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Un duelo de multimillonarios

Miércoles, 21 de noviembre de 2018 00:45

"Quiere destruir el mundo", espetó con su proverbial furia Donald Trump. El destinatario de semejante diatriba no era un cabecilla del terrorismo islámico sino nada menos que George Soros, el multimillonario norteamericano de origen húngaro, conocido como un genio de las manipulaciones en el mercado global de divisas, a quien el primer mandatario norteamericano acusó de financiar la "caravana de inmigrantes" centroamericanos que recorrió México para ingresar ilegalmente al territorio estadounidense.

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"Quiere destruir el mundo", espetó con su proverbial furia Donald Trump. El destinatario de semejante diatriba no era un cabecilla del terrorismo islámico sino nada menos que George Soros, el multimillonario norteamericano de origen húngaro, conocido como un genio de las manipulaciones en el mercado global de divisas, a quien el primer mandatario norteamericano acusó de financiar la "caravana de inmigrantes" centroamericanos que recorrió México para ingresar ilegalmente al territorio estadounidense.

La "derecha alternativa" suele estigmatizar a Soros como el símbolo del mal por su pública militancia y sus cuantiosas donaciones a favor de las causas asociadas a la defensa de las libertades políticas y económicas dentro y fuera de Estados Unidos.

"Soros es vilipendiado porque es eficaz", aclaró Steve Bannon, el exestratega de campaña de Trump, erigido hoy en el principal promotor de una "Internacional Nacionalista" en Europa Occidental, donde colabora entre otros con Mateo Salvini, el jefe de la Liga Nacional en Italia, y con Marine Le Pen, líder del Frente Nacional en Francia, y también en América del Sur, donde respaldó a Jair Bolsonaro.

Paradigma del globalismo

Lo de Bannon fue, en realidad, un elogio profesional: Soros es una expresión paradigmática del "globalismo", esa receta ideológica dogmática, de cuño cosmopolita e internacionalista, que sacraliza la convergencia entre la economía de mercado y la democracia liberal como condición insustituible del progreso humano.

Trump transformó ese reconocimiento de Bannon en anatema moral.

Antes, el actualmente detenido militante ultraderechista estadounidense Cesar Sayokc ya había intentado traducir esas acusaciones contra Soros en un atentado personal, al incluirlo en el selecto grupo de personalidades del Partido Demócrata, entre ellos Barack Obama y Hillary Clinton, que en octubre pasado recibieron cartas bomba en sus respectivos domicilios.

La prédica "anti-Soros" se ha multiplicado en los últimos meses.

Rudolph W. Giuliani, el exalcalde de Nueva York convertido en el principal abogado de Trump, lo comparó con el "anti-Cristo" y señaló que sus bienes deberían ser congelados. La red hispana Radio Televisión Martí, una emisora pública que trasmite desde Estados Unidos a Cuba, sacó al aire un informe que calificaba a Soros como "judío multimillonario" y "arquitecto del colapso financiero de 2008".

No se trata de una ofensiva arbitraria e inexplicable. Soros fue el principal aportante de fondos para la campaña de Clinton y también fue acusado de financiar las manifestaciones "anti-Trump" registradas en numerosas ciudades estadounidenses apenas conocido del triunfo del republicano.

Más aún: los partidarios de Trump sostienen que Soros fue el promotor de un cónclave secreto, celebrado en Nueva York en noviembre de 2016, días después de las elecciones presidenciales, para organizar el hostigamiento al nuevo mandatario aún antes de su asunción, con el objeto de lograr su destitución por vía del juicio político.

Internacional unipersonal

Para dimensionar la importancia de Soros, vale consignar que lleva donados 32.000 millones de dólares a la Open Society Foundation, la organización que funciona como su brazo político, para lo que define como esfuerzos para edificar la democracia alrededor del mundo. En la década del 80, su prioridad fue la lucha contra el comunismo en su Hungría natal, donde distribuyó fotocopiadoras como instrumento para combatir la censura gubernamental y pagó a jóvenes intelectuales disidentes para que estudiaran en universidades occidentales.

Esa militancia anticomunista se extendió rápidamente al resto de los países de Europa Oriental, entre ellos Polonia, Checoslovaquia, Rumania y Albania. La vigorosa campaña incluyó el patrocinio al movimiento Solidaridad, encabezado en Polonia por el sindicalista metalúrgico Lech Walesa, y a la "Carta 77", el grupo disidente liderado por el escritor Václav Havel en Checoslovaquia. Estas dos inversiones fueron muy efectivas: tras la caída del muro de Berlín, ambos líderes presidieron sus respectivas naciones.

Tras el fin de la guerra fría, Soros fundó la Universidad Centroeuropea, como un cenáculo académico para la difusión del ideario liberal en las nacientes democracias de Europa Oriental. Pero no todos fueron éxitos.

En el caso particular de Hungría, el régimen comunista fue barrido pero el tiro le salió por la culata. Entre los beneficiarios de sus aportes figuraba el hoy primer ministro Viktor Orbán, entonces un joven liberal transformado hoy en un nacionalista eurófobo y archienemigo de la inmigración que ataca despiadadamente a Soros.

En Estados Unidos, Soros contó durante aquellos años con el beneplácito generalizado de demócratas y republicanos, quienes coincidían en caracterizarlo como un combatiente por la libertad. Pero ese consenso bipartidista se rompió en la década del 90, cuando el multimillonario empezó a financiar las campañas por la liberalización del consumo de la marihuana y por la despenalización del aborto.

Soros se erigió en el blanco predilecto para las invectivas de los republicanos cuando en las elecciones presidenciales de 2004 aportó 27 millones de dólares a una campaña para impedir la reelección de George W. Bush, a quien condenaba por la intervención militar en Irak. Desde entonces, su figura comenzó a ser demonizada por la prensa conservadora, con ataques que rozaron el antisemitismo.

Tensión extrema

El punto de inflexión en la campaña "anti-Soros" fue el ascenso de Trump. El magnate se erigió en mecenas y abanderado del "antitrumpismo". Advirtió que el mensaje de Trump encarnaba la antítesis de su ideario "globalista", inspirado en las enseñanzas de Karl Popper, el filósofo liberal austríaco autor del libro "La sociedad abierta", y empeñó sus esfuerzos en una batalla para evitar su triunfo.

Esa animadversión es recíproca.

Trump percibió el riesgo representado por este poderoso adversario, que encarnaba el arquetipo del cosmopolitismo cultural que venía a combatir. En sus avisos de cierre de la campaña republicana para las elecciones presidenciales de 2016, Soros fue mencionado como exponente de los "intereses globales especiales" que se benefician a costa de los estadounidenses.

En esa confrontación, ninguno se queda atrás. En enero pasado, en un discurso en el Foro Mundial de Davos, Soros subrayó que "en Estados Unidos, el presidente Donald Trump quiere establecer un estado mafioso pero no puede, porque la Constitución, otras instituciones y una vibrante sociedad civil no lo permitirán".

Fue la condena más furibunda que un presidente estadounidense haya recibido jamás en ese templo del poder financiero internacional. Golpe por golpe, esa guerra continúa.

 

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