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La elección en Brasil es crucial para la región

Domingo, 07 de octubre de 2018 00:40

Las elecciones presidenciales de hoy en Brasil no solo muestran una polarización inquietante por sus eventuales consecuencias para la democracia, y también por los efectos que produzcan en nuestro país.

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Las elecciones presidenciales de hoy en Brasil no solo muestran una polarización inquietante por sus eventuales consecuencias para la democracia, y también por los efectos que produzcan en nuestro país.

Más de 147 millones de brasileños votarán en primera vuelta y todo indica que el exmilitar Jair Bolsonaro y el candidato del Partido de los Trabajadores, Fernando Haddad, serán quienes definan el balotaje del pró ximo 28 de octubre.

El escenario político de la principal economía latinoamericana se definirá en estos comicios. Hoy, además de presidente y vicepresidente, Brasil elige 513 diputados, dos tercios de los senadores, gobernadores y legisladores estaduales. Bolsonaro, que encabeza las encuestas, aparece como el típico candidato neofascista, enemigo de la globalización, proteccionista, con posiciones groseramente refractarias hacia los pobres, los negros y los homosexuales.

Haddad, a su vez, es el candidato del Partido de los Trabajadores, ungido desde la prisión por el expresidente Lula, de quien hereda un fuerte patrimonio electoral. Pese a la crisis iniciada en 2013, atravesada por el escándalo de Odebretch, la destitución de Dilma Roussef y la recesión económica, el PT es la única de las fuerzas tradicionales que conserva su vigencia. No obstante, Haddad y Bolsonaro dividen a la sociedad en dos, con apoyos y rechazos repartidos, que expresan el desencanto de los brasileños con la política, las dudas que genera el sistema democrático en Latinoamérica y, también, la incertidumbre respecto del futuro.

Nadie sabe a ciencia cierta qué pasará a partir del traspaso de poder. Un Michel Temer absolutamente desprestigiado entregará el mando a un heredero imprevisible. Sin embargo, la "grieta" de Brasil no necesariamente es equiparable a la de la Argentina. Los resguardos institucionales de nuestros vecinos han mostrado desde el fin de la dictadura, hace tres décadas, una fortaleza y una capacidad de recuperación de la que nosotros carecemos.

En esa etapa histórica, Brasil mostró estabilidad, incluso en 1992, ante la renuncia traumática de Fernando Collor de Mello. Los gobiernos de Fernando Cardoso y de Lula, a pesar de sus diferencias, mostraron continuidad dentro de un paradigma social demócrata, que entró en crisis en el segundo mandato de Dilma Roussef. Hoy, no obstante, un amplio margen para la incertidumbre.

Bolsonaro anuncia un ministro de economía ortodoxo, Paulo Guedes, que privatizaría las grandes compañías del Estado, entre ellas Petrobrás, Electrobras y Banco do Brasil, y que apuntaría a una economía cerrada. El candidato cuenta con el apoyo de las iglesias evangélicas, las Fuerzas Armadas, los nostálgicos de la "mano dura" y el sector agropecuario. Aún es difícil asegurar si las posiciones extremas de Bolsonaro reflejan un proyecto de gobierno o son una mera pose electoral. Mientras The Economist lo describe como "la nueva amenaza para América Latina", los inversores tienden a pasar por alto sus excentricidades y analizan lo que haría con la economía. Haddad, en cambio, fue ministro de Educación en la presidencia de Lula y alcalde de San Pablo. Es abogado y economista, con formación en filosofía. El establishment lo describe como un izquierdista radicalizado que aumentará el gasto público y encolumnará a Brasil en el modelo bolivariano. Incluso que podría indultar a Lula y a los presos de Odebretch. Sólidamente identificado con el PT, Haddad fue un cuidadoso administrador de las cuentas de ese distrito, cuyo PBI equivale al de la Argentina. Fue elogiado en el mundo por sus políticas modernizadoras pero cuestionado en el seno del partido por su moderación.

Para la Argentina, nada de lo que suceda en Brasil puede resultar indiferente. Sea quien fuere el nuevo presidente, buena parte del PBI argentino depende de la recuperación económica de Brasil, que es el destinatario del 16% de las exportaciones argentinas y nuestro principal proveedor. El cambio de mando condiciona también el proyecto argentino para el Mercosur.

Nadie hubiera imaginado, un año atrás, el actual escenario electoral brasileño. Más allá de los interrogantes que se plantean para nuestra economía, las fuerzas políticas argentinas deberían aprovechar la experiencia, evitar las indefiniciones y el oportunismo y trabajar a fondo para fortalecer la previsibilidad y la mayor autonomía posible de nues tro país.

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