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El hijo de la meretriz

Jueves, 15 de noviembre de 2018 00:00

Años atrás viajábamos con un grupo de jóvenes de barrios humildes que se preparaban para misioneros, y mientras atravesábamos un gran bulevar, el rostro de uno de ellos palideció, y el resto comenzó a reír con burla. En una esquina de la popular avenida, debajo de unos árboles estaba parada su mamá un tanto ligera de ropa. Juan -para ponerle un nombre al muchacho- comenzó a llorar. Había quedado en evidencia un rostro que se mantenía como secreto de familia. ¿Quién era nadie para juzgar a su madre, que con sus ganancias lo puso en el mejor colegio del pueblo junto a sus otros hermanos?

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Años atrás viajábamos con un grupo de jóvenes de barrios humildes que se preparaban para misioneros, y mientras atravesábamos un gran bulevar, el rostro de uno de ellos palideció, y el resto comenzó a reír con burla. En una esquina de la popular avenida, debajo de unos árboles estaba parada su mamá un tanto ligera de ropa. Juan -para ponerle un nombre al muchacho- comenzó a llorar. Había quedado en evidencia un rostro que se mantenía como secreto de familia. ¿Quién era nadie para juzgar a su madre, que con sus ganancias lo puso en el mejor colegio del pueblo junto a sus otros hermanos?

Cuando salen a la luz muchos pecados y delitos que estaban ocultos en la Iglesia, es motivo de una gran tristeza y preocupación.

Durante el Concilio Vaticano II se acuñó esa frase que repetimos hasta el cansancio y que nos cuesta entender, "la iglesia es santa y prostituta a la vez". Una verdadera paradoja, la misma paradoja con la que se mueve el hombre en el mundo. Un día pide a gritos ser levantado del abismo y cuando está en la cumbre, se deja seducir y pide regresar a las profundidades.

La crisis que atraviesa la Iglesia en nuestro país no empaña su misión ni la labor de muchos miembros de la iglesia, que sin pertenecer al clero, como simples laicos o religiosos y religiosas, siguen construyendo el reino sirviendo a los pobres de la Patria. La iglesia avanza en su labor entre luces y sombras, y lo mejor es que las sombras se puedan iluminar. Y si hay delitos que sean juzgados donde corresponde. Y si alguien ha pecado, Dios no se cansa de perdonar. Pero el delito no es un simple pecado que se diluye con los sacramentos. Todo pecado tiene culpa y pena o penitencia, Dios perdona la culpa y el hombre debe reparar o pagar el daño.

No es un tiempo de oscuridad, es un tiempo de luz. Se pusieron de manifiesto caras ocultas, que todos, en cierto modo, las tenemos. Pensemos en nuestro país, donde ha quedado en evidencia una gran cadena de corrupción que involucra políticos, empresarios, dirigentes gremiales, deportistas, e incluso, eclesiásticos. No es la iglesia, la gran meretriz que pretenden algunos burlonamente. Es una crisis general de las instituciones que, en los tiempos de grandes cambios, sucumben y deben reciclarse o morir. Es una verdadera oportunidad de cambio para el país y para la iglesia.

El temporal que comenzó a vivir la Iglesia en nuestro país requiere de pilotos adecuados para timonear la barca, y un cambio profundo de mentalidad. Un comité de crisis, que le permita limpiar la casa por dentro y dar batalla en un verdadero campo minado.

Soltarse de las manos de un estado en aquellas cuestiones que no son necesarias como el sueldo otorgado a los obispos por el gobierno dictatorial del general Videla sería un gesto de libertad personal e institucional.

Exigir el sostenimiento de las obras apostólicas, donde la Iglesia acompaña la labor social del estado en materia de educación, alimentos, salud, etc. Y pedirle a sus fieles bautizados que asuman su responsabilidad. Bendita crisis que se avecina, tiempos de grandes cambios, y lo que es pecado, Dios lo perdona; lo que es delito debe salir a la luz y ser juzgado donde corresponde.

Al final, en cierto modo, todos somos Juan, el hijo de la meretriz.

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