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La sorpresa de Jair Bolsonaro

Sabado, 17 de noviembre de 2018 00:00

Henry Kissinger, que a sus 95 años se ha erigido en el principal consultor externo de Donald Trump en materia de política mundial, decía que "adónde se vuelque Brasil se inclinará América Latina".

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Henry Kissinger, que a sus 95 años se ha erigido en el principal consultor externo de Donald Trump en materia de política mundial, decía que "adónde se vuelque Brasil se inclinará América Latina".

Por su superficie, su población y su producto bruto interno, Brasil supera a la suma de todos los demás países sudamericanos. Por ese motivo, el triunfo de Jair Bolsonaro constituye el acontecimiento político más importante de América del Sur en lo que va del siglo XXI.

El cambio clausura un ciclo inaugurado en la región hace veinte años, en 1998, con la elección de Hugo Chávez en Venezuela. Supone un golpe final al debilitado "eje bolivariano". Coloca contra las cuerdas al exhausto régimen de Nicolás Maduro.

Obliga también a un replanteo profundo del Mercosur. Abre, asimismo, una instancia de convergencia entre ese bloque regional y la Alianza del Pacífico, que une a México, Colombia, Perú y Chile, cuatro países que tienen a su vez tratados bilaterales de libre comercio con Estados Unidos.

El gran viraje

Este viraje estratégico encarnado por Bolsonaro está asentado en un nuevo trípode de poder, configurado por el Ejército, que según las encuestas es la institución con más prestigio en la opinión pública, las iglesias evangélicas, con fuertes vínculos con sus cofrades estadounidenses que conforman la columna vertebral del electorado de Donald Trump, y el movimiento ruralista, que expresa al sector tecnológicamente más avanzado e internacionalmente más competitivo de la economía brasileña.

Estos tres actores de la nueva coalición gobernante coinciden en la necesidad de una apertura internacional de la economía. Más aún: fue la cúpula militar la que se ocupó de contactar a Bolsonaro con su futuro Ministro de Economía, Paulo Guedes, un economista ortodoxo formado en la Escuela de Chicago.

Guedes trabajó en Chile varios años durante el régimen de Augusto Pinochet y es un entusiasta defensor del "modelo chileno". De allí la cálida bienvenida que dispensó a Bolsonaro el presidente trasandino, Sebastián Piñera.

El contraste entre ambos países salta a la vista. Brasil tiene la economía más cerrada de toda América Latina. Chile tiene veintidós tratados de libre comercio, entre ellos con Estados Unidos, la Unión Europea y China. Fue el primer país de Occidente en celebrar un acuerdo bilateral de libre comercio con el gigante asiático.

Guedes se inspira también en la experiencia chilena para una cuestión decisiva en su programa económico: una reforma integral del régimen de previsión social, orientada a establecer un régimen de capitalización. Esto implica la sustitución del rol del Estado por los fondos privados de pensión. El mantenimiento del actual sistema es incompatible con la exigencia insoslayable de ajustar el presupuesto, que este año tiene un déficit que asciende al 6,7% del producto bruto interno, y restablecer el equilibrio de las cuentas públicas.

La agenda aperturista de Guedes incluye la búsqueda de un drástico aumento en la inversión extranjera directa. Esa meta empalma con el plan de privatización de centenares de empresas estatales, que representa una oportunidad de negocios para las compañías trasnacionales, y la eliminación de restricciones legales a la participación de empresas extranjeras en la explotación de los yacimientos petroleros de la plataforma submarina.

El nuevo Mercosur

Brasil necesita imperiosamente modernizar su infraestructura para mejorar los bajos niveles de competitividad de su industria manufacturera, cuyos costos de producción están muy por encima de los internacionales. Esa tarea, concebida también como parte de una estrategia de defensa y seguridad, estará institucionalmente bajo control militar: el Ministro de Infraestructura será el general Oswaldo Ferreira, último titular del Departamento de Ingeniería y Construcción del Ejército, que se integrará a un "Consejo de la Productividad" que será presidido por Bolsonaro y coordinado por Guedes.

Pero con un astronómico déficit fiscal y una deuda pública que asciende al 87% de su producto bruto interno, el Estado no está en condiciones de financiar las cuantiosas inversiones necesarias para cumplir ese objetivo. Hay un millar de obras públicas paralizadas por falta de fondos. La única alternativa viable es el concurso del capital privado internacional. Dicha constatación fue una de las razones que terminó de convencer a la cúpula del Ejército de la necesidad de un replanteo geopolítico cuya formulación estuvo a cargo de su comandante, el general Eduardo Dias Villas Boas, tal vez la figura central de la nueva constelación de poder.

Una piedra angular de ese replanteo estratégico es la revisión del Mercosur y la aproximación entre Brasil y Chile, transformado en el principal nexo político entre el bloque regional y la Alianza del Pacífico, que une a las economías más abiertas de la región.

Para este nuevo Brasil de Bolsonaro, el Mercosur no puede permanecer como una fortaleza autárquica y una traba para la inserción de sus países miembros en el escenario de la globalización. 
Paradójicamente, esa certidumbre coincide con los planteos llevados adelante tiempo atrás por Uruguay y Paraguay, resistidos por Brasilia, para flexibilizar las reglas del bloque y permitir a sus socios celebrar acuerdos de libres de comercio con terceros países.

El ABC del siglo XXI

La historia no se repite pero enseña. 

En un artículo publicado en el diario Democracia en noviembre de 1951, Juan Domingo Perón afirmaba: “Ni Argentina ni Brasil ni Chile pueden soñar con la unidad económica indispensable para enfrentar un destino de grandeza. Unidos, forman, sin embargo, la más formidable unidad a caballo de los dos océanos de la civilización moderna. Así podrían intentar desde aquí la unidad latinoamericana”.

Aquel planteo, que fundamentaba la propuesta de creación del ABC (Argentina-Brasil-Chile), si bien contaba con la simpatía del presidente brasileño Getulio Vargas y de su colega chileno Carlos Ibáñez del Campo, no prosperó entonces por la cerrada resistencia de la diplomacia de Itamaraty. 
Hoy, tal vez por aquello de que “Dios escribe derecho sobre renglones torcidos”, esa idea readquiere vigencia y surgen condiciones de viabilidad para la construcción de un ABC del siglo XXI.

En las actuales circunstancias, la confluencia entre ese nuevo ABC, concebido como eje de un Mercosur reformulado, y la Alianza del Pacífico, ruta obligada para vincular a la región con el gigantesco mercado asiático, liderado por China, principal locomotora de la economía mundial, sentaría las bases materiales de la unidad latinoamericana, un objetivo que el “eje bolivariano” había agitado retóricamente como consigna ideologizada, y que encuentra ahora un nuevo horizonte de realización, no ya en una perspectiva de aislamiento y confrontación, sino enmarcado en una visión estratégica orientada a la integración en el nuevo escenario global.

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