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El giro a la derecha

Sabado, 17 de noviembre de 2018 00:00

Estamos viviendo tiempos políticos extraordinarios en América, con la irrupción de Donald Trump en Estados Unidos y ahora la elección de Jair Bolsonaro en Brasil. Con la tendencia de Latinoamérica a derechizarse luego de dos décadas de revolución bolivariana. ¿Qué es lo que está pasando? La izquierda no puede entender cómo la derecha está llegando al poder a través del voto popular. Tampoco puede entender (y por supuesto, de eso no hablan) cómo Nicolás Maduro tuvo que suprimir la democracia y convertirse abiertamente en un dictador represor, causante de un éxodo masivo y de un problema humanitario fenomenal, todo en nombre de la defensa del pueblo y la resistencia al imperialismo yanqui.

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Estamos viviendo tiempos políticos extraordinarios en América, con la irrupción de Donald Trump en Estados Unidos y ahora la elección de Jair Bolsonaro en Brasil. Con la tendencia de Latinoamérica a derechizarse luego de dos décadas de revolución bolivariana. ¿Qué es lo que está pasando? La izquierda no puede entender cómo la derecha está llegando al poder a través del voto popular. Tampoco puede entender (y por supuesto, de eso no hablan) cómo Nicolás Maduro tuvo que suprimir la democracia y convertirse abiertamente en un dictador represor, causante de un éxodo masivo y de un problema humanitario fenomenal, todo en nombre de la defensa del pueblo y la resistencia al imperialismo yanqui.

Mi tesis es que la polarización de las opciones políticas es mero reflejo de las opciones que el mundo ofrece, ahora muy visibles por la revolución informática. Estamos presenciando un contraste aleccionador de éxitos y fracasos rotundos. Ahora todos vemos, como no veíamos durante la Guerra Fría, las consecuencias reales de las revoluciones progresistas y marxistas. Estamos presenciando en vivo y por TV el fracaso colosal del modelo chavista, sumido en la hiperinflación, el colapso productivo y el drama de una emigración masiva para poder sobrevivir. Vemos claramente ahora la repetición de los objetivos del modelo cubano: destruir las bases productivas del capitalismo; lograr que emigren todos aquellos que añoren el progreso y quieran rebelarse; y quedarse solo con los sumisos capaces de tolerar la pobreza y el totalitarismo.

En oposición al fracaso bolivariano, emerge también frente a nuestra vista el progreso de Chile, otrora pobre y dual, hoy devenido en el país de Latinoamérica con el mayor ingreso per cápita. ¿Cómo es posible que después de las experiencias socialistas de Lagos y Bachelet, los votantes chilenos vuelvan a votar a Piñera? Obviamente, el éxito económico iniciado por los Chicago Boys de Augusto Pinochet fue tan rotundo que ni los gobiernos de la Concertación Democrática que sucedieron a Pinochet ni los gobiernos socialistas posteriores pudieron cambiar las políticas fundacionales del cambio (la apertura al comercio, una economía privada desregulada, un sector público limitado y equilibrado, ausencia de desmesuras sindicales). Y el electorado chileno vuelve a apoyar a los administradores más aptos para ese modelo exitoso.

Pareciera que el contraste entre lo que funciona y lo que no funciona ya se ha tornado demasiado evidente para que se siga engañando a la mayoría de los votantes latinoamericanos.

Los politólogos progresistas, siempre tan alejados de la racionalidad económica, interpretan que lo que está pasando es consecuencia de los fracasos de la globalización y de las inequidades que provoca, lo que estaría explicando una regresión de la globalización. Pero ¿cómo es posible entonces que los votantes latinoamericanos estén votando a favor de un capitalismo globalizado, mientras los países desarrollados avanzarían hacia un nacionalismo proteccionista? La respuesta es que, mientras los países en desarrollo están encontrando evidente la conveniencia de apostar por el libre comercio, Estados Unidos y otros países desarrollados creen que la globalización ha sido demasiado beneficiosa para algunos de los países emergentes, en especial para China, en detrimento de sus propios intereses. Lo que estamos presenciando es un intento de Estados Unidos y otros países desarrollados para reequilibrar los beneficios de la globalización entre los grandes jugadores, pero no están embarcados en ningún cierre generalizado al comercio con los restantes países emergentes.

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