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A la fiesta le falta algo

Lunes, 12 de noviembre de 2018 00:34

Esta final de Copa Libertadores es única, por muchos motivos. Uno de ellos es que queda la sensación de que los cuatro semifinalistas fueron los mejores y que la definición quedó a cargo de los dos equipos de elite. Ambos clubes, River y Boca, se aproximan al nivel de los más modernos del planeta. ¿Qué es la final más importante de la historia? No existe forma de establecerlo. La historia es larga.

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Esta final de Copa Libertadores es única, por muchos motivos. Uno de ellos es que queda la sensación de que los cuatro semifinalistas fueron los mejores y que la definición quedó a cargo de los dos equipos de elite. Ambos clubes, River y Boca, se aproximan al nivel de los más modernos del planeta. ¿Qué es la final más importante de la historia? No existe forma de establecerlo. La historia es larga.

Las copas de Independiente, Racing y Estudiantes fueron las que habilitaron un avance del fútbol argentino a nivel mundial que hasta entonces era esquivo. Pero esto no puede ser mera cronología.

El fútbol es pasión y River y Boca son los más populares de la Argentina. Este episodio que estamos viviendo es único. Tan único que hace ya tiempo, consultoras internacionales ubican a cualquier "superclásico argentino" entre los eventos deportivos de mayor repercusión mundial.

Solo hay una sombra profunda en esta fiesta: la ausencia de hinchas visitantes en las tribunas. El entramado de negocios turbios aflora con nitidez absoluta. Los barrabravas arruinan el fútbol porque ese es su negocio y el de los dirigentes que los toleran. Una barra brava es una asociación ilícita. Así lo dictaminó alguna vez la Justicia argentina.

Como recuerdo personal, me resulta imborrable el partido entre Independiente y Rácing, en 1967, luego de que el Equipo de José se consagrara campeón del mundo: el eterno rival preparó un homenaje con todos los atletas de todas las disciplinas y las dos hinchadas, juntas, ovacionaron a los campeones.

En esa época, los jugadores se saludaban antes y después del partido.

En esa época también había violencia en las canchas, pero a nadie se le ocurría excluir a los visitantes. Ni a obligar a que un clásico centenario, entre "canallas" y "leprosos", se juegue a puertas cerradas y a 400 kilómetros de Rosario.

 

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