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Un magistrado cayó en la trampa de la “viveza criolla”

Domingo, 07 de octubre de 2018 00:40

Marcos Aguinis, en su libro “El atroz encanto de ser argentino”, habla de la famosa frase “viveza criolla”, a la que define como una costumbre bien nuestra, que tiene un efecto antisocial, que segrega resentimiento y que envenena el respeto mutuo. 

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Marcos Aguinis, en su libro “El atroz encanto de ser argentino”, habla de la famosa frase “viveza criolla”, a la que define como una costumbre bien nuestra, que tiene un efecto antisocial, que segrega resentimiento y que envenena el respeto mutuo. 

Hay quienes sostienen que la frase de marras es consecuencia directa de otra que también forma parte de inconsciente colectivo: “Hecha la ley, hecha la trampa”. El caso es que la “viveza criolla” no distingue edad, clase, raza, parentesco, sexo, credo ni nada. Se la pone en práctica en todos los niveles, en cualquier circunstancia, siempre con la idea de sacar ventaja, obviamente. 

A propósito de esta engañosa conducta “made in Argentina”, el presidente Mauricio Macri señaló en una ocasión lo siguiente: “Debemos alejarnos de la cultura de la viveza criolla en el mal sentido, de esos atajos que nos llevaron siempre al mismo lugar”. Lo dijo en enero de 2017, cuando dio algunos detalles de la explotación del yacimiento petrolífero “Vaca Muerta”

Muchos se enorgullecen de este ardid cuando en realidad debía provocar vergüenza. Ejemplos de este pésimo producto de consumo nacional se pueden contar de a miles. ¿Quién no ha celebrado el gol con la “mano de Dios” que Maradona le hizo a los ingleses en el Mundial de Fútbol México 
86? 

Un caso patético de viveza criolla se dio hace unos años con un empleado de un importante empresa de servicio local. El hombre resultó afectado en la vista por la explosión de un producto en su lugar de trabajo. El operario estuvo bajo tratamiento médico por unos meses, pero cuando se estaba recuperando se le ocurrió la “brillante idea” de sacar ventaja del accidente laboral.

Se le prendió la lamparita cuando un amigo le comentó que había hecho honor a la “viveza criolla” por un episodio similar en su trabajo. Así fue como el hombre se declaró ciego. Pese a que los médicos tratantes lo declararon apto para volver a trabajar, se mantuvo en la postura de que no veía absolutamente nada. 

Por esta situación entabló una batalla judicial con sus patrones cuando estos le enviaron el telegrama de despido. El proceso se prolongó por casi dos años. Como el juez de la causa hizo lugar a una medida cautelar de “no innovar” en favor del “ciego”, la empresa no pudo tomar ninguna medida contra el empleado durante el curso del proceso, como tampoco afectar su salario y demás beneficios.

Finalmente, el juicio concluyó en favor del trabajador, quien se vio beneficiado con una jugosa indemnización y una jubilación del ciento por ciento. Tenía entonces 40 años. 
Con el dinero que recibió montó una empresa de servicio familiar que en poco tiempo creció casi al mismo nivel de aquella donde se había deslomado trabajando por el lapso de dos décadas.

Reflejo de arquero

Más de un año había transcurrido desde el juicio que le cambió la vida al obrero. Un domingo el magistrado que resolvió el pleito salió de paseo con su familia y se detuvo en un campo deportivo donde se desarrollaba un entretenido partido de fútbol. El juez se maravilló con las brillantes atajadas del arquero de unos de los equipos y se quedó hasta el final. 

Recordó sus tiempos de deportista, de cuando él se lucía como guardavalla del cuadro de los abogados en el torneo de los profesionales en el predio de La Loma. Se lamentó por haber tenido que colgar los botines debido a una lesión que sufrió en el hombro por sacar una pelota envenenada que se colaba en el ángulo en una final con el equipo de los médicos. Tanto se emocionó que esperó a que terminaran los festejos del equipo ganador para felicitar al arquero, que dio muestras de estar dotado de increíbles reflejos en la definición de los penales. 

En el momento en que le estrechaba la mano el juez se paralizó al reconocer al arquero por una cicatriz en forma de aureola que tenía en la frente. Lo había visto muchas veces en su despacho y no tenía dudas de quien se trataba. Era aquel empleado al que había beneficiado con aquel fallo que lo declaró no vidente. 

El exciego también reconoció a su señoría y antes de que este le preguntara cómo hizo, le expresó: “¿Sabe doctor?, hice una promesa a la Virgen del Cerro y me devolvió la vista...”.

Se dice que el juez se sintió burlado y trató de dejar sin efecto aquel fallo, pero que la cosa no prosperó. Desde los estractos superiores de la Justicia el caso se resolvió como “cosa juzgada”. De lo expuesto surge que la “viveza criolla” encuentra amparo hasta en la misma 
Justicia. ¿Será por eso que la famosa frase pervive?

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