuando llegué pensé que era increíble ese mar inmenso que a su vez es como una tela blanca donde hacer una obra. Como en una especie de pirca coloqué las cruces y un alambre de púas en el medio, haciendo una continuidad de la obra que presenté hace dos años para una retrospectiva mía. Busqué seguir resignificando”, relató. 


En esa exposición de la que habla, una instalación sobre los refugiados, había colocado los alambres de púa, unas fotos donde estaba plasmada la situación de los refugiados y una imagen suya (desnuda) transparente detrás. Por ello, las salinas “que fueron mar y ahora son un desierto de sal, es decir que allí se sucedieron diferentes muertes, más la muerte que en esos lugares es muy común y la muerte de los sentidos”, le trajeron a la mente aquella mixtura de muerte en la que resopla la resurrección. Ella admira a la artista serbia Marina Abramovic, que llegó a performances extremas, y si bien Carrique dijo no tener tanto arrojo sí concedió “un significado particular cuando te ponés vos en la obra. Estás metida adentro y es difícil de abandonar. Esta viene diez años durmiendo y tengo un montón de ideas por lo que aún no me va a abandonar”. 
 

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